El contexto ante el cual se presentó “La política como vocación” era el de una Alemania imperial pero en franca decadencia. El sociólogo no dudaba en advertir que la situación de crisis que vivía su país en los inicios del siglo XX era producto en gran medida del actuar irresponsable de las élites políticas (prusianas) del imperio.
El antecedente de Bismarck, consideraba Weber, había dejado a Alemania “20 años de atraso respecto al resto de Europa… una nación sin la más mínima voluntad política, acostumbrada a que fuera el gran estadista al frente de ella quien se ocupara de hacer política” (Weber, 1982: 124). Para Weber el capítulo Bismarck dejó una Alemania huérfana de toda forma de organización civil y con políticos de muy mediana estatura.
Weber observó en Bismarck la encarnación pura del liderazgo o dominación carismática, misma que suele agotarse con el personaje. Así, lo que preocupaba a Weber era el vacío político que dominaría a Alemania los años de transición del siglo XIX al XX. El sociólogo veía un imperio de súbditos muy lejano de una nación de ciudadanos. Con un gobierno con un “nivel intelectual profundamente bajo”.
Weber alegaba la necesidad de elecciones populares libres que permitieran la emergencia de nuevos liderazgos políticos. El sistema Bismarck funcionó con cuatro bases de poder que Weber define de la siguiente manera: 1) Bismarck mismo, como líder político carismático; 2) la monarquía, prusiana en su mayoría; 3) la burocracia y 4) el parlamento.
Los partidos políticos habían logrado ser partidos ideológicos y promotores de cargos; esto último, al ganar peso frente a la ideología, no permitió un proceso de burocratización acertado, es decir, la burocracia no se profesionalizó. Este cuadro era lo que en el fondo impedía la emergencia de nuevos liderazgos políticos.
Weber vislumbró que los políticos de la época pasaron de vivir para la política hacia vivir de la política. Como sabemos, la distinción no es excluyente pero funciona para hacer un primer corte que permite observar que funcionario no es igual a político, cosa que interesaba a Weber dejar bien claro.
Weber vislumbró que los políticos de la época pasaron de vivir para la política hacia vivir de la política.
El funcionario no puede seguir sus convicciones sino servir a intereses supra personales y quizás ajenos, incluso contrarios a sus propias convicciones. El político por su parte, debe luchar públicamente por sus convicciones, dejar claro que son ellas las que mueven su actuar.
De esa manera el funcionario se mantiene al margen de la lucha política, mientras que el político está en el centro de la misma. Para Weber lo que en el fondo los distingue es la “responsabilidad” con la que rigen sus actos. Dejando claro que cada uno tiene su propio espectro de “responsabilidad”, muy diferente el uno del otro.
Max Weber separa su ponencia en dos secciones. En la primera se ocupa de cómo se estructuran las asociaciones políticas en los Estados modernos. Esta estructuración abarca la dirección política, la administración y los partidos políticos, mientras que la segunda sección es un esbozo de tipología de lo que él alcanza a percibir como el “político”.
Los estudiosos de Max Weber, como Raymond Aaron (1991), Francisco Gil Villegas (2015) y Wolfgang Schluchter (2017), aseguran que el sociólogo amplió considerablemente la versión escrita de la ponencia, sobre todo en la parte que respecta a la estructuración de las asociaciones políticas. Es quizá por ello que Weber comienza presentando los tres tipos de dominación legítima (racional, tradicional y carismática) para avanzar hacia una contraposición de dos tipos de democracia: “la democracia sin caudillo” y “la democracia caudillista con maquinaria”.
Desde este momento Weber avanza ya una tipología donde considera que el líder es “dominador” porque así lo quieren los “dominados” y es este reconocimiento el que lo legitima mediante la puesta en marcha de elecciones populares. Se trata de una especie de dominación carismática pura que avanza hacia lo racional al acudir a elecciones.
El carisma genuino Weber lo define como aquel que posee lo que otros no (algún atributo sobrenatural). Schluchter señala que Weber se refería a la “voluntad”. Así, el líder carismático se distingue del resto por su fuerza de voluntad y de ahí que sus seguidores lo consideren un ser “extraordinario”.
El carisma genuino Weber lo define como aquel que posee lo que otros no (algún atributo sobrenatural).
El líder se transforma en caudillo en cuanto recluta seguidores que se encargan de ayudarle a llevar adelante “su voluntad”. Si el caudillo se muestra eficiente, la lealtad junto con número de seguidores se incrementará.
Weber asegura que la dominación carismática es extraordinaria y fuera de lo cotidiano (no es tradicional, ni legal-burocrática, aunque aspire a serlo), y emerge en momentos de crisis en los grupos humanos (crisis sociales, políticas o económicas).
Weber concluye que en los Estados modernos los líderes carismáticos acuden a la dominación legal mediante el principio democrático de la elección. Por ello, para Weber la democracia plebiscitaria es el instrumento preferido de los caudillos. Nuestro sociólogo piensa sobre todo en el sistema presidencial norteamericano que en esos momentos se encontraba en proceso de institucionalización perdurable gracias a las maquinarias electorales que representaban los partidos políticos y a la profesionalización de la burocracia mediante un servicio civil de carrera. Hasta aquí la forma.
El fondo o “espíritu” del político es en la segunda sección del escrito de Weber. El sociólogo alemán se preocupa por las tensiones existentes entre las intenciones políticas y la realidad. Una vez más, para Weber la actividad política es un problema de sentido y por ello es que se permite trazar una tipología.
Weber considera que carisma, liderazgo y vocación son conceptos que marchan juntos pero donde siempre uno se sobrepone a los otros dos. Así es que señala tres tipos de políticos sin vocación: el funcionario, el político literario y el luchador por un ideal.
Del funcionario ya hemos hablado, es aquel que se debe apegar a lo establecido incluso cuando va en contra de sus propias convicciones; el político literato se queda en el mero ámbito especulativo y su principal debilidad es la vanidad. Carece de juicios políticos elaborados y ello lo oculta detrás de “gestos ostentosos pero vacíos”.
Del funcionario ya hemos hablado, es aquel que se debe apegar a lo establecido incluso cuando va en contra de sus propias convicciones…
El luchador por un ideal, se entrega a una causa de manera incondicional por lo cual actúa de manera “irresponsable” al no considerar las consecuencias materiales de su lucha. Al ignorar abiertamente la realidad, el luchador por un ideal cae en una visión doctrinaria que lo aproxima al fanatismo religioso.
Por otro lado, aparecen los políticos de responsabilidad o con vocación. Contrario al luchador por un ideal que se rige por una convicción o valor supremo, el político con responsabilidad prioriza el éxito. Weber lo llama entonces “ético de responsabilidad”, pero bien lo pudo haber llamado “político realista”. Sin embargo el sociólogo decide no llamarlo así (RealPolitik), sino “responsable” porque considera que este sería el “mediador” entre la convicción y la realidad política.
Así, Weber distingue entre tres tipos de políticos (o maneras de hacer política); tres fondos o espíritus: el político de convicción, el político de responsabilidad y el RealPolitik.
Las precauciones tomadas por Weber obedecen al momento que Alemania vivía. El sociólogo sabía que los políticos “doctrinarios de convicción” y los luchadores por un ideal aparecían por todos lados bajo la forma de falsos demagogos. Weber los quiere denunciar y lo hace mediante su tipología donde termina separando políticos “responsables” de “falsos políticos”. En este respecto Weber es contundente en el cierre de su conferencia al señalar:
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