Texto publicado recientemente en Avance y Perspectiva
Sabemos, porque lo hemos escuchado y leído siempre, que para enfrentar una enfermedad infecciosa debemos fortalecer nuestro sistema inmune. Tal sistema es la barrera que activa el cuerpo contra las infecciones producidas por bacterias, parásitos y virus. También sabemos que lo podemos fortalecer alimentándonos bien y teniendo buenos hábitos.
“El hombre es lo que come” escribió en 1850 Ludwig Feuerbach, filósofo y antropólogo alemán.
Dicho lo anterior, no es mi deseo abordar el tema de las estadísticas en cuanto al Covid-19 se refiere: las curvas de crecimiento exponencial de las personas que caen enfermas, las comparaciones entre países, los escenarios que se auguran, etcétera. No es que esté harto de tanta información, pues tenerla ayuda, pero no hay mucho que agregar. Vemos la alarma crecer y no podemos más que alimentarnos bien y esperar en aislamiento a que la epidemia mengüe.
Tampoco deseo escribir sobre el diminuto coronavirus que utiliza la maquinaria de nuestras células para multiplicarse y enfermarnos. De eso ya hemos leído bastante. De lo que quiero escribir, en estos tiempos de reclusión, es de esos “entes abstractos” que utilizan nuestra mente para replicarse y enfermarnos.
Se llaman memes, y quien los concibió fue Richard Dawkins en 1976. Para Dawkins la transmisión cultural es similar a la transmisión genética y por ende da lugar a una evolución cultural. La parte emblemática de su propuesta es que en ambas transmisiones, genética y cultural, se requiere algo para que se replique. Para que exista vida, el gen; para que exista cultura, el meme.
En los genomas de mi padre y madre hubo un gen que se encargó de colorear mis ojos con un tono café (ese gen se replicó); y mi lengua materna es el castellano, porque el de ellos lo era e igual se replicó en mí.
Seamos más precisos. Dawkins afirma que sólo es con la imitación como los memes pueden replicarse. Pero justo como no todos los genes pueden hacerlo correctamente, algunos memes tienen mayor posibilidad de replicarse que otros. El meme aristotélico que rezaba que “los objetos más pesados caían más rápido” se replicó en la mente del ser humano por dos milenios, hasta que llegó Galileo y dejó caer dos objetos iguales de la Torre de Pisa, uno pesado y otro liviano, y demostró que no era así.
No sabemos bien durante cuántos siglos se replicó en el mundo antiguo el meme de los dioses griegos, pero es claro que ese sí desapareció. Porque nadie le reza hoy a Zeus, a Hera, a Artemisa… Sin embargo, los judíos crearon otro meme (Dios), que luego los romanos replicaron, lo llevaron a España y, después, los españoles trajeron a este continente. No la tuvieron fácil, los colonizadores lo replicaron a latigazos y campanas. Hay evidencias de que los colonizadores llevaban así a los indígenas de América a las iglesias. Ahora sólo bastan las campanas.
Mi madre hizo lo que pudo para que en mi cabeza se replicara el meme dios. Pero no prosperó en su propósito. Y no es que yo haya leído El espejismo de Dios de Dawkins (2006), para bloquear ese meme. No, me hice ateo sin ayuda del autor inglés. Desde luego ahora recomiendo ese libro siempre que tengo oportunidad. Como ahora, que tenemos tiempo para leer.
Hay memes que perduran, otros que no. El meme que hizo ganar a Trump la presidencia de los Estados Unidos fue: Make American Great Again. Un meme que cundió como peste y se replicó en la mente de los votantes que creyeron en él. Ya muy pocos le dan valor. El meme que descarriló a Sanders hace unas semanas en su fulgurante carrera para ganar la candidatura del partido demócrata fue simplón, trillado, pero efectivo: Sanders es un peligro para USA. Ese meme ya se ha usado varias veces.
