Retrato de la escritora gallega Rosalía de Castro. EFE/Archivo
Retrato de la escritora gallega Rosalía de Castro. EFE/Archivo

ROSALÍA DE CASTRO

[Santiago de Compostela, España, 24 de febrero de 1837-Padrón, España, 15 de julio de 1885]

Nació en Galicia en 1837 y compuso sus primeros versos antes de cumplir 12 años. En una sociedad ultraconservadora no se pasaba por alto el que Rosalía fuera hija natural: tenía 15 años cuando sus amiguitas se niegan a asistir a un baile en su compañía.

En 1856 Rosalía llega a Madrid cuando el romanticismo estaba en su apogeo y participa en diversas actividades: teatro, periodismo, recitales, y publica además, un poemario. La flor (1857), recargado con todo los clichés del byronismo à la mode: “¡Sola era yo con mi dolor profundo / en el abismo de un imbécil mundo!”, etcétera.

Sin embargo, en sus Lieders de 1858 se muestra más realista, declarando que “el patrimonio de la mujer son los grillos de la esclavitud”, idea que persiste, al referirse en 1866 a las literatas: “Los hombres no cesan de decirte que una mujer de talento es una verdadera calamidad…” Afortunadamente Rosalía contrajo matrimonio a los 20 años, tuvo muchos hijos, y la buena suerte de que su marido la estimulase a publicar Cantares gallegos (1863) y Follas novas (1880), poemarios memorables que restituyen al gallego como legítima lengua literaria y logran presentar con intensa autenticidad las tribulaciones de la gente más pobre y explotada de España.

Ya al finalizar su existencia –murió de cáncer en 1885 en el término municipal de Padrón– optando por una difusión más amplia de su obra, publicó en español una de las obras maestras del siglo XIX: el poemario En las orillas del Sar (1884).

 

LIEDERS (1885)

¡Oh, no quiero ceñirme a las reglas del arte! Mis pensamientos son vagabundos, mi imaginación errante, y mi alma sólo se satisface de impresiones.

Jamás ha dominado en mi alma la esperanza de la gloria, ni he soñado nunca con laureles que oprimiesen mi frente. Sólo cantos de independencia y libertad han balbucido mis labios, aunque alrededor hubiese sentido, desde la cuna ya, el ruido de las cadenas que debían aprisionarme para siempre, porque el patrimonio de la mujer son los grillos de la esclavitud.

Yo, sin embargo, soy libre, libre como los pájaros, como las brisas; como los árabes en el desierto y el pirata en el mar.

Libre es mi corazón, libre mi alma, y libre mi pensamiento, que se alza hasta el cielo y desciende hasta la tierra, soberbio como Luzbel y dulce como una esperanza.

Cuando los señores de la tierra me amenazan con una mirada, o quieren marcar mi frente con una mancha de oprobio, yo me río como ellos ríen, y hago, en apariencia, mi iniquidad más grande que su iniquidad. En el fondo, no obstante, mi corazón es bueno; pero no acato los mandatos de mis iguales y creo que su hechura es igual a mi hechura, y que su carne es igual a mi carne.

Yo soy libre. Nada puede contener la marcha de mis pensamientos, y ellos son la ley que rige mi destino.

 

¡Oh mujer! ¿Por qué siendo tan pura vienen a proyectarse sobre los blancos rayos que despide tu frente las impías sombras de los vicios de la Tierra? ¿Por qué los hombres derraman sobre ti la inmundicia de sus excesos, despreciando y aborreciendo después en tu moribundo cansancio lo horrible de sus mismos desórdenes y de sus calenturientos delirios?

Todo lo que viene a formarse de sombrío y macilento en tu mirada después del primer destello de tu juventud inocente, todo lo que viene a manchar de cieno los blancos ropajes con que te vistieron las primeras alboradas de tu infancia, y a extinguir tus olorosas esencias y borrar las imágenes de la virtud en tu pensamiento, todo te lo transmiten ellos, todo…, y, sin embargo, te desprecian.

 

Los remordimientos son la herencia de las mujeres débiles. Ellos corroen su existencia con el recuerdo de unos placeres que hoy compraron a costa de su felicidad y que mañana pesarán sobre su alma como plomo candente.

Espectros dormidos que descansan impasibles en el regazo que se dispone a recibir otro objeto que el que ellos nos representan, y abrazos que reciben otros abrazos que hemos jurado no admitir jamás.

