Eran las tres de la madrugada cuando sonó el teléfono en el departamento de Eladio Montecinos. Su sueño era tan profundo que lo único que logró el timbre del aparato fue hacerlo jalar la sábana para taparse hasta al cuello. Hacía un poco de frío en ese mayo lluvioso.

El teléfono calló pero pronto volvió a sonar. Esta vez pareció hacerlo con más estridencia. La conciencia de Eladio emergió como un sapo saliendo de una pileta llena de agua fangosa; abrió los ojos y trató de ajustar su mirada en las sombras que colgaban del techo. Se mojó los labios con la lengua medio seca, estiró el brazo y buscó a tientas el auricular. Lo levantó como pudo y se lo colocó en el oído derecho.

– ¿Mmm? –fue todo lo que atinó a decir.

El silencio le contestó al otro lado de la línea. Después se oyó una voz:

– Eladio, soy José.

El aludido, que seguía en el sopor del sueño, preguntó:

– ¿José? ¿Cuál José?

– José José, huevón. Despierta, te hablo por una urgencia.

– ¿Urgencia?

A Eladio le daba vueltas la cabeza, no podía coordinar nada. Ni siquiera podía maldecir a quien lo despertaba a esa hora de la noche.

– Tienes que ir a sacar a Domínguez de la cárcel.

– ¿Al Prieto? –Eladio preguntó un poco más lúcido.

– Sí, al pendejo ese. Se puso hasta las chanclas en una cantina de Coyoacán y le prendió fuego a las cortinas. Después lo echaron a patadas, se fue a una librería y con un ladrillo rompió el vidrio de un ventanal. También quería quemar los libros. Lo agarraron por suerte antes de que empezara. Tú, que eres del gobierno, lo podrás sacar con facilidad.

Eladio terminó de espabilarse con esta última frase. Que le dijeran: “tú, que eres del gobierno” lo ponía de mal humor. Le dijo a José que lo iba a pensar y colgó.

Se quedó tambaleándose entre la línea divisoria del sueño, que todavía lo hacía cerrar los ojos, y el deber solidario para con su amigo. No podía dejarlo a su suerte; Prieto lo había sacado de apuros en muchas ocasiones y hospedado gratis por meses cuando anduvo quebrado. Se vistió lo más pronto que pudo y salió a la delegación de policía.

Al llegar se identificó y lo atendieron bien. Indagó por Ernesto Dominguez, le indicaron la fianza, la pagó, llenó unos papeles y minutos después, Prieto salía con él. La ciudad, salvo los trasnochados de siempre, dormía.

– Ten –Eladio le ofreció una chamarra–. ¿Cómo estás?

– Bien jodido –respondió mientras se ponía la prenda que le habían llevado.

– Me contaron que andabas de pirómano.

Prieto no contestó. Eladio prendió un cigarro y permaneció en silencio. Dejó que el humo le aclarara un poco la mente y después dijo en un tono suave:

– ¿Qué deseas hacer?

– Invítame a cenar, me estoy muriendo de hambre.

– Claro. Te llevaré a un lugar muy bueno que seguramente no conoces, lo abrieron hace medio año en la colonia…

– Me da lo mismo.

Eladio entendió que el humor de su amigo no estaba para palabras de más. Caminaron despacio hacia el coche. Las calles estaban vacías y se podía conducir sin contratiempos, así que llegaron muy pronto al restaurante. Entraron. Sólo algunas mesas estaban ocupadas. Prieto dejó vagar la mirada por el local y una vez que se acercó el mesero, sin ver el menú, pidió un pozole rojo bien caliente y una cerveza. Eladio pidió un café.

Cuando trajeron el platillo, Prieto lo devoró en unos minutos y después encargó unos tacos de fajitas de res con unos chiles toreados. Sin muchas ganas de entablar una conversación y volteando el rostro para cualquier lado, Ernesto se aclaró la garganta y al fin dijo:

– ¿Te acuerdas del zurdo?

– ¿Héctor?

– Sí. Pues el cabrón me mandó a la chingada. Sin ningún tacto me dijo que lo que escribo no sirve, que con mi última novela la editorial perdió dinero. Me dijo que me vaya a tocar otras puertas, que esa editorial trae números rojos y no está para derrochar lana.

