Las letras que representan números tienen otra aplicación en matemáticas.
Algunas veces ponemos una letra en lugar de un número,
[…] porque no conocemos el número en cuestión.
Un número desconocido se representa de ordinario por una x.
E.C.Titchmarsh, Esquema de la matemática actual.

 


 

El desierto lo envuelve todo. Un auto se adentra en él hasta que desaparece poco a poco en la carretera, confundiéndose con el árido paisaje. Pareciera que el infierno lo está devorando.

Dentro del auto se puede escuchar el ruido de los insectos y las pequeñas piedras que golpean el parabrisas. Un estridente silbido surge del viejo motor y hace varios kilómetros que la radio sólo emite estática. Por momentos la antena logra atrapar alguna señal entrecortada, pero ninguno de los dos se atreve a girar la perilla y terminar con el molesto sonido. Así que la radio sigue encendida, como si rompiera el silencio entre X y Z.

El sol lo quema todo con su penetrante mirada. Aún faltan varias horas para llegar y quizá transcurra el día entero para que lo logren. El camino cansa la vista. Para donde volteen, todo parece estar pintado del mismo color cobre. Las montañas amenazan con desgajarse sobre la recta. Después de varias horas de camino sus mentes comienzan a mimetizarse con el desierto. Como una especie de hipnosis.

Ha pensado en volver más de una vez: girar el volante y regresar, pero sabe que debe seguir…

X ha pensado en volver más de una vez: girar el volante y regresar, pero sabe que debe seguir: es como una de esas mañanas en que se tiene un mal presentimiento: algo te dice que no deberías salir de casa; aun así, otro algo te obliga a hacerlo. Trata de convencerse hablando en voz alta ―quizá sólo sea una angustia pasajera―, pero, ¿cómo saberlo? Continúa de frente. Se dice a sí mismo ―son estupideces, el destino no existe―. Además los esperan al otro lado, en algún lugar en medio de las montañas.

X y Z siguen su camino serpenteando sobre la autopista. Apenas cruzan palabra. La estática se ha ido. El silencio es tan grande como el vacío que los separa a pesar de ir en el mismo auto. Será doloroso tener que encerrar a Z en aquel lugar. Encerrar a la persona con la que pasó la infancia. Su amigo inseparable. Su compañero. Su hermano de sangre. Entregarlo como ratón de laboratorio para ser explorado.

Hace meses que Z tiene visiones que los demás no comparten ni comprenden, y a pesar de eso, él jura sin titubear que son verdad. ― ¡No estoy loco!―. Los demás sólo preguntan cuál es la razón por la que él es el único que puede verlas. Ni él lo sabe. Piensa que quizás está viendo gente muerta, almas en pena. Pero no nada más ve personas; ve cosas, lugares y situaciones. Su madre está desecha. No comprende cómo es que su hijo enloqueció. ―Una mala jugarreta del destino―, concluye su madre. ―Uno de los incomprensibles arranques de Dios―. Aún así,  entre X y Z existe un gran respeto y Z no dirá que no, eso ya se discutió. Su madre le suplicó que lo hiciera por ella.

El auto termina por fallar: no podrá seguir sin algunas reparaciones.

El auto termina por fallar: no podrá seguir sin algunas reparaciones. Una desviación en el camino: “LA REDENCIÓN A 20 KM”. Al parecer tendrán que pasar la noche en aquel pueblo. Quizá sea una buena oportunidad para descansar y relajar la mente. Quizá también puedan beber una cerveza, comer algo decente y hasta bromear. ¿Por qué no? Como en los viejos tiempos.

Así que entran al pueblo. Nada distinto de lo que han visto en el camino, salvo por las casas, las tiendas improvisadas y una que otra persona caminando por las calles terregosas. Encuentran un taller abierto. El auto estará listo al día siguiente por la mañana. Caminan, y no muy lejos de ahí se cruzan con un pequeño hotel en el que por poco dinero se hospedan. ―Apenas para pasar la noche―. Lúgubre y tenebroso, pero así es como uno se siente parte del lugar y de alguna manera olvida que está viajando. Una cantina no les vendría mal.

En lo alto pueden verse los buitres hambrientos sobrevolando el pueblo en espera de que el desierto haga su trabajo. ―Es extraño que exista vida en este sitio. No me gustaría morir aquí y acabar siendo su comida―, piensa X.

