—Señorita Gibalbín, el licenciado ya la puede atender, pase por aquí por favor —Dijo la secretaria.
—Sí, gracias.
Se levantó y siguió a la empleada por un largo y elegante pasillo que daba a una puerta mucho más amplia y separada de las demás.
Un momento —la joven tocó tres veces la puerta con los nudillos y se escuchó del otro lado un enérgico ¡pase! que el editor gritó.
Alina miró la oficina del editor desde el umbral y de una manera extraña sintió que todo le pertenecía.
—Pasa, pasa, toma asiento —la recibió atentamente el caballero.
—Sí, gracias Román —dijo Alina.
—Dime en que te puedo ayudar, ¿gustas un vaso de agua? ¿algo te apetece?
—¿El último libro es sobre mí, cierto? Lo sé, lo leí. —preguntó Alina sin reparar en el momento, introduciendo un tema antes tratado que no dejaba ir para mal del editor que tenía enfrente.
—Ya hemos hablado sobre esto en el teléfono, pensé que venías por otro motivo…
—¡Es sobre mí ese libro, carajo! ¡¿Por qué no lo ves?! Dime si es sobre mí, ¿lo es? – interrumpió tajantemente.
[blockquote author=”” pull=”pullright”]¿Dónde chingados estás en el libro?, ¡ya te dije que no volvieras a lo mismo![/blockquote]
—¡Que no!, ¿dónde chingados estás en el libro?, ¡ya te dije que no volvieras a lo mismo! —le gritó al tiempo de golpear el escritorio con ambas manos causando estruendo en los objetos que adornaban su mesa de trabajo.
Acto seguido, Alina se despegó del escritorio, dejó al editor con la cara encendida y enojada. Ensimismada, empezó a divagar con la mirada perdida. El editor la miró absorto, tratando de entender qué hacía allí. Pero nunca supo.
—El libro habla de mi Román, todos hablan de mí, soy su musa —le dijo volteando lentamente —su única musa.
—Después de ti, no volvió a escribir más, ya no eres su musa Alina, lo fuiste, sí, y vendió más que nunca contigo, pero al final, solo fue un simple historiador y se ha ido para siempre como novelista. Lo que fue contigo no volverá a ser.
—Pero él me dijo… —una rabia bajaba en sus lágrimas.
—Te tienes que ir Alina, esto no es sano para ti, y tengo mucho trabajo, mira tenemos que llevar el libro a tantas partes de la República. —Tomó el libro y le enseñó la portada con un gesto de empatía.
De un momento a un instante, la luz proveniente del día a través de la ventana revolvía todos los colores de las cosas en la oficina y producía un remolino de migraña y náusea.
—¡Eulalia rápido llama a los paramédicos, la viuda de Francisco se desmayó! y se golp… ¡llámales rápido!
Varios tonos fonéticos se acomodaron en algunas letras de su mente y en un rincón oscuro donde el entendimiento aún no se quería ir. Alina entendía, escuchaba, oía, percibía, sentía… ¡Eulalia chingadamadre llámales!…Alina… Alina…Alina…
[blockquote author=”” pull=”pullleft”]Todo lo que escribo es por inspiración tuya, ninguna línea, ningún verso, ningún poema es bueno sin ti[/blockquote]
—Alina, nunca voy a dejar de escribir de ti, todo lo que escribo es por inspiración tuya, ninguna línea, ningún verso, ningún poema es bueno sin ti, mágicamente nadie se ha fijado en los poemas que hago y que no son tuyos.
—¿Y tus escritos de Baja California? ¿Esos también son por mí?
—Más que ningún otro escrito, hermosa.
—Yo no soy una ciudad, tus poemas de amor son míos, pero los de la ciudad no me los puedo apropiar.
—Pero te los regalo.
—No lo quiero, mejor véndelos al periódico para comprarnos la casa rosa.
—Cada calle llega de la distensión que hay entre tus ojos, cada cerro es una curva de tus labios, cada lámpara en la calle es la posibilidad de algún brillo en tus ojos, cada cielo nublado es un cerrar de ojos y cada mañana de cielo hermoso es la primera mirada que das.
—¡Eres un poeta desvergonzado!, no tienes remedio Francisco. —le dijo en aquella cama que compartían y plantó un beso, que maduró excitado.
—Te abres entre las calles, emerges de la profundidad topográfica, en el abismo entre las gentes, en la diversidad de tu pensamiento y la etnia de las personas, eres el universo plasmado en gente, una gota de ciudad sumergida en psique, todo, todo, todo te pertenece a ti, Alina y a tu rostro…
—¿Qué tiene mi rostro? No le digas calle también a mi cara.
—Es en esa calle donde no termino de llegar y me lleva a otro camino, donde las casas son tus poros y en ellas sueño vivir; es tu rostro el sitio perfecto para perderse un pedazo de tiempo, es en tus ojos, tus pómulos, tu mejilla, tu mentón, los puentes, las aceras, los parques donde vivo una temporada y después viajo al sur. Casi un beso, tu cara se yergue como una fórmula entre la geografía, como un secreto primigenio de inspiración universal que me dice donde se encuentra todo al mismo tiempo de que me pierdes entre tus labios, Alina, eres hermosa Alina, me inspiras Alina…me inspiras, A…Alina, ¿estás bien? Te acabas de golpear la cabeza con la silla, solo te mostré la portada del libro y te caíste, discúlpame, pero ¿Qué viste o qué?
—Entre sus calles, estoy entre sus calles, en sus calles, los besos…
—¿De qué hablas? te golpeaste fuerte —dijo el editor mientras los paramédicos atendían a la mujer.
—Si habla de mí, no me acordaba, ¡adiós!
Alina se incorpora, con la cabeza llena de migraña y los cuidados de los enfermeros.
—Pero no habla de ti Alina, ¿Dónde dice?- pregunta el editor.
—En todas partes.