Foto: Rodolfo Angulo/ Cuartoscuro.com

El metro en la ciudad de México es una agonía; peor en tiempos de lluvia intensa. Se detiene largo y tendido sin conmiseración con las citas que los usuarios hayan establecido.

No está diseñado para viejos: pocas escaleras eléctricas; no se anuncian las paradas ni los nombres de las estaciones; no hay donde sentarse. Toda la ciudad viaja, todos igualitos, todas igualitas, la misma raza de cuando llegó Cortés. Poco a poco el ojo se acopla a la nueva belleza, a veces, fugaz para que nadie las note ni los note; van de prisa y el metro es lento. El metro es un buen factor de socialización: niños, jóvenes y viejos. Una pareja de mudos enamora para admiración de todo el mundo. La gente es tranquila, aguanta con paciencia las contingencias a la que es sometida. Las ropas que usa tienden a los colores oscuros; los jóvenes van uniformados y con los mismos cortes de pelo y las mismas camisetas y los mismos zapatos y los mismos celulares.

Con todo, el metro es una felicidad, tiene su gracia; me gustan los remolinos de gente en las estaciones que conectan una línea con otra. Es como si fuera un juego: te suben, te bajan, te empujan, te arrollan, te traen, te llevan, te ríes, te enojas, te paras, te sientas, te corres, te cansas, descansas, te empiedras, miras, te miran, te duermes, admiras, te admiran, padeces, te sorprendes, tocas, te tocan…¡Uy que suplicio!; ¿cuánto pagaste? nada o casi nada.

Es una sensación única salir del subsuelo a la superficie y ver la luz o la noche. Es como si uno saliera de la caverna a encontrarse con un mundo desconocido. Cuando voy por primera vez a alguna parte, con ansias recibo lo primero que veo al subir. Sí, la sensación de subir es casi un éxtasis.

Aprendí a querer los metros en Moscú, ¡qué mundo tan maravilloso! El metro funcionaba a la perfección, puntual; podía uno con certeza calcular la distancia y el tiempo que le demoraba llegar a cierto lugar. Y ¡que romántico! En una de sus lindas estaciones esperé alguna vez a alguien tres horas, a lo mejor no tanto por amor sino porque me hice de la compañía de un libro de Alejo Carpentier que me tuvo de narices.

El metro dignifica las ciudades, las hace más amables e imponentes. En Moscú nunca supe que tocaran, manosearan o violaran a las mujeres, no había vagones exclusivos para ellas; en horas pico íbamos todos como siameses en multitud y nada pasaba porque lo que hacía atractivo al metro era su velocidad y su nunca interrupción, de tal modo que uno llegaba rápido a donde fuera y esto nos animaba a abordarlo como fuera. El metro era una esponja, los hinchas de fútbol que salían de los partidos eran evacuados en poco tiempo.

Ese sí que era un lugar: la arquitectura, la pintura, la escultura, los frescos, la monumentalidad, el encuentro, la espera. Si me preguntaran qué fue lo que hizo el comunismo soviético, sin duda respondería: el metro; que si mal no recuerdo llevaba el nombre del padre fundador: Vladímir Ilich Uliánov, Lenin.

Si en México hay metro, que tanto y para tanto sirve, con precios simbólicos, con tarifas diferenciadas, con ingreso gratuito para la gente de la tercera edad, no me explico por qué en Bogotá es imposible. Si las FARC hubieran condicionado su adiós a las armas a la construcción de un metro en la capital del país, sin duda que el sí plebiscitario hubiera arrasado.

 

Nota del editor: El autor, colombiano, ha pasado varios meses sabáticos en nuestro país y nos entrega esta reflexión urbana.

Sobre el autor

Universidad Nacional de Colombia

2 Comentario

    • Bernardino Castillo-Toledo -

    • 7 septiembre, 2017 / 12:32 pm

    El metro es un hoyo negro, que atrae y absorbe a la gente y la procesa en su interior, vomitando después a gente transformada, procesada, distinta a la que atrajo a su órbita, es decir, como un hoyo negro, creando nueva gente, como un bing-bang social…

    • Ofelia -

    • 7 septiembre, 2017 / 11:05 am

    ” todo el metro es una felicidad” afirmas, ¡¡la verdad es que eres masoquista !!!! yo diría es una necesidad obligada para muchas personas, sin carro y con carro, las cuales no desean enfrentarse a otra pesadilla que es el trafico del DF. Pero a mi opinion, solo los masoquistas aman que los aplasten , moverse arrastrado por un tumulto de gente, permancer de pie por largos trayectos apenas pudiendo respirar y muriendo de calor, o protegiendo a tus hijos que nos les den codazos. Afortunadamente tuve suerte y logre huir de ese metro y de esa ciudad!!!. Lo mas triste es que la gente, de la ex region mas transparente, no exige sus derechos ni busca mejorar y solo ven como las autoridades conjugan el verbo robar, desviar, estafar, mentir, sin hacer gran cosa, POBRE DF.

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