Texto Publicado en Avance y Perspectiva
Algunas propuestas del feminismo fundamentalista o extremista (que no es lo mismo que el radical), han despertado la aversión generalizada de los varones hacia el “feminismo”, pues estos discursos, que a veces son motivados por la rabia y la impotencia que sufren sistemáticamente los grupos más vulnerables de mujeres, los hacen sentir que la lucha feminista, enmarcada en diferentes corrientes teóricas y prácticas, es frontal y directa contra los hombres.
Nada más alejado de la realidad. Nuestras condiciones socioculturales, legitimadas desde el determinismo biologicista, han establecido una serie de prácticas que sistemáticamente ha minado la autonomía, identidad y determinación no sólo de las mujeres sino de otros grupos vulnerados históricamente. Pero el siglo XXI, con su tecnología y desarrollo en muchos campos, nos ha permitido enfrentar directamente todos estos siglos de violencia desde diferentes trincheras, dirigidas en muchos casos, por mujeres.
Algunas propuestas del feminismo fundamentalista o extremista, han despertado la aversión generalizada de los varones hacia el “feminismo”
En esta coyuntura, donde los feminismos, motivados por el exceso incontrolable de violencia (capitalizada por los medios y los grupos en el poder), también han encontrado plataformas para la radicalización de sus luchas; es importante que encontremos una nueva forma de distribución del poder, donde nos involucremos todos los actores sociales; es decir, tanto hombres como mujeres somos fundamentales para la reconstrucción del tejido social y de las interacciones que nos permitirán establecer prácticas de convivencia más sanas y cooperativas.
Para romper con la inercia patriarcal que ha legitimado un sinfín de prácticas machistas, al disfrazarlas de condescendencia y adhesión, es necesario que los cambios se empiecen a gestar en múltiples direcciones: no sólo es urgente que los gobiernos definan y establezcan normativas que garanticen la seguridad de todos los ciudadanos, en particular, la de los más frágiles (por condiciones de raza, sexo, dinero, etcétera), sino también que en nuestras interrelaciones domésticas, laborales, sociales, empecemos a cuestionar y modificar nuestros roles y prácticas para construir, desde lo más profundo, otras narrativas y discursos.
Y es justo en este nivel que necesitamos a los varones tanto como necesitamos la solidaridad entre mujeres. No estamos promoviendo una guerra entre los sexos cuando nuestra rabia nos obliga a gritar, a destruir la parafernalia desde la que se erige la opresión patriarcal, sino hacemos un llamado de auxilio para que nuestro miedo cotidiano se convierta en la certeza de confiar en el otro. ¿Cómo podremos sentirnos seguras al caminar por las calles si no ha generado un nuevo ciudadano, a partir de nuevas prácticas?
¿Cómo podremos sentirnos seguras al caminar por las calles si no ha generado un nuevo ciudadano, a partir de nuevas prácticas?
Por eso el feminismo en general, pero en particular algunas de sus propuestas, no abandera la lucha contra los hombres; no queremos cambiar el eje de la opresión que nos lleve a erigirnos como opresoras de los nuevos hombres que serán oprimidos; al contrario, necesitamos una nueva educación, desde las bases, que nos permita generar y aprender nuevas formas de convivencia y solidaridad en armonía.
Hasta ahora, el orden social se ha consolidado sobre una perspectiva patriarcal condescendiente y dominadora que se filtra dentro de todos los movimientos que tratan de irrumpir en los anquilosamientos de las instituciones socioculturales. El llamado al paro del 9 de marzo evidencia esta rancia práctica de infiltración: las instituciones que representan la hegemonía del machismo, en un alarde de solidaridad y respaldo, se han sumado al paro nacional, justo para desvirtuar y disminuir la fuerza de la manifestación; pero lo han hecho como lobos con piel de oveja: desde la condescendencia.
Y por eso mismo, también, a lo largo de la historia de la humanidad, las mujeres, a través de las “estrategias del débil” (que plantea Foucault en Vigilar y castigar), hemos encontrado formas de sobrevivir a la violencia ejerciendo una resistencia productora de otro tipo de violencia, cuyo efecto ha limitado la función de los varones a través de arquetipos castrantes y represores. Si bien en estas prácticas, las mujeres hemos sido sexualizadas y objetualizadas, los varones han sido confinados a ser proveedores y protectores.
