You probably saw me laughing
at all your jokes
or how I did not mind
when you stole all my
smokes.
Amy Jade Winehouse

Preocupado por su tos persistente y la calidad de su salud en general, hace tiempo le pregunté a una amiga si alguna vez haría algo para dejar de fumar la cajetilla y media de Delicados que se fumaba al día. Después de unos segundos de silencio en los que entornó los ojos y meditó como sólo los fumadores con experiencia pueden hacerlo, me miró con un rostro de condescendencia detrás de la nube de humo que salía de su boca y me respondió así: “Mira Carlos, cuando siento que mis problemas se acercan a mí, con el humo de un cigarro me difumino y entonces no me encuentran tan fácil. Así que no, nunca dejaré de fumar porque con estos Delicados los mantengo a raya”.

A mi amiga tan sincera y elocuente le perdí el rastro, pero de ella me quedó una sospecha: que quizá las adicciones pudieran tener una ventaja evolutiva. De ser así, se entendería de inmediato por qué somos tan susceptibles a desarrollar una adicción; o dicho de otra forma, por qué las adicciones son la norma en la sociedad actual.

Adicción: dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud o el equilibrio psíquico.

Aunque el diccionario de la Real Academia Española define adicción, en su primera acepción, como: dependencia de sustancias o actividades nocivas para la salud o el equilibrio psíquico, me atrevería a ponerla en duda, ya que una adicción no necesariamente es nociva.

El más deportista de los deportistas es adicto a los cannabinoides que segrega su organismo para resistir el esfuerzo que realizan los músculos; por ejemplo, en las rutinas que quizá lo lleven a correr diez o más kilómetros diarios. Sólo hay que leer What I talk about when I talk about running, de Haruki Murakami, para imaginar la producción endógena de ese algo que da a ciertos individuos el impulso de correr tales distancias cada día. No se diga de aquellos que escalan montañas o se montan en bicicletas, en los que el objetivo por llegar a la meta, incluso venciendo un agudo dolor,  se transforma en un reto placentero.

Y en el otro lado de la moneda, los imbuidos en “la madre de todos los vicios”, la pereza, son también adictos a las sustancias anestésicas que desarrollan sus cuerpos para sobrellevar la languidez de la vida.

cafeina
cafeina

En el caleidoscopio de la vida humana bien sabemos que la gente adulta es adicta a las xantinas (el café, el té y el chocolate), a la comida, al alcohol, al cigarro, al poder, a los aplausos, al fútbol, al celular, a los juegos de azar, al internet, al sexo, a comprar, a robar, al chisme, al cine, al espejo, a los gatos, a los perfumes… y desde luego a los alcaloides ilegales. La lista podría seguir y seguir hasta convencernos de que aquellos Homo sapiens que no desarrollaron una predisposición genética a las adicciones, se extinguieron del planeta. Los que sobrevivimos debemos llevar un gen, o varios, que nos hace propensos a necesitar de las drogas (es decir, así como no heredamos de la madre la lengua materna sino la capacidad de aprenderla; no heredamos una adicción sino la propensión a adquirirla).

teobromina
teobromina

Un familiar mío es adicto al chocolate amargo, como Moctezuma Xocoyotzin, rey de los mexicas (que se tomaba 5 tazas al día), lo era. La sustancia que tiene esa bebida oscura y bendita y que se mete hasta las entrañas de quien “sufre” la adicción, se llama teobromina.  Con todo, salvo tres átomos, es idéntica a la cafeína. Tal molécula ejerce su efecto en el paladar más que en el hígado, dejando en la persona adicta un vuelo de placer incomprensible según determinan algunas encuestas; en las que a la pregunta de si ¿el sexo o el chocolate?, las mujeres prefieren lo segundo.

Las adicciones, pues, son parte de nosotros y dependiendo del umbral de cada quien, decidimos cuál droga nos reconforta más. Nadie se salva, o más bien, en esta corta e ingrata vida que nos tocó sobrevivir, nos salvamos todos consumiendo alguna.

Así que usted, amable lector, sea sincero: ¿qué se fuma para mantener controlados sus problemas? ¿Qué se toma? ¿Qué se come? ¿O a quién le reza?

Porque rezar también causa adicción. La religión, a veces un sedante, a veces un estimulante, es, como lo dijo Carlos Marx en 1843, “el opio del pueblo”. Al opio también se le conoce como la “adormidera” y justo se consume para eso, para dormir y olvidarse de todo placenteramente. Ya Homero, en la Odisea, menciona esta planta como algo que hace olvidar cualquier pena. Y de esto estamos hablando aquí, de olvidar las penas. Tanta y tanta gente le reza a su dios preferido que orar parece ser una droga efectiva, quizá tan popular como el café (aunque con una historia más negra, a decir de las cruentas guerras que ha habido, y aún hay, desde que el ser humano inventó el monoteísmo. Depende de quién defiende un credo u otro, cada uno pelea por el territorio donde se distribuye esta droga tan pía).

