Mi experiencia como “traductor” no es, en verdad, muy amplia, y está referida sobre todo a poetas, narradores y ensayistas brasileños, angolanos y portugueses; he sido co-traductor de algunos autores franceses y coreanos.

Por eso, cuando conocí en Uruguay al escritor árabe Iskander Ibn-Jamed, hace años, y éste me habló del poeta árabe islámico Muhammud Ibn-Al Mahad, algún genio del desierto de la Arabia Feliz, de seguro, me incitó secretamente a solicitar más información y, sobre todo, textos de aquel vate totalmente ignorado por críticos y colegas míos de varios países.

Iskander me proporcionó, a saber el porqué, preciosa documentación, ya en formato libro, ya en fotocopias, y aun manuscritos. Dada mi pobreza en el manejo de esos idiomas, recurrí al asesoramiento de amigas y amigos, por lo que, estimulado por posibles hallazgos, comencé un trabajo -casi obsesivo-  que di por finalizado, más por imposibilidad de un acabado satisfactorio, que por fatiga laboral, al cabo unos diez años.

Alguna vez dije que, en la medida que mi trabajo avanzaba y que mi relecturas del Corán y de los Hafices me daban apoyo, sentía mayor el peso de la mano de Al-Mahad sobre las mías. Hasta perdí noción de mano diestra y/o siniestra. Hasta escuchaba voces que parecían venir de las escuchadas por mí en Ubekistán, en Tartaria, en Egipto. Hasta veía, o creía ver, mezquitas y madrasas, figuras con su chilaba inclinándose durante las cinco oraciones, figuras humanas que lavaban cara y manos y pies con arena a falta de agua. Hasta percibía los aromas movedizos del desierto (metáfora del infinito alcance de Alá).

Y en ese desierto aparecía la tienda adonde descansaba la Amada, que la escritura de Al-Mahad impulsaba a unirse con el poeta, tal vez buscando la unidad mística (como recuerda la maestra Reyna Carretero Rangel) que, en otro plano, Arabí, Shams y Rumi procuraron entre el hombre y la Divinidad.

No puedo ocultar, como mero “traductor”, la fascinación que Al-Mahad todavía ejerce sobre mi ánima de ateo ferviente, al punto que, no pocas veces, sus versos pasados al español me hablan con sonidos que no corresponden a mi lengua materna, ni a ninguna otra que haya escuchado o estudiado. Y creo comprender el ritmo de esos mensajes, sobre todo cuando la Amada se inclina hacia mí para que mis dedos acaricien su cabello de sombra. C2


Referencias

. Muhammud Ibn Al-Mahad, Cantos a la Amada, Praxis, México, 2009.

. Reyna Carretero Rangel, “Acta poética” 35-2, julio-diciembre 2014 (69-81).

Sobre el autor

Excelso poeta uruguayo radicado en México.

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Excelso poeta uruguayo radicado en México.

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