Escucho el interior de ciertas casas vacías,
la respiración pausada que no tuvieron los antiguos habitantes,
el temblor en las ventanas,
el aire que se cuela por las rajaduras de los vidrios rotos.
Y aunque el calor entra por mi oído derecho,
no tiene sonido el sol.
Escucho el interior de la caja torácica del pájaro.
Me abro lentamente al sonido que hace el cardo
cuando brota por primera vez desde la grieta,
la salida de sus primeras espinas.
No es un sonido agresivo, sólo memoria y protección
de la estrella en el terreno baldío.
Amo los terrenos baldíos, sus cambios sutiles a lo largo de un año:
La eterna acumulación de nidos de araña y ardillas.
Escucho el interior de la tierra bajo la ceniza,
su decir oscuro y generoso.
Escucho lo que responde la piedra a la inscripción
que ha dejado la uña del tiempo,
tal vez un niño o un hombre
ha trazado en su lomo un problema matemático;
tocará el centro de la roca multiplicando los ecos
mientras toda la materia escucha:
Escucho el seco rozar en el pelambre del animal,
las partículas de polvo que sacude como gotas sobre la charca seca,
sobre la sed de la tierra.
Escucho el sonido del hueso más pequeño del cuerpo,
su música vibratoria,
su forma de frenar las voces desbocadas del exterior.
Dicen, susurran, que hay mal afuera,
que ha habido inconformidad,
que se salieron las cosas de las manos,
que todos querían tomar a manos llenas.
Dicen, que hay demasiada gente triste.
Otros quisieran regresar, negar el primer encargo.
Ellos también tienen miedo,
no saben cómo llegaron allí,
hay doctores, cantantes, náufragos.
Dicen los que están del otro lado
que no saben cómo volver,
dudan del equilibrio de sus propios huesos.
Hay quienes se ocultan durante el día en estas casas vacías,
pero el eco no los deja dormir.
Quieren volver pero ya nadie los reconoce detrás de los pómulos alzados,
detrás de tanta frustración.
La madre primera no ve el gesto, ya ni ella lo ve.
Han dudado demasiado, durante días, por tantos años.
Han perdido la fe.
Sonido reparador restáuranos,
entréganos a la apertura de la primera estrella:
Fulgurante coincidencia en nuestro cuerpo que parecía baldío.
Kenia Cano nació en México D.F. en 1972. Obra poética: Hojas de una Sibarita Indiscreta (1994), Tiempo de Hojas (1995), Acantilado (2000), Oración de Pájaros (poesía y pintura 2005). Premio para la publicación de obra inédita convocada por el Instituto de Cultura de Morelos, Las Aves de Este Día (2009). Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer (2010). Ha expuesto obra pictórica en México, Francia y Estados Unidos. Imparte Talleres de Poesía en la Escuela de Escritores Ricardo Garibay. Taller de correspondencia entre las artes en el Centro Morelense de las Artes. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 2011.