Antes de recibir la excomunión,  por algún jefe de cartel, prosigamos.

Tengo un alumno de doctorado que de plano me dice sin pena ni remordimiento: “Profe, hoy me duele la cabeza porque tengo varios días de no jugar video juegos. Mañana llegaré tarde, pues hoy en la noche irán a mi casa mis amigos para jugar Age of Empires. Así me despejo y soy más productivo”.

Y claro, un darwiniano como yo, ¿cómo puede reprender a este Homo sapiens tan honesto y tan ufano?

También tengo un amigo que se le escapa a su esposa una vez a la semana porque si no se va a bailar se siente mal; otra amiga que si no se va de viaje cada cierto tiempo no puede soportar la ciudad donde vive y uno que es adicto a comprar violines.

Así puedo seguir, listando drogas que parecen cómicas; como aquella que tenía una vecina: el sol. Si no se asoleaba a diario se ponía triste y lloraba.

Parece cosa de risa (o de llanto); pero así somos y no hay escapatoria. La naturaleza tuvo mucho tiempo para hacernos de esta forma. Primero nos hace proclives a preocuparnos por las cosas y luego dados a tener una adicción para olvidarnos de ellas.

Al menos sabemos que hay moléculas que controlan el sentimiento de placer-felicidad en la cabeza de un Homo sapiens.

Al menos sabemos que hay moléculas que controlan el sentimiento de placer-felicidad en la cabeza de un Homo sapiens: por ejemplo la dopamina, la serotonina y la oxitocina. Y como todos los que poblamos este mundo las tenemos afinadas en la cabeza en mayor o menor medida, cuando se salen de balance hay que recurrir a algo. Como no se ha inventado aquella droga artificial llamada soma, que mantenía contentos a todos los habitantes del Mundo Feliz de Aldous Huxley, no nos queda otra que recurrir a lo que se encuentre a mano. Se trata de que la vayamos pasando, con una infusión de alguna hierba: por ejemplo mate, como los argentinos. Que hasta en la calle van chupando la bombilla.

¿Cuál será mi droga favorita?

Quien escribe estas líneas, desde luego un Homo sapiens, se pregunta: ¿cuál será mi droga favorita? Si por azar y herencia del destino pude llegar hasta acá con el hipotálamo bien calibrado, ¿qué droga me sostiene cada día?, ¿qué sustancia me dispara adrenalina?

Ya que no fumo, no tomo, no me sabe el café ni el té ni el chocolate y para colmo soy ateo, no me queda otra explicación que suponer la existencia de otras drogas (etéreas, lúdicas y sublimes), para la gente como yo en este mundo … el trabajo, la lectura, la música y la amistad. Cuando no se puede dejar un libro sentimos lo que Borges decía que sentía: el descanso total, un viaje de euforia como el que se logra con el éxtasis. Y cuando las cosas salen bien en el trabajo y se charla con amigos, se siente que después de todo vale la pena la vida. El asunto es obtener placer en algún lado, segregar una substancia que nos llene por dentro con un halo de fruición y depender de ella a diario. Apoyarse en algo para aligerar la pesada realidad de la vida es nuestro recurso para no vencernos, para atrincherarnos cada vez que la mente o el cuerpo se ponen mal en un día gris.

Termino este texto, trivial para un tema tan complejo, compartiendo con todos, compañeros de evolución, una droga para mí muy efectiva (aunque en drogas se rompen géneros). Se trata de una voz excelsa que me produce dopamina. C2

 

 

Sobre el autor

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 3. Investigador titular en | Website

Sus intereses científico/académicos son: biofísica de membranas, fluidos complejos y el origen de las señales nerviosas. Le apasiona la divulgación científica, el arte y la cultura.

POR:

jcrs.mty@gmail.com

Sus intereses científico/académicos son: biofísica de membranas, fluidos complejos y el origen de las señales nerviosas. Le apasiona la divulgación científica, el arte y la cultura.

2 Comentario

  1. Cuando leí el primer párrafo pensé que hablabas de mí. ¡JA! Excelente nota. sin duda somos coleccionistas de adicciones. Felicidades!!!

    • Rodrigo -

    • 15 septiembre, 2016 / 08:35 am

    Yo tengo muchas adicciones, hasta parece que acumular adicciones también puede ser una adicción…
    Muy bonita reflexión liberadora de nuestros vicios públicos o bien privados. Incluye estructuras moleculares, eso sí que es raro de un físico…jaja. ¡Felicidades y que siga tu vicio de escribir!

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