Muchas personas critican que Dawkins se tome la libertad de usar metáforas o analogías en sus libros. Por ejemplo, la analogía de gen con meme. A mí me gustan licencias así. No hay forma de construir una idea o concepto sin recurrir a otros, uno nunca parte de cero. Como los genes, los memes mutan, se replican y cambian por presión cultural. Hace poco tiempo era correcto iniciar una conferencia diciendo: “muchas gracias a todos por asistir”. Ahora es incorrecto y debemos decir: “muchas gracias a todas y todos”. Presión cultural, que muestra que sólo con ella se logra una evolución en la civilización.
El tema al que deseo llegar en esta cuarentena que nos tiene trabajando en casa, leyendo y pensando, es el siguiente: ¿Habrá un sistema inmune que se erija en barrera contra memes perniciosos? ¿Se podrá fortalecer el sistema inmune en nuestras cabezas para que los memes que pululan en las redes y noticias, que crecen en forma exponencial, no nos infecten? El coronavirus es una calamidad genética para los seres humanos, pero con él vienen muchos memes que también son una calamidad. Basta ver las bolsas y monedas del mundo que se han derrumbado como por arte de magia, dejando la economía en la zozobra. Al Covid-19 no se le puede cargar todo el muertito. Son los memes, que nos meten el pánico a la mente, los culpables.
Lo peor de todo es que no viajan en avión, como el Covid-19 lo hizo de una parte del mundo a otra. Los memes viajan a la velocidad de la luz. Tal vez sea una exageración. El hecho es que un meme nace al otro lado del mundo, y en este lado de inmediato se propaga.
¿Cómo reflexiona cada uno de nosotros por las noticias que nos llegan? ¿Nos desalentamos, nos causa estupor lo que ocurre? ¿Lo comentamos con alguien? ¿Nos sumimos en la desesperanza? ¿Lo tomamos con filosofía?
El sistema inmune que puede protegernos contra la invasión de memes, para seleccionar y replicar sólo los saludables, es la cultura. De la misma forma que una buena genética y una buena salud, nos hacen fuertes y hasta inmunes contra esa molécula escondida en el nano-caballo de Troya que nos invade; una buena cultura y salud mental nos pueden dar defensas para que el Apocalipsis escondido en la coraza de los virus mediáticos, no se apodere de nuestras mentes.
Albert Camus, en su novela de 1947 La Peste (que trata de una epidemia en la ciudad Orán, Argelia), escribió:
“En tales momentos de soledad, nadie podía esperar la ayuda de su vecino; cada uno seguía solo con su preocupación. Si alguien por casualidad intentaba hacer confidencias o decir algo de sus sufrimientos, la respuesta que recibía le hería casi siempre. Entonces se daba cuenta de que él y su interlocutor hablaban cada uno de cosas distintas. Uno en efecto hablaba desde el fondo de largas horas pasadas rumiando el sufrimiento, y la imagen que quería comunicar estaba cocida al fuego lento de la espera y de la pasión. El otro, por el contrario, imaginaba una emoción convencional, uno de esos dolores baratos, una de esas melancolías de serie. Benévola u hostil, la respuesta resultaba siempre desafinada: había que renunciar. O al menos, aquellos para quienes el silencio resultaba insoportable, en vista de que los otros no comprendían el verdadero lenguaje del corazón, se decidían a emplear también la lengua que estaba en boga y a hablar ellos también al modo convencional de la simple relación, de los hechos diversos, de la crónica cotidiana, en cierto modo. En ese molde, los dolores más verdaderos tomaban la costumbre de traducirse en las fórmulas triviales de la conversación. Sólo a este precio los prisioneros de la peste podían obtener la compasión de su portero o el interés de sus interlocutores.”
Ahora que caímos prisioneras y prisioneros de esta peste viral, biológica y cultural, lo mejor es fortalecernos. Somos lo que comemos; somos lo que leemos, vemos y escuchamos.
“We are built as gene machines and cultured as meme machines, but we have the power to turn against our creators. We, alone on earth, can rebel against the tyranny of the selfish replicators” (Richard Dawkins). C2