Dolores punzantes y desgarradores por lo pasado, arrepentimientos vanos, enmiendas de un instante y reproducciones eternas en la culpa, y un deseo de virtud para lo futuro, un nombre honrado y sin mancillar que poder entregar al hombre que nos pide sinceramente una existencia desnuda de riquezas, más pródiga en bondades y sensaciones vírgenes.

He aquí las luchas precedidas siempre por los remordimientos que velan nuestro sueño, nuestras esperanzas, nuestras ambiciones.

¡Y todo esto por una debilidad![1]

 

 


 

 

Adela Zamudio a principios del siglo XX.
Adela Zamudio a principios del siglo XX.

ADELA ZAMUDIO

[Cochabamba (Bolivia), 1854-1928]

Autodidacta, se dio a conocer como poeta en su adolescencia. Desempeñó cargos en el magisterio, llegando a ser directora del Liceo de Señoritas, llamado hoy Liceo Adela Zamudio. Asumió una posición de rebeldía intelectual contra el fanatismo religioso. tanto sus versos como sus cuentos y novelas  las puso al servicio de las luchas sociales, siendo en efecto una de las precursoras del feminismo sudamericano. En 1926 fue coronada por la ciudad de Cochabamba, donde murió dos años después.

 

NACER HOMBRE

¡Cuánto trabajo ella pasa
por corregir la torpeza
de su esposo, y en la casa!
(Permitidme que me asombre.)
Tan inepto como fatuo,
sigue él siendo la cabeza,
¡Porque es hombre!

Si algunos versos escribe,
de alguno esos versos son,
que ella sólo los suscribe.
(Permitidme que me asombre.)
Si ese alguno no es poeta,
¿Por qué tal suposición?
¡Porque es hombre!

Él se abate y bebe o juega
en un revés de la suerte:
ella sufre, lucha y ruega.
(Permitidme que me asombre.)
Que a ella se llame el “ser débil”
y a él se le llame el “ser fuerte”
¡Porque es hombre!

Ella debe perdonar
siéndole su esposo infiel;
pero él se puede vengar.
(Permitidme que me asombre.)
En un caso semejante
hasta puede matar él,
¡Porque es hombre!

¡Oh, mortal privilegiado,
que de perfecto y cabal
gozas seguro renombre!
En todo caso, para esto,
te ha bastado
nacer hombre.

 

PROGRESO

Hubo un tiempo de amor contemplativo
en que el saber, muy poco positivo,
confundiendo la tierra con los cielos,
ensalzaba las vírgenes modelos.

Y en que inspirándoles horror profundo
la realidad prosaica de este mundo,
las muchachas de quince primaveras
se arrobaban en místicas quimeras

Pero desde que el hombre sabio y fuerte,
compadecido de su incierta suerte,
discute con profundos pareceres
la educación moral de las mujeres;

desde que ha definido su destino,
no señalándole más que un camino,
y ni virtud ni utilidad concilia
sin la maternidad en la familia;

ya saben ellas desde muy temprano
que amar un ideal es sueño vano,
que su único negocio es buscar novio
y quedar solterona el peor oprobio.

Ninguna ha de quedar chasqueada hoy día
por elegir –como antes sucedía–
que hoy ocupa el lugar de la inocencia
la prematura luz de la experiencia.

Hoy del amor, preciso es no hacer caso,
porque el amor es pobre y pide plazo,
y por salir cuanto antes del apuro,
se acepta lo más próximo y seguro.

De modo que todo hombre hoy al casarse
podrá con la certeza consolarse
de que –a no serlo suya– siempre fuera
su adorada mitad de otro cualquiera.

 

EL HOMBRE

Cuando abrasado por la sed del alma
quiere el hombre, viajero del desierto,
laureles recoger,
al dintel de las puertas de la gloria.
“Detente aquí” le dice a la mujer.

Y al volver a emprender la ardua carrera,
si siente que flaquea su valor,
“Ven, ven –le dice entonces–,
tú eres mi compañera
en las horas de lucha y de dolor…”[2]

 

 


 

poesia-feminista-del-mundo-hispanico[1] Rosalía de Castro, en Poesía feminista del mundo hispánico (desde la edad media hasta la actualidad), Ángel Flores y Kate Flores, antologadores, Siglo XXI editores, 5ª edición, México 2002, pp 90-93.

[2] Adela Zamudio, en Poesía feminista del mundo hispánico (desde la edad media hasta la actualidad), Ángel Flores y Kate Flores, antologadores, Siglo XXI editores, 5ª edición, México 2002, pp 123-127.

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