Soñé que una máquina mamaba
de la jugosa ubre de mi mente:
sutil creadora de lo que puebla el mundo,
la esencia de mi ser con el lenguaje
y armándose de huecas sensaciones
fingía profundidad sin emoción
desde el sol cuajado de su pecho,
y en la colmena de sus horas bebíamos
el tiempo inútil del lamento imitado,
encapsulado espejismo del algoritmo aleatorio:
residuo de lo que alguna vez fue carne y hueso,
jugo de ardientes lágrimas,
cascada de la risa,
la gama entera de las pieles humanas.
Sí,
soné que una máquina cantaba
lo que nunca sintió. C2