“…und stürzte er endlich aus dem äußersten Tor – aber niemals, niemals kann es geschehen -, liegt erst die Residenzstadt vor ihm, die Mitte der Welt, hochgeschüttet voll ihres Bodensatzes. Niemand dringt hier durch und gar mit der Botschaft eines Toten. – Du aber sitzt an deinem Fenster und erträumst sie dir, wenn der Abend kommt.”
“Eine kaiserliche Botschaft”, Franz Kafka 1931
“… y cuando finalmente atravesara la última puerta –pero esto nunca, nunca podría suceder–, todavía le faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana, y te lo imaginas, cuando cae la noche.”
“Un mensaje imperial” de Franz Kafka, 1931

 

Acerca del palacio postal, quinta casa de correos, en tiempos de revolución

¿Cómo habrá sido vivir en la Ciudad de México hace cien años, en enero de 1917, en la capital de un país que, como consecuencia de una de las primeras grandes revoluciones del siglo XX, acababa de perder uno de cada cinco de sus ciudadanos (aproximadamente tres millones) quienes fueron muertos o forzados a emigrar al exilio? ¿Y cómo habrá sido vivir en un país que hacía apenas más de seis décadas había sufrido la traumática pérdida de más de la mitad de su territorio?

Figura 1
Figura 1

En enero de 1917 muchos acontecimientos políticos habían sacudido la serenidad centenaria de la ciudad de los palacios. Entre sus habitantes, todavía estaba fresca en su memoria la entrada triunfal de los ejércitos zapatistas y villistas en la calle de Madero en diciembre de 1914; junto con la anécdota, memorable de tan insólita, de los campesinos zapatistas desayunando en el restaurante Sanborns de la casa de los azulejos, antiguo palacio de los condes del valle de Orizaba (véase figura 1). A pesar de las abrumadoras posibilidades en su contra, Venustiano Carranza había logrado rehacerse con el poder, siendo reconocido en octubre del 1915 como presidente de México por potencias extranjeras como los Estados Unidos de América y el imperio alemán del Kaiser Guillermo II. Y un año después, el 14 de septiembre de 1916, Carranza había convocado al Congreso Constituyente, que tras sesionar por varios meses en Querétaro, promulgó la histórica Constitución del 5 de febrero de 1917 que un siglo después aún nos rige. Y todo esto, mientras las tropas del general Pershing aún merodeaban en el país, a punto de cumplir un año de haber iniciado la llamada expedición punitiva, campaña que estaba encaminada hacia un fin miserable; derrotada por el implacable desierto chihuahuense, el coraje y valor de los niños de Parral y su maestra Elisa Griensen, y las impredecibles, imposibles habilidades de fuga del general bandolero Pancho Villa.

Figura 2
Figura 2

En enero de 1917 y contando con apenas diez años de existencia, el palacio postal o Correo Mayor, con su arquitectura ecléctica trabajada en cantera de chiluca, ya se había constituido en uno de los edificios más emblemáticos de cuantos se mandaron a construir en la época porfiriana (véase figura 2). Para nuestro gusto y costumbre, en aquellos años el palacio postal debió lucir un poco huérfano, pues las obras del palacio de Bellas Artes habían sido suspendidas por tiempo indefinido y el Caballito de Manuel Tolsá cabalgaba a la distancia (en el cruce del paseo de la Reforma y Bucareli). En compensación, el Correo Mayor contaba con la dulce compañía de la hoy desaparecida fuente de la Mariscala y el cantarino sonido de su flujo continuo de agua.

Se ha dicho muchas veces que los eventos históricos tienden a transcurrir de una callada y sigilosa manera, tendencia que es especialmente cierta cuando en esos asuntos andan involucradas las antiguas y secretas artes criptográficas conocidas sólo por los iniciados. Y fue así como en medio de toda la vorágine que sufría nuestra agobiada nación, en las primeras semanas de 1917, en el seno de la quinta casa de correos, tendría lugar una acción que cambiaría el curso de la historia no sólo de México, o del subcontinente, sino del orbe entero.