Eladio guardó silencio por unos segundos. Conocía bien a su amigo y sabía que dijera lo que dijera no iba a componer nada. Pero si se quedaba callado era peor, porque para Prieto la ausencia de palabras era siempre un insulto. Así que con cierto tacto dejó salir la primera idea que le cruzó la mente.

– No se acaba el mundo; como bien te dijeron, ve a otras editoriales.

– ¿Crees que no lo he hecho? He llevado mis textos al menos a cinco. Pero es lo mismo, parece que se sincronizan y entran a la voz de ya en la misma moda. Ve lo que se publica hoy en día. Eso lo explica todo. La mafia editorial está arruinando a las letras mexicanas.

– Entonces prueba fuera de México, en España, en Argentina. Hay gente en el extranjero que se expresa bien de ti.

– Antes, ahora lo dudo.

El mesero trajo la orden de tacos y Prieto también los devoró. Eladio lo vio comer sin pausas y sintió pena por él. Era un excelente escritor, pero bastante dado a la depresión. Ernesto pidió otra cerveza y después dijo:

– Para qué sigo en esto, en la literatura no tengo futuro. Ya me di cuenta y tengo que aceptarlo. Quizá lo que escribo ahora sean cosas muy personales. La vez pasada terminé un cuento según yo bastante cómico y cuando lo releí me puse a llorar. Luego escribí un cuento depresivo y al terminar me puse a reír. No doy una. Además, cuando me siento a escribir y no me sale nada, me da un ataque de ansiedad que me hace ir a tomar. Y ya ves lo que hago.

Eladio no sabía si debía reírse o no. Mejor trató de cambiar de tema.

– ¿Y María?

– María me dejó e hizo bien. Su padre le ofreció ponerle una estética a cambio de que lo hiciera. Siempre fue su sueño, ¿recuerdas? Cuando menos me dijo que cada vez que necesitara un corte de pelo fuera con ella y no me cobraría. Por eso ando bien pelón.

Esta vez Eladio no pudo reprimir una sonrisa. Prieto volteó a ver a su amigo y continuó:

– Lo que tendría que hacer es meterme a la política. Los políticos son los únicos seres en este mundo que viven de las promesas que hacen. Imagina que yo dijera a una editorial: páguenme una cantidad decente y les prometo que en unos años les entrego una novela genial, una obra que pase a la historia. ¿Así le hacen ustedes, no? Agarran hueso prometiendo y se pasan años viviendo sin hacer nada. Todos en la vida, hagamos lo que hagamos, primero trabajamos y luego, si lo hacemos bien, nos llega la recompensa. A algunos nunca nos llega, pero le seguimos echando ganas para salir adelante. En cambio ustedes entran con promesas y salen ricos. Deberíamos decirles: ah, quieren ser políticos, pues trabajen por un tiempo y si lo hacen bien, les pagamos. Pero no, en este país lo más fácil de vender son las promesas de político.

Eladio encendió otro cigarro y le dio una chupada profunda. Con los ojos rojos miraba hacia cualquier punto. No quería entrar a ese tipo de discusiones con Prieto, él lo que quería era irse a su casa y tirarse en la cama. De todas formas, dijo:

– Siempre que puedes me insultas.

Viendo el fondo de la botella casi vacía, Ernesto respondió:

– Y tú siempre que puedes me humillas. ¿Quién te envió a sacarme? ¿Y por qué lo hiciste? Es como decirme: mira negro, estoy en mejor posición que tú. Pero te diré algo, eso de ir a sacarme fue corrupción.

Eladio se quedó viendo a Ernesto con una impotencia contenida.

– Sólo me atendieron mejor, cualquiera que hubiera podido pagar la fianza te hubiera sacado.

– ¿Cuánto te debo?

Eladio respiró con calma.

– ¿Por qué la rabia? ¿Acaso cuando eras tú el que me ayudaba y pagaba las cuentas, yo te despreciaba así? No quiero que me agradezcas, pero no pierdas la dignidad. Yo no tengo el talento que tú tienes y por eso estoy donde estoy.

– ¿Talento? Mírame, viviendo del erario, de las limosnas que me das.

– Esto lo pago de mi salario.

– Sí como no. Todos ustedes viven de los impuestos del pueblo, meten las notas de todo para que se las paguen. Hasta me voy a vomitar de sólo pensarlo.

