Quizás todo mundo esté de acuerdo en que la historia del mundo sería distinta si no hubiesen existido los grandes científicos como Newton, Pasteur, Darwin o Einstein.

Sin duda, nuestra apreciación de la vida o de la Naturaleza no sería la misma sin sus descubrimientos y teorías. Pero, ¿qué pasa con los científicos que no fueron o no son tan famosos?, ¿realmente han contribuido o contribuimos a crear una sociedad mejor?, ¿somos ratas de laboratorio o de biblioteca que no salimos de nuestro escondite ni estamos interesados en comunicarse al exterior de nuestro ámbito de trabajo?

El imaginario popular pinta a los científicos con una bata de laboratorio, un tanto despeinados, quizás con gafas.

El imaginario popular pinta a los científicos con una bata de laboratorio, un tanto despeinados, quizás con gafas. En el ámbito personal, los científicos son vistos como personajes distraídos por tanto reflexionar, retraídos en su mundo y con poco interés por las cosas cotidianas. Y por supuesto que habrá quienes cumplan con estas descripciones, pero no es la generalidad. Habemos científicos que tenemos familias, participamos en movimientos ciudadanos, hacemos las compras de la despensa semanal, vamos al cine y comemos palomitas, hacemos deporte o tomamos algún curso de arte.

Quizás lo más importante de ser científicos es nuestro entrenamiento para afrontar de manera sistemática los problemas que acostumbramos resolver en nuestros ámbitos profesionales, pero también extendidos a nuestra vida diaria. Un procedimiento que se basa en la curiosidad por saber cómo suceden las cosas, en observar y recopilar la información que pudiese estar relacionada, en planificar y desarrollar metodologías que permitan contribuir a conocer más sobre el tema, en proponer respuestas y modelos que propongan soluciones a los problemas planteados. Esto puede aplicarse no sólo en un proyecto científico, sino en la forma de resolver los desayunos familiares, lo mismo que en diseñar un plan de estudios o en organizar un servicio de transporte público.

También hay científicos conscientes de cómo funcionan nuestra sociedad y la naturaleza.

Se tiene entonces un pensamiento crítico y de análisis, pero que viene acompañado también de una cultura científica mínima. En efecto, existen científicos que no saben más de lo que rodea su especialidad, por lo que terminan circunscritos a una región mínima de comprensión y alcance del mundo que le rodea. Pero también hay científicos conscientes de cómo funcionan nuestra sociedad y la naturaleza, por lo que están interesados en resolver problemas desde distintas trincheras. Lo ideal sería tener estos científicos en puestos claves de oficinas gubernamentales, de la iniciativa privada o de las organizaciones ciudadanas, y no sólo dentro de las universidades o centros de investigación.

Una opción aún mejor sería tener en cada representante gubernamental, en cada emprendedor, en cada profesor y en cada ciudadano, a un científico. Y no se trata necesariamente de hacedores de ciencia, sino de verdaderos portadores de la cultura científica. Una cultura que nos permita comprender nuestro entorno y utilizar las interrelaciones entre distintos conocimientos para que, a través de un análisis profundo, podamos resolver los grandes problemas que aquejan a nuestro país, desde el abasto de agua y alimentos, hasta el consumo energético y la contaminación ambiental, pasando por el combate a la pobreza, la salud pública y el incremento del grado escolar en la población. C2


 

Para leer más a fondo (en inglés y en castellano):

Hazen, R.M. (2002) Why should you be scientifically literate?

http://www.actionbioscience.org/esp/nuevas-fronteras/hazen.html

 

Sobre el autor

Desde 2004, Rodrigo Patiño es investigador en la Unidad Mérida del Cinvestav. Se interesa por la investigación interdisciplinaria; participa activamente como profesor de programas de posgrado y también en actividades de difusión y divulgación de la ciencia.

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