 

La Alemania imperial sueña con seducir a un jefe de bandoleros

Alemania promovió activamente un conflicto armado entre México y Estados Unidos con el propósito de crear una distracción militar que evitara la entrada de este último a la Primera Guerra Mundial a favor del bando de las fuerzas aliadas de la Triple Entente. En consonancia con este plan estratégico, durante buena parte de los años 1915 y 1916, agentes alemanes intentaron establecer alianzas con las fuerzas anticarrancistas en México.

Friedrich Katz documentó profusamente los ingentes intentos alemanes por financiar a partidiarios del tenebroso Victoriano Huerta.

Además de mencionar a una serie de obscuros personajes, Friedrich Katz documentó profusamente los ingentes intentos alemanes por financiar a partidiarios del tenebroso Victoriano Huerta, al general Felix Díaz y al general Pancho Villa [Katz1981][1]. Katz especula que la estrategia de evitar acercamientos con Carranza se aprobó debido a que los alemanes entendían que éste se inclinaba más por apoyar las fuerzas aliadas de la Triple Entente, sospechas que eran reforzadas por el hecho de que el estratégico petróleo mexicano, extraído por aquel entonces de los pozos de Tampico, se vendió a los ingleses durante la mayor parte de la guerra. Aunado a lo anterior, el ala ultraderecha del gobierno alemán despreciaba a Carranza a quien percibía como un “jefe de bandoleros”, al que no podría confiársele ningún pacto militar de relevancia [Katz1981].

El primer acercamiento a un potencial pacto diplomático entre México y Alemania se produjo en Berlín en noviembre de 1916.

Tras varios sonoros fracasos (entre los que se cuenta el encarcelamiento del general traidor Victoriano Huerta en El Paso, Texas, en donde finalmente moriría de cirrosis), hacia finales de 1916, los alemanes se habían convencido de que la única manera de establecer una alianza que amenazara seriamente a los Estados Unidos tendría que provenir del ineludible Venustiano Carranza. Irónicamente, el primer acercamiento a un potencial pacto diplomático entre México y Alemania se produjo en Berlín en noviembre de 1916 a iniciativa de nuestro país, cuando el representante mexicano en la capital alemana planteó una amplia alianza militar según la cual, Alemania construiría fábricas de armas y municiones en territorio mexicano y le vendería submarinos de guerra, entre otras importantes iniciativas [Katz1981]. Por largos meses, dicha propuesta no fue tomada demasiado en serio por el gobierno alemán, hasta que en enero de 1917 ocurrió un cambio brusco en su valoración, reacción un tanto inesperada que fue acogida con enorme entusiasmo por el popular ministro de relaciones exteriores, Arthur Zimmermann, quien había sido designado el 22 de noviembre de 1916, y que se convirtió en la primera persona en ocupar ese cargo sin contar con un título de nobleza [Gathen2007,Gathen2015].

Para seducir a Carranza, se le ofreció en caso de victoria, la reconquista de tres de los estados perdidos en la guerra de 1848; a saber, Arizona, Nuevo México y Texas.

De este cambio de timón surgió la convicción alemana de involucrar a México (y posiblemente también al Japón) en un conflicto armado en contra de los Estados Unidos. Había además un sentido de urgencia pues los alemanes deseaban declarar sin más dilaciones su guerra submarina ilimitada. Para mejor seducir a Carranza, se decidió ofrecerle, en caso de victoria, la reconquista de tres de los estados perdidos en la guerra de 1848; a saber, Arizona, Nuevo México y Texas. De manera consistente, el gobierno alemán no incluyó en su oferta al estado de California, tal vez por pensar que ese estado de la costa oeste sería el botín perfecto para el Japón, caso que ese país estuviera también interesado en hacerle la guerra a Estados Unidos. En este punto de las maquinaciones alemanas surgió un inconveniente técnico: ¿Cómo hacer llegar la propuesta de alianza a México? Las alternativas previstas incluyeron:

(0) Comunicárselo al embajador mexicano en Berlín.