Es evidente que las mujeres hemos sido reducidas y nulificadas, al obtener el permiso del discurso patriarcal para participar en el paro, pero también es un momento crucial para hacer un llamado a los varones para que hagan lo que les corresponde en esta lucha que no podría salir adelante si se considera que es sólo asunto de las mujeres. Nosotras tenemos que hacernos oír a través de los recursos que estén a nuestro alcance, pero los hombres tienen que trabajar para que nuestras voces puedan interpelarlos, a través de diálogos reales que nos lleven a la construcción comunitaria de nuevos paradigmas.
Y nosotras también tenemos que ser sensibles y aprender a ver que los privilegios, dentro de un modelo capitalista, implican una imposición de cadenas para quienes siempre han sido considerados como los líderes de la manada, pues viven encarcelados en sus propios deseos y obligaciones.
Nosotras tenemos que hacernos oír a través de los recursos que estén a nuestro alcance…
En este parteaguas histórico, es determinante aprender a escucharnos, para que esta lucha no se convierta en una disputa irracional por el poder y el cetro del opresor, sino que nos lleve a intentar comprendernos para poder edificar un nuevo tejido social que no se limite al intercambio de roles, sino a la comprensión profunda del valor humano. Y es fundamental, asimismo que, en esta lucha empecemos a dejar a un lado nuestras certezas para dar cabida a la voz de los otros. Necesitamos revisar la manera en que muchas mujeres, cuyas voces han estado silenciadas, pueden explicarnos el mundo y su condición desde nuevas miradas (no las hegemónicas), de ahí que sea urgente, desde las academias y fuera de ellas, en todo contexto de interacción humana, revisar las miradas que muestran alternativas a los discursos hegemónicos.
Para empezar a entender al otro es primordial escuchar. Y leer es otra forma, pacífica y reposada, para poder escuchar y abrirnos al diálogo. Desde la teoría crítica o a través del discurso literario, las voces de muchas mujeres están esperando ser leídas, escuchadas y nosotros, como ciudadanos comprometidos con la salud y el bienestar de nuestro planeta, deberemos estar abiertos a procesar nuevas ideas a través de nuestra lectura activa. Los invito a que, si aún no lo hacen, independientemente de que sean varones a mujeres, se acerquen al libro ensayístico El segundo sexo y la novela La mujer rota, de Simone de Beauvior, para intentar comprender la idea de que no estamos determinados a ser hombres o mujeres por una condición biológica, sino por cómo nos van moldeando las prácticas sociales. Podemos leer Feminismo para no feministas, de Rosario Hernández Catalán, para identificar cómo las prácticas patriarcales reducen las libertades de todos, no sólo de las mujeres y también cómo el sistema consumista nos convierte en enemigos de la naturaleza.
También es muy interesante echar una mirada a las diferentes corrientes prácticas y teóricas sobre el feminismo interseccional, es decir, no todos los feminismos son iguales porque cada mujer en cada diferente pueblo del mundo, vive situaciones de opresión muy distintas pues cada hegemonía se erige desde prácticas patriarcales diferentes (en relación con sus contextos), de ahí que vale la pena leer las experiencias de Vanada Shiva en Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo, o sumergirse en Si las mujeres contaran, de Marilyn Waring. Desde la antropología, no podemos perdernos la postura de Rita Laura Segato, particularmente porque lo que expone en Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres se deriva de sus investigaciones sobre los casos de mujeres violentadas y desaparecidas en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Y si nuestros intereses se decantan por la experiencia literaria, no podemos soslayar la obra de Rosario Castellanos (El eterno femenino), Gioconda Belli (La mujer habitada), Virginia Woolf (Un cuarto propio) o Margaret Atwood (El cuento de la criada).
Este texto no pretende sólo compartir una lista de lecturas cuyas ideas pueden llevarnos a cuestionar nuestra realidad y privilegios, sino hacer un llamado para intentar liberarnos un poco de los prejuicios que no nos permiten construir diálogos profundos y amplios para entender las nuevas realidades que hoy nos están devorando. C2