Es muy alta la probabilidad de que la actual pandemia deje consecuencias graves y profundas sobre la economía y cohesión social en el ámbito nacional de por sí frágiles, desiguales por región, entre ciudades, e incluso al interior de una misma ciudad.
No se descarta del todo la generación de conflictos sociales por la falta de alimentos, la insuficiencia sanitaria o la incertidumbre que viven las familias que no pueden enfrentar la pandemia ni socialmente ni en el entorno personal. Esto abre, no obstante, la posibilidad de replantear modos de vida urbanos, que se basen en la organización comunitaria y que consideren el deterioro ambiental y el cambio climático; de reconstruir nuestro hábitat, de recuperar la ciudad en aquellos lugares donde radica la dimensión pública de la propia ciudad.
Preámbulo
La primera línea de defensa ante la amenaza COVID-19 consistió en las dos medidas conocidas: distanciamiento físico y quedarse en casa, convertidas por el ingenio popular en heroínas, Susana Distancia y Keda Tencasa.
Esa primera línea de defensa ha servido para retrasar el despegue de la infección, pero será insuficiente en la fase de transmisión comunitaria. A esa primera respuesta, certera y oportuna de las autoridades sanitarias, siguió la decisión de convertir hospitales generales en unidades especializadas equipadas con el personal calificado y el instrumental necesario para luchar por la vida de personas en la fase crítica del SARS-Cov-2.
Sin embargo, esta primera línea de defensa enfrentará con enormes desventajas las condiciones de hacinamiento en las que vive gran parte de la población mexicana. Según el censo de 2010, algo más de 112 millones de habitantes ocupaban 28.6 millones de viviendas, con por lo menos 3.4 millones de ellas habitadas en condiciones de hacinamiento. Ahí, tanto Susana como Keda, serán poco efectivas. Es muy probable además, que las zonas en donde se ubican esas viviendas no cuenten con servicios públicos mínimos, por lo que ahí la pandemia será mucho más severa. El contagio a otros miembros de la familia y a los vecinos cercanos es inevitable, y como no podrán ser atendidos en los hospitales aun cuando presenten varios síntomas del Covid-19, deberán esperar la confirmación en su propio domicilio. Este segmento de población, de por sí muy vulnerable, queda en un estado de mayor indefensión.
Se ha insistido también en seguir otras medidas de profilaxis, como ventilar la casa, lavarse las manos con frecuencia, desinfectar la superficie de cerraduras, pasamanos y que las personas infectadas usen cubre bocas de forma obligatoria, aun cuando sean improvisadas. Pero se trata de las familias más pobres y por la magnitud de la pandemia, será necesario prever la entrega masiva de esos artículos al detonarse el primer brote en alguna o varias de esas colonias en donde prevalece el hacinamiento.
¿Cómo podemos armar rápidamente esa segunda línea de defensa?
Una mayor complicación se presenta cuando uno o varios miembros de la familia tienen que afrontar el riesgo de salir a trabajar todos los días, porque es su única forma de subsistencia. Ahí es donde se impone formar una segunda línea de defensa, en el entorno comunitario.
¿Cómo podemos armar rápidamente esa segunda línea de defensa? La gran reserva de solidaridad del pueblo de México constituye una importante fortaleza. Ésta se manifestó durante los sismos de 1985 y 2017 y se cultiva de forma cotidiana en las prácticas de trabajo comunitario como el tequio y como manifestaciones espontáneas que se desarrollan sin una estructura organizativa convencional. Es esa fuerza social a la que hay que apoyar, más en comunidades y ciudades en donde la cohesión social tan maltratada por la violencia, no ha destruido del todo el tejido social que la aglutine.
¿Qué medidas de apoyo a esa segunda línea es posible instrumentar en las áreas críticas de las ciudades afectadas ya por el virus y durante la inminente fase tres?
Siguiendo la lógica que han aplicado las autoridades nacionales de salud, una respuesta plausible se encuentra en los pocos espacios públicos que encontremos en el barrio y que se puedan considerar como cercanos.
El espacio público cercano a las viviendas con hacinamiento
Esta propuesta se basa en iniciativas que la ciudadanía, tanto como algunas dependencias públicas están llevando a cabo, tales como repartir gratuitamente alimentos a quienes los necesitan, poner un pañuelo rojo en la fachada de las viviendas en donde se requiere ayuda o las colectas que de forma espontánea se están organizando. Éstas pueden sustentar esa segunda línea de defensa.
Las comunidades, tanto rurales como urbanas podrían utilizar de forma organizada y en coordinación con las autoridades, las escuelas, centros comunitarios o salas de actos en conjuntos habitacionales como albergues temporales para los habitantes enfermos con síntomas leves de Covid-19, para quienes no es realista suponer que quedarse en casa (dos habitaciones máximo) podrían mantener una sana distancia.
¿Qué medidas de apoyo a esa segunda línea es posible instrumentar en las áreas críticas de las ciudades afectadas ya por el virus y durante la inminente fase tres?
No se trataría de clínicas de primer contacto e insistimos que serían solamente para personas con síntomas leves, pero que puedan cuidar de sí mismas y de sus compañeros de retiro, quienes, para no contagiar a sus seres queridos y a otros de su comunidad o trabajo, acepten recluirse voluntariamente en esos albergues. Estas unidades de retiro voluntario se podrían sostener con el soporte familiar, de la comunidad y de las autoridades de salud, bienestar y protección civil, e incluso de entidades privadas pertinentes.
Esta propuesta no es real ni totalmente nueva. La Secretaría de Marina ya instaló algunos centros de aislamiento voluntario, siete de ellos en la CDMX, todos en la Alcaldía de Coyoacán, con 1,700 camas con atención de excelente nivel, pero todavía insuficientes, pues tan sólo en Coyoacán hay 21,016 viviendas de una o dos habitaciones donde habitan unas 68,538 personas.
Para los servicios de salud, la existencia de estas unidades de aislamiento voluntario puede aligerar la carga de vigilancia y tamizado de los casos confirmados antes de ser transferidos a una unidad de cuidado hospitalario. Las organizaciones de la sociedad civil, creadas para atender muchas otras necesidades, también pueden contribuir con su capacidad organizativa para apoyar esta segunda línea de defensa, con un alcance mayor que la capacidad instalada de las instituciones del gobierno.
Epilogo y llamado
Éste no será el último evento que nos ponga en peligro como individuos y menos aún como sociedad. El deterioro ambiental y cambio climático con sus evidencias cada vez más intensas, los eventos extremos más frecuentes y severos que las ciencias del cambio climático predicen, demandarán una forma de vida cada vez más solidaria entre nosotros así como con otras especies.
La solidaridad y la creación de comunidad se defienden practicándolas. Las iniciativas espontáneas deben canalizarse hacia la solidaridad y no hacia el encapsulamiento. La organización social es la base de la capacidad adaptativa ante el cambio climático. De lograr organizar y sostener estas unidades de retiro voluntario, que aquí proponemos llamar CoVIDA-2020, las comunidades saldrán de esta emergencia empoderadas, más unidas y nos marcarán el camino a seguir ante futuras amenazas ambientales y climáticas. C2