(1) Enviar la información a México por medio del submarino Deutschland que atracaría en algún puerto de Estados Unidos, para después entregar el telegrama a la embajada alemana en Washington.

(2) Transmitir la información de manera cifrada utilizando un telégrafo.

La opción (0) fue rápidamente descartada debido a que el gobierno de Berlín no consideraba confiable al embajador mexicano. La posibilidad (1) era la más segura de todas (durante toda la Primera Guerra Mundial, los submarinos alemanes tuvieron fama de invencibles), sin embargo, también la más lenta. Enviar al Deutschland a los Estados Unidos involucraba un viaje náutico bastante largo que tomaría varias semanas. Ese retraso temporal fue considerado inaceptable por el almirantazgo alemán.

Fue así como la decisión de optar por (2), esto es, la opción de enviar a México de manera cifrada el telegrama más famoso de todos los tiempos, fue tomada. Sin embargo, todavía existían importantes detalles técnicos que debían de resolverse, entre otros, la ruta de ciudades europeas, estadounidenses y latinoamericanas por la que sería transmitida el telegrama. Un segundo gran problema de diseño era decidir la manera precisa en que el comunicado de Zimmermann sería cifrado.

 

Una digresión criptográfica

El estado del arte de la criptografía en el año 1917 era bastante primitivo.

Comparado con los desarrollos actuales, el estado del arte de la criptografía en el año 1917 era bastante primitivo. Se sabía ya que los cifrados por substitución simple o monoalfabéticos eran vulnerables a ataques por análisis de frecuencia [2]. Variantes más avanzadas de este sistema incluían substituir cada letra del texto en claro por una pareja de letras o números (o en general por una tupla de símbolos), permitir variantes en la substitución de las letras más comunes del alfabeto (por ejemplo la letra ‘e’ podría ser substituida por tres o más símbolos diferentes a discreción del cifrador). También se conocían métodos de cifrado polialfabéticos entre los que sobresalía el cifrado de Vigenère (que había sido inventado en el siglo XVI y que no pocos criptógrafos todavía consideraban erróneamente como le chiffre indéchiffrable), el cual había sido roto varias veces, incluyendo la solución hallada por Friedrich Kasiski, un criptógrafo prusiano que publicó su método en 1863 [3].

En vez de utilizar los métodos mencionados arriba, el ejército alemán empleaba en 1917 un sistema basado en enormes tablas de códigos organizadas en forma de diccionarios, las cuales consistían en decenas de miles de entradas, donde a una palabra de uso común se le asociaba un número de 3, 4 o 5 dígitos. Para evitar cualquier tipo de análisis por frecuencia, los números eran escogidos de manera aleatoria, y para obtener una seguridad adicional, cada letra era individualmente cifrada utilizando substitución simple (a este último proceso se le conoce como supercifrado) [4].

Las garantías de seguridad de este cifrador están sustentadas en el supuesto de que sólo el transmisor y el receptor conocen el libro de códigos. En efecto, si el libro de códigos llegase a caer en manos enemigas, entonces la seguridad del sistema quedaría seriamente comprometida o incluso, completamente vulnerada [5].

Para el año 1917, los alemanes contaban con varios libros de códigos organizados por claves.

Para el año 1917, los alemanes contaban con varios libros de códigos organizados por claves. En la legación alemana de la ciudad de México, el embajador Heinrich von Eckardt, tenía una copia del libro de claves 13040. Sin embargo, esta clave había venido siendo utilizada por los alemanes quizás desde 1907 [Gathen2007], y con el transcurso de los años, había sido comprometida por el servicio secreto inglés, que podía descifrar con fluidez comunicados codificados con ella. En cambio el conde Johann Heinrich von Bernstorff, embajador alemán en Washington, había recibido a mediados de 1916 a través del Deutschland, el libro de códigos de la mucho más nueva clave 0075, la cual, alrededor de enero de 1917, los alemanes presumían correctamente como casi impenetrable para los equipos criptográficos ingleses.