Eladio apretó los dientes. Lo hubiera dejado ahí y se hubiera marchado, pero no podía. Le debía a su amigo mucho más de lo que esos insultos podían borrar.

– ¿Qué vas a hacer?

Prieto no contestó de inmediato. Todo en la cabeza le daba vueltas.

– Regresar a dar clases, ¿qué otra cosa me queda? Pararme delante de un grupo y enseñar a leer a tantos chavos que no tiene nada en la cabeza. Meterles a la fuerza a Pedro Páramo.

Eladio sintió una especie de vértigo. No por la respuesta de Ernesto, pues ganarse la vida dentro de un aula no estaba mal, sino porque no sabía cómo hacer la proposición que traía en la punta de la lengua.

– Vente a apoyarnos acá, hay mucho trabajo, proyectos culturales que te pueden interesar y en los que tú puedes aportar mucho. Puedo hablar con el delegado.

– Carajo, ¿no me entiendes? La política me da asco, es un lodo que mancha la poca decencia que le queda a un hombre que no tiene trabajo. Es entrar por necesidad a una pocilga. Nomás mira el estado de las cosas de nuestro país. ¿No te produce vómito? Todos roban sin tener el más mínimo empacho. Ve a ese gordo que acaba de saquear  a todo Veracruz.

– Pues sí, pero alguien tiene que hacer el trabajo diario. Siempre es cómodo criticar.

– ¿Me veo más cómodo que tú? Ustedes los políticos siempre ven para todos lados menos a la realidad que tienen enfrente. Si no fuera porque te sigo estimando, por no sé qué pinche razón incomprensible, te denunciaría en el acto.

– ¿Me denunciarás de qué? A tu parecer, ¿qué he hecho mal?

– Pues algo habrás hecho ya. ¿Tomas decisiones, no? Pues listo, ya habrás pasado sobre alguien pensando que tenías la razón. La razón también corrompe, ¿no me lo dijiste tú hace mucho tiempo? El que tiene un poco de poder y cree tener razón, siempre acaba fregando a alguien.

– Exageras y me sobreestimas. Ya te he dicho que sólo soy un empleado. Parece que no te acuerdas cómo conseguí el trabajo. ¿Quieres otra cerveza?

– ¿No te da miedo de que vaya a quemar este local? Ya sabes cómo me pongo cuando tomo.

– Entonces vente a la casa. Tengo cervezas frías, y si quieres te acompaño. Total, ya me quitaste el sueño. Después puedes quemarme lo que quieras, no le hablaré a la policía.

– Quemarle la casa a un político importante no estaría nada mal.

– Ni soy político, ni soy importante. Sólo soy un pobre empleado. Lo sabes mejor que nadie.

Prieto no dijo nada. Se quedó viendo la mirada sincera de Eladio y trató de sacudirse la amargura que lo tenía así. Respiró lo más hondo que pudo, puso su mano sobre la de su amigo y dijo:

– Somos un par de fregados, ésa es la verdad. Tú ganándote la vida firmando y sellando papeles todos los días y yo escribiendo cosas que nadie lee. Anda, pide la cuenta y vamos a tu ratonera para celebrar el centenario de Rulfo.

– Me parece una excelente idea.

Eladio pagó la cuenta y los dos amigos salieron abrazados a la calle. C2

Sobre el autor

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 3. Investigador titular en | Website

Sus intereses científico/académicos son: biofísica de membranas, fluidos complejos y el origen de las señales nerviosas. Le apasiona la divulgación científica, el arte y la cultura.

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jcrs.mty@gmail.com

Sus intereses científico/académicos son: biofísica de membranas, fluidos complejos y el origen de las señales nerviosas. Le apasiona la divulgación científica, el arte y la cultura.

3 Comentario

    • Foreigner -

    • 23 mayo, 2017 / 15:23 pm

    Ameno, ingenioso y pulcro… como siempre!

    • Eduardo Escalante Gomez -

    • 20 mayo, 2017 / 12:28 pm

    Fina pluma, para fino escritor. Enbuenahora el despliegue literario. El sitio sigue siendo una lámpara que ilumina lo que podría pasar desapercibido. Felicitaciones.

    • Mónica Mercado -

    • 19 mayo, 2017 / 18:06 pm

    Excelente texto Dr. Carlos. Rulfo siempre tendrá un lugar especial en el corazón de todos los mexicanos y mas de los Jalisciences.

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