Cuando Nostalgia vio la luz por primera vez, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Ella era lo mejor que me había sucedido. Pasábamos juntos el día entero, en especial al principio, porque me necesitaba para todo; sin mí no podía crecer y hacerse fuerte. Éramos pocas personas cuidándola en ese entonces: mi esposa, mi hermano y yo.

En poco tiempo, Nostalgia se volvió más independiente de nosotros y más dependiente de otras personas. En sólo dos años ya habíamos contratado a más de cincuenta empleados para atenderla. Nostalgia se dedicaba, en un principio, a fabricar y comercializar electrodomésticos durables con un diseño de época. Entre los primeros productos que ofreció estuvieron los microondas estilo 1950, carritos para hacer palomitas de maíz de los tiempos del cine mudo, refrigeradores compactos retro y máquinas de helados vintage. Nostalgia dio el estirón rápidamente y se volvió muy popular.

Cuando era una joven recibí una propuesta que no pude rechazar y la llevé al altar del mercado financiero. La pequeña Nostalgia dejó mi apellido y tomó el que le correspondía a su nueva familia: se convirtió en Nostalgia Corporation. Fue como si se hubiera mudado a una montaña rusa, y no tardé en arrepentirme. Se volvió inestable y su humor empezó a fluctuar sin razón alguna. Además, descubrí compungido que ya nada era lo mismo. Las acciones que me llevé a casa eran solamente pedazos de papel que no tenían influencia alguna en ella.

Perdió su ternura y consideración habituales, y se dejó llevar únicamente por lo que aumentaría su valor en el mercado. Ahora sólo tenía oídos para números y tendencias; ninguna voz humana podía alcanzarla. Los números la hicieron despedir gente a su servicio, bajar el sueldo a los empleados, acortar la vida útil de los productos, sobornar a los inspectores ambientales y no pagar impuestos.

Mi familia y yo nos mudamos de ciudad pero seguíamos cerca de ella pues estaba por todas partes: en los aparadores de las tiendas, en las cocinas de nuestros amigos, en los anuncios de la calle; era enorme: altísima, gordísima, omnipresente. No había dejado de crecer desde que nació, lo cual era una anormalidad muy grave para una persona pero algo muy bueno en el mundo de los negocios. Nuestra pequeña Nostalgia idealista, con misión, visión y nuestros valores se había convertido en una cosa deforme y gigantesca que desayunaba, comía, y cenaba billetes empapados de sudor y smog.

Nostalgia desarrolló también una voz fortísima, capaz de romper vidrios y cambiar las opiniones de legisladores y líderes políticos. Ningún ser humano podía hacerse oír cuando ella opinaba.

Nostalgia amplió su gama de productos, inundando el mercado con réplicas de artículos antiguos como fonógrafos, teléfonos de disco, máquinas de escribir mecánicas, rocolas, radios de madera, relojes de cobre, carriolas de canasta, etcétera. Se decía que Nostalgia se había convertido en la nostalgia misma y su éxito se debía a la añoranza por tiempos más simples.

Fue en la cima de su crecimiento que Nostalgia se vio mezclada en un escándalo sin precedentes. Un modelo de carrito para hacer palomitas de maíz resultó defectuoso. Si se dejaba encendido por más de dos horas, se calentaba excesivamente, quemando a cualquiera que lo tocara. Pero además, un ejemplar explotó en la casa de un cliente y provocó la muerte de dos personas. Nostalgia tardó más de seis meses en aceptar su error y advertir a los demás usuarios. Para no gastar en reemplazar la pieza defectuosa, que costaba menos de veinte centavos, decidió ponerle a todas las unidades una etiqueta que dijera “No dejar encendido por más de dos horas”.

Sin embargo, cuando Nostalgia comenzó a sentir la presión de los abogados, realizó una jugada legal y se cambió el nombre: de Nostalgia Corp. a Nostalgia Inc. Cuando las familias intentaron demandar, se encontraron con que la Nostalgia que mató a sus seres queridos ya no existía y, por lo tanto, no recibirían compensación alguna.

Fue en este punto cuando mi esposa y yo consideramos destruir a Nostalgia. Era malévola, gigantesca, y con un poder descomunal. La noche de la conspiración estuvimos hasta tarde con mi primo el abogado, pensando en cómo acabar con ella, pero era demasiado tarde. Los brazos rosados y tiernos que alguna vez tuvo se habían convertido en tentáculos internacionales.

Y lo peor de todo, le dije a mi esposa, es que Nostalgia no es sólo una persona ambiciosa. Sería más fácil para la sociedad lidiar con ella si fuera una hija humana. Así podría ir a la cárcel o empezaría a envejecer y, después de varias décadas de daños, moriría. Pero Nostalgia no tiene límites.

Sobra decir que vendimos nuestras acciones. No queríamos tener nada que ver con ella ni con los suyos. Ese año, visitamos por última vez la fábrica que la vio nacer.

–Adiós, Nostalgia –Le dijimos. Y recordamos sus primeros años, cuando era pequeña y nuestra; cuando era más humana de lo que jamás sería. C2

 

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Sobre el autor

Escritora y traductora radicada en Morelos. Estudiante del Diplomado en la Escuela de Escritores Ricardo Garibay. Amante de los gatos y de las finanzas personales sanas.

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Escritora y traductora radicada en Morelos. Estudiante del Diplomado en la Escuela de Escritores Ricardo Garibay. Amante de los gatos y de las finanzas personales sanas.

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