 

El azaroso envío de un mensaje imperial

En aproximadamente un siglo de historia, se han vertido muchas versiones de las posibles rutas por las que fue enviado el telegrama de Zimmermann, del número de copias transmitidas, del tipo de cifrado utilizado, etc., las cuales han sido publicadas en una literatura profusa y abigarrada sobre este tema clásico de espionaje [Gathen2007,Gathen2015,Kahn1967,Katz1981]. Como podría esperarse, las versiones consignadas por los historiadores suelen ser incompatibles entre sí. De acuerdo al meticuloso análisis descrito en [Gathen2007], los sucesos históricos resultantes del envío del telegrama probablemente acontecieron de acuerdo a la siguiente secuencia cronológica:

 

figura 3
figura 3

 

  • Usando (y abusando de) el cable diplomático que Alemania había negociado previamente con Estados Unidos, el telegrama cifrado en clave 0075 fue enviado de Berlin a Washington el martes 16 de enero de 1917.
  • La inteligencia británica ordeñaba rutinariamente los documentos enviados en el cable diplomático estadounidense, por lo que no tuvo problemas para hacerse con una copia de la cifra del telegrama durante su transmisión a Washington. Tras una febril labor del equipo de criptógrafos del servicio de inteligencia británico que trabajaban en el ultra secreto Room 40, los ingleses lograron obtener un descifrado parcial del telegrama tan pronto como en el mediodía del miércoles 17 de enero. Con todo, ciertas partes del texto se les resistieron, particularmente el nombre de los tres estados ofrecidos como recompensa potencial [Gathen2007].
  • En Washington, el embajador von Bernstorff y su equipo de trabajo descifraron sin problemas el comunicado de Zimmermann y procedieron a retransmitirlo a México, esta vez cifrándolo en clave 13040. El telegrama fue enviado a México el viernes 19 de enero a través de la compañía Western Union que cobró una tarifa altísima como pago a sus servicios (10 mil dólares de los tiempos actuales).
  • Alemania declaró la guerra submarina ilimitada el 31 de enero de 1917. De esa manera, el imperio alemán se reservaba el derecho de hundir cualquier buque mercante sin importar la bandera con la que éste navegara. En contra de las esperanzas de los aliados de la Entente, esta declaración no provocó la entrada de Estados Unidos a la guerra, que a pesar de todo, continuó deshojando la margarita para decidir si se decidía a declarar la guerra a Alemania o no.
  • El 19 de febrero de 1917, el servicio secreto británico recibió una copia del telegrama cifrado en clave 13040 que fuera enviado a la Ciudad de México (véase figura 3). Esta copia funcionó como una verdadera piedra de Rosetta, pues los ingleses pudieron beneficiarse del imperdonable pecado criptográfico (cometido por los alemanes) de contar con dos textos cifrados en distintas claves de un mismo mensaje, en este caso, el telegrama de Zimmermann. Los británicos obtuvieron la copia del telegrama en clave 13040 gracias a sus agentes H y T, diplomáticos en servicio en la legación inglesa en Ciudad de México, y a su habilidad para comprar los servicios de al menos un operario mexicano que trabajaba en el Correo Mayor [6].
  • El 24 de febrero, el gobierno británico le entrega oficialmente a Edward Bell, secretario de la embajada de Estados Unidos en Londres, el telegrama descifrado y la correspondiente evidencia. Al principio Bell se muestra escéptico, pero pronto se convence de la autenticidad de la información y se la comunica al embajador estadounidense, Walter Hines Page, quien a su vez, le reporta el contenido del telegrama de Zimmermann a Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos.
  • Los periódicos mexicanos, estadounidenses y alemanes publicaron el primero de marzo en sus primeras planas el texto en claro del telegrama de Zimmermann (véase figuras 4-6) [7].
  • En un comunicado dirigido a la prensa, el 2 de marzo Arthur Zimmermann reconoció públicamente la autoría del infame telegrama.
figura 4
figura 4
Figura 5
Figura 5

