Todo lo que hacemos es tiempo robado: leer nos quita tiempo, amar nos roba tiempo, deberíamos trabajar, estudiar, ser productivos…

Eso dicen las personas que son engranes, trabajadores al servicio de máquinas sin rostro, personas que critican a los que, sentados en una banca del parque, leen o miran árboles; critican a los que no saben de economía porque gastan su vida mirando aviones, critican a los que “no votan por su oficio”. En la apología del ocio, Robert Louis Stevenson, defiende la (aparente) desocupación de algunas personas que son acusadas de hedonistas cirenaicos (cirenaico: satisfacción del placer individual sin importar lo demás). A pesar de que Stevenson es más conocido por sus novelas, sobre todo por Dr. Jekyll y Míster Hyde, Secuestro, y  La isla del tesoro, también tuvo éxito gracias a sus poemas, ensayos y relatos.

Lo primero que leemos es Apología, la primera palabra del título nos remonta a la más famosa de las apologías, la de Sócrates escrita por Platón. ¿Por qué habrá escogido ese título y no otro? Tal vez porque Stevenson había estudiado leyes y quería argumentar de tal forma o probablemente porque dicha palabra contiene dos significados que condensan lo que él quería: alabanza y justificación. Después, en el mismo título leemos ocio; puede que recordemos las veces que fuimos acusados de ociosos, flojos o huevones; sin embargo, el autor especifica que el ocio, como tal, no significa no hacer nada, sino “hacer mucho de lo que no está reconocido en los formularios dogmáticos de la clase dominante”. Esa misma palabra también nos recuerda a los griegos de la época clásica,  donde estaba mal visto trabajar ―eso era para los esclavos―. En ese entonces los ciudadanos se dedicaban a compartir ideas, platicar con amigos, dialogar en plazas públicas y debatir a toda hora. Uno de los factores principales por los que los griegos fueron una sociedad cumbre e hicieron sentir su influencia en todo occidente, fue aquella ociosidad tan criticada en nuestros días, misma que Stevenson intenta reivindicar.

Robert Louis Stevenson
Robert Louis Stevenson

Stevenson no sólo defiende las actividades no reconocidas, sino también la vida, porque lo que “recordaremos no serán los tiempos de estudio y desvelo”, sino todas las horas de relajo y relajamiento, nuestro llamado “tiempo libre”, además, insiste, citando a Balzac y Dickens, que la calle es la mejor escuela, porque la calle entrega títulos en “el Arte de la Vida” y “quien no aprende en la calle es porque no tiene capacidad para aprender”, y agrega, “como si el alma no fuera de por sí suficientemente pequeña, han empequeñecido las suyas, mediante una vida dedicada al trabajo y carente en absoluto de juego”. A lo largo del texto, que muestra una prosa reconocida como las mejores de Escocia, expone varios ejemplos, utiliza algunos diálogos y cita frases populares y de otros autores.

[blockquote author=”” pull=”pullright”]La ociosidad es un arma muy poderosa, “madre de todos los vicios y el coronamiento de todas las virtudes”[/blockquote]

La ociosidad es un arma muy poderosa, “madre de todos los vicios y el coronamiento de todas las virtudes”, como plantea el dicho popular; Stevenson le apuesta a las virtudes del ocio, él mismo es considerado por muchos un vagabundo perpetuo que supo aprovechar al máximo su tiempo de esparcimiento; trataba de huir de la tuberculosis que lo asediaba en cada lugar donde se encontraba y por eso viajaba mucho en busca de un clima que lo ayudara; quizás eso sólo era el pretexto para encontrar más historias. Borges lo menciona no sólo como un gran prosista, con un estilo sencillo, modesto y simpático; también dice que “es un amigo muy querido que la literatura me ha dado”. Además, Borges estaba de acuerdo con Stevenson en que “la ficción no puede competir con la vida salvo por su inmensa diferencia con la vida misma; la vida es monstruosa, infinita, ilógica, abrupta e intensa; una obra de arte en cambio, es nítida, finita, independiente, racional, fluida y estática”. Borges lo estimaba tanto que en el catálogo de sus predilecciones dijo: “Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson”.

En la lucha en pro del ocio que emprende Stevenson menciona que los eruditos y especialistas de alguna rama de las ciencias o de algún campo de estudio particular, terminan como “búhos viejos… y se muestran secos, rancios y dispépticos en los mejores  y más brillantes aspectos de la vida”. “¿No estaría acaso el estudiante dispuesto a entregar algunas raíces hebreas, y el hombre de negocios algunas de sus coronas, por compartir algunos conocimientos que el ocioso posee sobre la vida en general y sobre el Arte de Vivir?” Aquí marca un aspecto importante, la diferencia entre el conocimiento adquirido en la escuela y los libros, contra la sabiduría que da la vagabundez, porque los que “dedican su vida entera al trabajo y carecen de juego; al llegar a los cuarenta ahí los tenemos, con una atención distraída, la mente vacía de toda diversión, y ningún pensamiento que frotar con otro mientras esperan el tren… ahora la pipa los ha consumido, el rapé se agotó, y mi hombre se halla tieso, sentado en una silla, con los ojos lastimosos. Esta forma de éxito no me parece atractiva en lo más mínimo”.

La lectura de la Apología del ocio es obligada, el autor en cuestión es el precursor o inspiración de literatos como Chesterton, Borges, Kipling, Marcel Schwob por citar algunos; su prosa y estilo son muy agradables; es como un paseo en un camino suave.

En busca de un clima perfecto que le pudiera otorgar más salud, Stevenson terminó en Samoa, isla del pacífico, donde pereció. La muerte de Stevenson en ese sitio fue interpretada por Borges como la culminación de su vida y su confirmación como héroe literario. Es así que para escritores, gente consternada con la vida y los desocupados, es recomendable su lectura. C2


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UACM del Valle

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