La cantina está casi vacía. Unos cuantos hombres ebrios los miran desde su mesa mientras X y Z se sientan. Al fondo, una vieja máquina de discos reproduce una canción: Los ejes de mi carreta. X piensa en Chabela Vargas. Siente la necesidad de un trago, la ocasión se presta. Piden algo de comida y cerveza. Después de comer, beben hasta que se les hace de noche y olvidan las rencillas, o más bien, las dejan a un lado. No es necesario que lo digan para pactarlo así. X y Z ríen y se abrazan como niños. La distancia y el silencio ha desaparecido entre ellos, ambos bailan con la misma mesera, una mujer de unos cuarenta años, algo obesa, pero todavía de buen ver. Son los últimos en el lugar. Es hora de irse. Beben de un sorbo su último trago, piden la cuenta y salen.

Caminan ebrios por la calle. Saludan a otro borracho.

Caminan ebrios por la calle. Saludan a otro borracho. Se ríen de sí mismos y de su proceder en aquella cantina. X se pregunta si hay un comportamiento que define a las personas como normales, y si no es así, cómo es que se reconoce la locura. También se pregunta si la conducta justifica algo, y si es así, entonces un loco que se comporta como debe ser es alguien normal. Pronto se olvida de aquellas preguntas. ― ¡tonterías¡―, se dice y sigue riendo en compañía de Z.

Mientras recorren el pueblo en busca del hotel donde se hospedan, se dan cuenta de que están perdidos. Poco a poco sin que lo notaran el pueblo parece haber cambiado. No creen lo que está aconteciendo frente a sus rostros. El silencio entre ellos vuelve.

Z observa consternado a X. Quiere saber si sólo él puede ver aquella indescriptible imagen o no, y comprobarse a sí mismo que no está loco. Pero la cara de X le dice que no es una alucinación. Todo el pueblo parece estar vendado. Sí, millones de vendas lo cubren: como a un herido. Hasta el más mínimo detalle: las plantas, la arena, las casas, los postes de luz, los autos…, todo cubierto de vendas. Las personas ya no están. Es como si hubieran desaparecido.  Incrédulos, caminan de vuelta a la cantina, pero es en vano: los vendajes también la cubren. X toca las paredes, el piso, su mente no puede soportarlo. De nuevo caminan hacia el hotel. ― Quizás es la borrachera―. Buscan el hotel hasta que lo encuentran, o por lo menos algo que se parece a él. Pero al entrar, no es diferente de lo que sucede afuera. ― Tranquilo. Seguro que es un sueño―. ¿O no?

La recepción está llena de vendas y el hombre que la atiende no se encuentra. ―No puede ser verdad―, hasta las llaves de las habitaciones están cubiertas. Suben por las escaleras sintiendo bajo las suelas las vendas, como alfombrando sus pasos. Entran en la habitación y todo es igual. X y Z no han cruzado palabra.

Cada uno intenta razonar y pensar lógicamente qué es lo que pudo haber pasado.

Tratan de tranquilizarse. Cada uno intenta razonar y pensar lógicamente qué es lo que pudo haber pasado, pero no llegan a ninguna conclusión convincente. La noche aún no termina. X decide abrir la ventana para respirar aire fresco y lo que descubre afuera lo deja paralizado. La ciudad está sangrando y los vendajes no logran detener aquel fluido que emana de las entrañas de aquel lugar. Z llora al ver a su hermano aterrorizado.

X y Z se recuestan en la cama sin siquiera mirarse. Ambos cierran los ojos, como si eso pudiera evitar lo que pasa afuera. X piensa que la mente de Z está sangrando como aquel pueblo: no quiere enloquecer, ni tampoco quiere internarlo en aquel psiquiátrico. No quiere pensar más. Transcurre la noche. Parece que el tiempo no avanza: los segundos parecen días y los minutos años. La desesperación los deja exhaustos hasta que, poco a poco, se quedan dormidos.

El sol sale. X y Z despiertan aturdidos. Miran alrededor. Se miran ellos mismos. Todo normal, como cuando llegaron al pueblo. Dudan de lo sucedido durante la noche. Temen preguntar si fue real. Ninguno menciona nada. Se levantan, se visten y tras entregar las llaves de la habitación se marchan del hotel.

El auto está listo. Toman la carretera y continúan su camino. Z sabe que es verdad. X decide negar lo sucedido y finge borrarlo de su mente. Por última vez piensa en dar la vuelta y regresar. Pero no lo hace. Han hablado por teléfono durante semanas con el médico que llevará el expediente de Z. Se trata de un hospital psiquiátrico que utiliza nuevos procedimientos y medicamentos. Al parecer, el cuadro que presenta Z aún tiene esperanzas de cura. X piensa que la realidad se esfuma y vuelve a su antojo. Piensa que a veces sólo se va para no volver y que sólo somos presa de sus caprichos. Piensa que la locura es nuestra esencia más pura, que es el alma desnuda de los hombres, vista sin la máscara de la cordura.  Piensa. Piensa. Piensa. Mientras sigue manejando. C2

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