A continuación se transcribe la traducción al español del mensaje enviado en el telegrama de Zimmermann:

carta

Figura 6

Figura 6

De cómo el servicio secreto británico fue víctima de su propio éxito

Cuando el equipo de criptógrafos británicos logró descifrar el telegrama de Zimmerman, se topó con tres delicados problemas criptográficos, que ahora ocurren y se resuelven cotidianamente en sistemas de la seguridad de la información modernos, pero que en ese entonces constituían un enorme desafío. Dichos problemas fueron:

 

  • (0) Problema de autenticación de datos. ¿Cómo probar ante sus aliados, en particular los Estados Unidos, qué el telegrama cifrado que había sido interceptado era auténtico y que efectivamente había sido enviado por el ministro de asuntos extranjeros alemán, Arthur Zimmermann?
  • (1) Problema de demostrar la corrección de la solución hallada. ¿Cómo demostrar que el texto descifrado realmente correspondía al telegrama cifrado?
  • (2) Problema de secrecía. ¿Cómo preservar el secreto de la existencia del equipo de criptógrafos de élite que trabajaban en Room 40? Además, el servicio secreto británico no deseaba que sus colegas estadounidenses se dieran cuenta que ellos podían leer toda la correspondencia enviada por el cable diplomático que Estados Unidos había facilitado a Alemania.

 

Tras el filtrado a la prensa del contenido del telegrama ocurrido en marzo de 1917, no tardaron en surgir voces que aseguraban que eso del telegrama no eran más que puras patrañas.

Técnicamente, el problema criptogŕafico (0) no podía ser resuelto con la tecnología de hace cien años. De hecho, tras el filtrado a la prensa del contenido del telegrama ocurrido en marzo de 1917, no tardaron en surgir voces germanófilas en el gobierno de Estados Unidos que aseguraban que todo ese affair del telegrama no era más que una pura patraña. Cuando la situación amenazaba con quedarse en un impasse, ocurrió lo impensable: El propio ministro Arthur Zimmermann decidió publicar el 2 de marzo de 1917 un breve comunicado de prensa en el que admitió que su oficina había enviado el telegrama. Zimmermann consideró legítimo que Alemania explorara ese tipo de alianzas dado que tras el anuncio de la guerra submarina irrestricta a finales de enero por parte del imperio alemán, los Estados Unidos había decidido romper relaciones diplomáticas con su gobierno [Gathen2007] [8].

Los problemas criptográficos (1) y (2) debían resolverse cuidadosamente, pues ocurría que los británicos no habían informado a sus contrapartes estadounidenses que, gracias a las ingeniosas deducciones criptoanalíticas del equipo del Room 40, podían descifrar eficientemente los despachos alemanes. Más aún, a pesar de sus ansias por recibirlos como aliados de guerra, el gobierno británico no tenían ningún deseo de que Estados Unidos se enterara de la existencia del ultra secreto equipo de trabajo del Room 40.

Sir Reginald Hall, jefe de los servicios secretos británicos, encontró una ingeniosa solución que resolvía los problemas.

De manera sumamente astuta, Sir Reginald Hall, jefe de los servicios secretos británicos, encontró una ingeniosa solución que resolvía los problemas (1) y (2) de un plumazo. Utilizando a los agentes H y T en la legación británica de la ciudad de México (consúltese pie de página 5), logró que un empleado del Correo Mayor le retransmitiera la copia cifrada del Telegrama de Zimmermann recibida por von Eckardt, embajador alemán en México. Como se mencionó arriba, dicha copia estaba cifrada en clave 13040, y Hall decidió que era un sacrificio aceptable comunicar a sus colegas estadounidenses su habilidad para leer despachos alemanes cifrados en ese sistema. Culminando su golpe de inteligencia, Hall acordó que el crédito del descifrado se le daría a los Estados unidos, de tal manera que para los alemanes, los británicos no habrían intervenido en la intercepción y recuperación del texto del telegrama [9]. La estratagia de Hall funcionó tan bien, que los alemanes siguieron utilizando las claves 0075 y 13040 por algún tiempo más. Asimismo, Estados Unidos no se enteró de la habilidad británica para decodificar despachos cifrados en clave 0075, ni tampoco de la existencia del mítico Room 40.

