Para: Melissa, Kayaya y Norma
Porque ser mujer les sea un orgullo,
un privilegio, una búsqueda constante
y no una cruz, ni pesada ni ligera.
Te percibía ondulante en la cúspide que formabas en el vientre de tu madre. Ella caminaba desesperada, intentando abreviar la espera y la distancia. Había llovido en esa madrugada de junio y las hormigas chicatanas tapizaban la calle y recordaban mi niñez, cuando gozosos las veíamos salir mágicamente ¡a saber de dónde! presurosas por recorrer cada centímetro del suelo en el menor tiempo posible.
De niños nuestros ojos se sorprendían al ver que había chicatanas voladoras, intrépidas, eran más grandes y aventureras, exploraban las alturas, a veces volvían a caer al suelo y se escondían en la multitud de sus compañeras, sacudían el orgullo e intentaban un nuevo vuelo; ¿o serían acaso otras?, solidarias compañeras que intentaban compartir un solo empeño, ¡a saber! Corríamos detrás de tantas, metiéndolas en un botecito y haciéndolas desfilar hacia él, una tras otra, atrapando tantas como nuestras pequeñas manos nos permitían; pero las chicatanas exploraban el pequeño bote y preferían la anchura de la calle, saliendo incesantes y firmes a buscarla.
[blockquote author=”” pull=”pullright”]Pero esa madrugada de junio un sapo me sacó de mis cavilaciones…[/blockquote]
Alguna suerte de magia debía ocurrir entonces, porque después de un rato conservábamos algunas y, con ellas, deshacíamos la distancia hasta la cocina y ahí las colitas de las chicatanas eran desprendidas y puestas en un sartén, mientras que una madre amorosa las tostaba y daba a sus hijos, envueltas en tortillas calientitas, en un exquisito banquete aderezado con el sudor del triunfo de la recolecta. Pero esa madrugada de junio un sapo me sacó de mis cavilaciones, su lengua veloz hacía desaparecer el gozo de las chicatanas, que repetían el ritual de recorrer incesantes la calle.
La luz del día se avizoraba aún muy tenuemente, las luces de los postes le ganaban en intensidad y el revolotear de las chicatanas ofrecía un murmullo que luchaba por ser distinto al del transformador de energía eléctrica puesto en el poste. El sapo seguía cazando, su lengua atraía más y más chicatanas a su barriga, que las guardaba como si fuera un botecito; pero de ahí sí no salían. Me asombré al ver la habilidad de cazador del sapo, apenas si se movía, disparaba su lengua para capturar a la presa y volvía a quedarse quieto, con “el ojo vivo y tiesa la canilla”
Un “¡ya vámonos!” desesperado desencantó mis asombros.
Tu madre y yo con notas en desorden, tu padre intentando una armonía matemática.
Caminamos tres cuadras, recorridas a intervalos de contracciones, llegamos a esa puerta que trasudaba olor a medicinas y alcohol e iniciamos un concierto de toquidos. Tu madre y yo con notas en desorden, tu padre intentando una armonía matemática. Aunque la composición nos pareció exageradamente larga, a los 5 minutos abrió la puerta un somnoliento personaje, quien musitó en la penumbra: “ahorita la atiendo señora”, tu madre elevó un tono para decir “¡ya no aguanto, doctor!” Yo intentaba armonizar las notas recomendándole a tu madre: “mete el aire por la nariz y sácalo por la boca” y ella parecía estar más concentrada en finalizar el concierto y no en qué notas armonizar, ni qué batuta tomar. Pero era sólo la apariencia, porque en cada centímetro de su piel y en la tibieza de su ánimo agitado se iba iluminando un magnífico pentagrama, salpicado de una algarabía de notas de intensos colores y tonos cálidos, tenues, brillantes. Yo seguía de necia recomendando armonizar las notas, palpando las ondulaciones de su vientre, tratando de transmitir esa armonía que con palabras no podía.
Tu padre había desaparecido veloz, dejando trunca su participación con la armonía matemática. Y en una confluencia perfecta en que la luna se despedía y los rayos del sol afloraban presurosos llegaste tú, atisbando el nuevo día, mostrándonos tu cabeza negra, saturada de notas musicales, tantas que pasé varios minutos tratando de secar la tinta fresca que aún tenía adherida. Luego te vi desplegar las extremidades y extender tus pequeños dedos, saludando al mundo. Minutos más tarde, ya acicalada, te llevé con tu madre y las tres celebrábamos felices, radiantes, orgullosas, plenas; mientras el médico recogía afanoso algunas notas musicales esparcidas por el suelo. C2
Maria D. Castillo -
Es hermosa y tierna esta historia. Me encantaron las observaciones sobre las hormigas, el sapo y el contraste con la música y la espera del nacimiento de un nuevo ser. Mi madre me escribió una canción cuando nací y esa narración también evoca la música. Al parecer el acto creativo de la naturaleza puede tener expresiones armónicas que el oído también puede percibir. La autora tiene otros cuentos?
María Teresa -
Hola María:
Gracias por el comentario. Sí, tengo otros cuentos, pero como dice mi colega Carlos Ruiz, director de C2: escribir es corregir. Las otras narraciones deberán pasar por cirugía para adaptarlos a estos tiempos y pasar por el ojo aguileño de la revista. Escribir/corregir cuentos para mí es una actividad emocional tremenda, muy desgastante. Vivo muero y revivo con las palabras, con las frases que sudan mi sangre. Saluditos. Tere