“Profundo sur” es una columna un poco particular.

Transcribiendo conversaciones íntimas y a veces circunstanciales con artistas argentinos alrededor de sus obras recientes, dando cuenta de un lazo lingüístico atravesado por comidas, puertas que se cierran por el viento, cruzadas por montajes de exhibiciones, este espacio pretende recuperar un poco de todo eso a lo que lleva y de donde suelen venir las obras de arte: el momento del encuentro entre personas.

Por eso esta columna tendrá la naturalidad de un diálogo informal pero a la vez el extrañamiento de todo lo que se asume en una conversación entre amigos. Quienes lean esta columna podrán sentirse extranjeros durante un rato (no porque los diálogos sucedan en Buenos Aires) y al mismo tiempo nativos del terreno conversacional (no sólo porque manejemos el mismo idioma). Quienes lean esta columna invadirán un momento de charla entre dos personas que de a momentos, sólo de a momentos, gira en torno al arte. Leer esta columna resultará tan extraño como llegar a una conversación cuando ya ha comenzado: habrá cosas que no se entiendan del todo pero también muchas otras que se comprenderán porque todos alguna vez hemos entendido que hablar de arte es fundamentalmente hablar de todo el mundo que lo rodea.

El diálogo, en términos de la filosofía clásica, siempre fue un ejercicio de pensamiento en pareja. “Dia-logos” es pensar a través de la palabra, buscar respuestas con palabras a todo lo que la imagen, sin ellas, nos fuerza a buscar.

Es que si queremos derribar los muros del arte contemporáneo antes debemos saber cómo comunicarnos. Y Antonio Gramsci llegó a saber bien el valor del diálogo desde su encarcelamiento: “El que no es un técnico del trabajo intelectual tropieza, en su trabajo “personal” con los libros, con dificultades que le detienen y, a menudo, le impiden seguir adelante, porque es incapaz de resolver aquellas inmediatamente, lo cual es, en cambio, posible en el curso de la discusión oral” (Cuaderno XXII).

Pero acá no se va a pretender alcanzar ninguna “Verdad”. Ya estamos un poco cansados de querer cerrar los discursos y las intepretaciones alrededor de las obras de arte. A lo sumo lo mejor que puede provocar una obra, sea del siglo que sea, es un diálogo interminable. O mejor dicho, un diálogo que sólo termine cuando algunas dudas estén resueltas.

Hablamos desde lo profundo porque estamos al sur y porque nuestro tono de voz es susurrado, pero constante. Los gritos desde arriba son menos efectivos que las dulces palabras desde abajo.

¡Bienvenidos a la columna de las dudas y las indefiniciones!

 

 

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