 

Reacción

Los historiadores coinciden en que la revelación del telegrama de Zimmermann fue el detonante que provocó la declaración de guerra al imperio alemán.

Los historiadores estadounidenses y mexicanos coinciden en que la revelación del telegrama de Zimmermann fue el detonante que provocó que el presidente Wilson le declarara la guerra al imperio alemán, y que por lo tanto tuvo profundas consecuencias en el curso de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, von zur Gathen consigna en [Gathen 2007] que en Alemania se suele minimizar el rol que tuvo el infamoso telegrama, el cual suele interpretarse como un ocioso y estúpido, pero al mismo tiempo legítimo, ejercicio diplomático. Por otro lado, Zimmermann renovó su oferta al gobierno del presidente Carranza y volvió a recibir una respuesta negativa de parte de su gobierno en el transcurso de 1917.

Resulta difícil resistir a la tentación de especular qué hubieran decidido los Estados Unidos si el telegrama no hubiese sido enviado a México, ¿Hubiera contado acaso el presidente Wilson con el suficiente apoyo popular para entrar en la guerra a favor de las fuerzas aliadas? Pero estas especulaciones pertenecen al peligroso y pantanoso terreno de lo desconocido y, por su extensión, no alcanzan a caber en el margen de esta revista.

 

Testimonio tomado en la calle República de Venezuela, cerca del Palacio de la Inquisición y de la casa de Amadeo Salvatierra, enero de 1967 [10].

Gracias, jóvenes, por haber venido a esta su humilde vecindad y no dejarme en ascuas, les dije. Espero que no les haya costado demasiado encontrar mi cuarto, pero permítanme preguntarles: ¿Quién les dijo dónde vivía? Y cuando después de dudarlo un poco y mirarse entre sí por fin me confesaron que me habían hallado por prueba y error, tras aventarse un arduo estudio de la relación de empleados del palacio postal a través de los años, y reducir la lista de posibles sospechosos (utilizaron esa palabra), a menos de 10 candidatos, les contesté que me hacía cargo de todo el enorme esfuerzo que tuvieron que hacer, como verdaderos ratones de biblioteca, para averiguar mi dirección. Pues ciertamente no es fácil revisar quiénes trabajábamos en el correo, ni quiénes teníamos acceso a las cartas que provenían del extranjero, y menos cuando ya han transcurrido más de cincuenta años desde aquellos tiempos. Pero yo, viejo ya, no tenía especiales deseos de hablar por hablar con jóvenes estudiantes desconocidos que venían de no sé qué institución (es posible que mencionaran el Politécnico Nacional pero quizás no, pues recuerdo que escuché algo que me sonó a una especie de centro de investigación o algo así, o quizás fueron patrañas de los muchachos que sencillamente decidieron inventarse que eran estudiantes). De cualquier manera los chicos se miraban listos, y tuvieron la delicadeza de traer con ellos una botellita de uno de mis mezcales favoritos. Ese detalle me conmovió. Después de no mucho tiempo nos pusimos a platicar de verdad. Les conté de cómo me ganaba la vida como escribiente en los portales de la plaza de Santo Domingo, un oficio muy apropiado para alguien que se había dejado la vida por más de cuarenta años enviando y recibiendo cartas y telegramas que provenían de los últimos rincones del país y del extranjero. Y ya con más copas encima no pude dejar de contarles de mis andanzas como telegrafista hacía 50 años, cuando todavía ni siquiera se terminaba de construir el palacio de Bellas Artes, y cuando un mes sí y otro también, aparecían presidentes que eran asesinados por generales, quienes después eran enviados al exilio por otros generales y sucesivamente así, sin que la ruleta política pareciera tener fin. En mi época de joven, les dije, de verdad que como dice la canción, la vida no valía nada. Y fue entonces que por darles gusto y quizás también por hacerme el interesante, me acordé de comentarles de mi gran amigo que era dueño de una imprenta y que fue condenado a ser ajusticiado por el delito de falsificación de dinero. Pero mi amigo era inocente. Él había sido traicionado por uno de sus trabajadores, quien era el verdadero culpable y que al haber sido descubierto in fraganti por alguien más, urdió el truco de acusar a su patrón para salvar su mugrosa vida. En tiempos revolucionarios esa acusación era muy fuerte, equivalente a una sentencia de muerte. Eran tiempos cuando por menos que nada lo mataban a uno. Y mi amigo era una persona buena y yo lo estimaba, así que yo quise impedir su muerte, puntadas que tiene uno ¿saben? Y si uno de verdad quiere resolver un entuerto, resulta siempre necesario sacrificar algo que pueda ser valioso para no importa quién, siempre que ese quién tenga el poder de cambiar las cosas. Y pues yo había oído mentar mucho entre mis compañeros a un tal míster H, y a su amigo T. Sólo con sus apodos ya podía saber uno que no podían andar en nada bueno. Los dos místeres hablaban un español deficiente, precario, pero lo que de verdad nos importaba a nosotros era que estaban forrados de dinero. Y míster H y míster T tenían un apetito insaciable por las cartas y telegramas que recibíamos del extranjero. Y como yo estaba con mi apuro y con mi pena, recuerdo que le expliqué al míster H, acerca de ese misterioso telegrama de la Western Union que acabábamos de recibir. Yo me sospeché que debía de tratarse de algo importante porque el telegrama sólo traía números, y ni una sola palabra, ni una sola. ¿No se les hace de plano muy extraño? Y para colmo, lo habían enviado desde el norte pagando una fortuna para que llegase a mi oficina, que por cierto ya desde entonces era el edificio más chulo de la Ciudad de México. Fue un golpe de suerte que nos combino a los dos, o a los tres si contamos a mi amigo, o a los cuatro, si contamos a míster T. Yo hoy lo veo así. Y después supe que sí, que en efecto, que ese telegrama era muy importante y que al reenviarlo vine a como quien dice salvar al mundo, ¡Imagínense ustedes! Pero eso, si en realidad ocurrió así, fue una chiripada. Aunque eso sí, yo no cobré nada por mis servicios: Sólo pedí que se le perdonara la vida a mi amigo. La verdad no me arrepiento de lo que hice y además estas cosas ya no las entiende nadie. Quizás ni siquiera el mismo míster H lo entendió hace cincuenta años cuando le mostré el telegrama y clavó con la boca abierta sus pupilas azules sobre ese papel amarillo, reaccionando con el mismo espanto que uno sentiría de ver de repente a alguien que creía muerto caminando por la calle. Y muchachos, les cuento hoy mi historia como la he contado en veces, cuando estoy tomado. Pero a nadie parece importarle, ni nadie me cree, ni aunque por simple curiosidad a alguien sí le importe, nadie entiende cómo un telegrama venido del otro mundo pudo haber salvado nada. Terminan convencidos de que son puras habladas de un viejo borracho. Mi amigo ese sí que entendía todo, como que le fue la vida en ello, pero ese ya se murió, hará como diez años. Y por eso ahora mejor me callo, renegando de mí mismo por hocicón. Y entonces prefiero seguir tomando, y si puede ser sentado junto a mi ventana como en actitud de recibir un mensaje imperial que nunca llega y acompañado con una generosa copita de mezcal como el que nos estamos tomando ahora, mejor que mejor. Mejor que mejor. C2

 

Referencias

 

[Gathen2007] Joachim von zur Gathen: Zimmermann Telegram: The Original Draft. Cryptologia 31(1): 2-37 (2007).

[Gathen2015] Joachim von zur Gathen: CryptoSchool. Springer 2015, ISBN 978-3-662-48423-4, 888 páginas

[Kahn1967] Kahn, D. 1967. The Codebreakers. New York: The Macmillan Company, xvi, 1164 páginas.

[Katz1981] Katz, F. 1981. “La guerra secreta en México”: The University of Chicago Press, xii, 659 páginas.

[1]    Cabe mencionar que Katz considera improbable la posibilidad de que el imperio alemán hubiese financiado al general Pancho Villa para realizar su incursión en Columbus en marzo de 1916.

[2]    En la versión más simple de este tipo de sistema, cada letra del texto en claro a ser transmitido, era substituida por otra letra del alfabeto de acuerdo a una tabla de equivalencias previamente acordada entre el emisor y el receptor.

[3]    Desafortunadamente para los alemanes, el mucho más poderoso sistema de cifrado Vernam, que fuera inventado en 1917 según algunas fuentes, no fue dado a conocer en forma de patente si no hasta el año 1919. Claude Shannon demostró famosamente en un artículo de 1949, que el cifrador de Vernam es matemáticamente invulnerable. Sin embargo para que el cifrador Vernam sea en verdad impenetrable, es indispensable que la clave secreta sea tan larga como el texto a ser transmitido y que además siempre se utilice una llave diferente por cada cifra. Estas restricciones eran inviables para la transmisión secreta de datos desde Berlín a México en 1917, y continúan siendo un reto tecnológico cien años después.

[4]    En un estudio realizado en 1945 por criptógrafos estadounidenses de la Signal Security Agency (MI-8), se concluyó que a pesar de algunos defectos de diseño, los cifradores alemanes de la Primera Guerra Mundial eran mucho mejores que los diseñados por los Estados Unidos en la misma época [Gathen2007].

[5]    Esta deficiencia, es una dolencia crónica en todos los cifradores descritos en esta sección, la cual sólo pudo ser corregida casi sesenta años después del envío del telegrama de Zimmermann, cuando en 1976 se anunció públicamente el descubrimiento del protocolo Diffie-Hellman que permite compartir una llave secreta entre dos partes de una manera segura a través de un canal de comunicación que no lo es. Por este desarrollo se les otorgó a Whitfield Diffie y a Martin Hellman el premio Turing 2015, considerado el premio nobel de la computación.

[6]    Se conoce la identidad de los agentes H y T. Se trata de Edward Thurstan y Thomas Hohler, consul general y encargado de asuntos diplomáticos en la embajada británica en la Ciudad de México, respectivamente [Gathen2007]. Sin embargo, la identidad del operario mexicano que reenvió el telegrama a Londres permanece sumida en el misterio hasta nuestros días [Katz1981].

[7]    Recientemente “El Universal” publicó un reportaje sobre el telegrama de Zimmermann en conmemoración de los cien años de su envío (véase figura 7), el cual está disponible en: http://tinyurl.com/Zimmermann-T.

 

Figura 7
Figura 7

[8]    Katz consigna en [Katz1981] que de hecho Zimmermann renovó su proposición al presidente Carranza en el transcurso del año 1917, obteniendo una segunda respuesta negativa por parte del gobierno mexicano.

[9]    Para confundir más al servicio secreto alemán, las autoridades estadounidenses deslizaron la posibilidad de que el texto del telegrama pudiese haber sido filtrado por algún traidor en la embajada imperial en Washington [Katz1981].

[10]  Texto en humilde homenaje a “Los detectives salvajes” de Roberto Bolaño, editorial Anagrama, Barcelona, 609 páginas. Ficción basada parcialmente en las “confidencias de Sir William James biógrafo de sir Reginald Hall tal y como lo describe Katz en [Katz1981]”.

Sobre el autor

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2. Investigador titular en | Website

Sus principales áreas de investigación son criptografı́a, aritmética computacional y seguridad informática.

POR:

francisco@cs.cinvestav.mx

Sus principales áreas de investigación son criptografı́a, aritmética computacional y seguridad informática.

2 Comentario

    • Francisco Rodríguez Henríquez -

    • 14 enero, 2017 / 18:44 pm

    ¡Gracias!

    • ARC -

    • 13 enero, 2017 / 21:54 pm

    Ameno e interesante el artículo, me ha motivado por conocer lo que es la criptografía.
    Felicitaciones al autor y la resvista C**2 por esta publicación.

Deja un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *