Muy de mañana, decenas de desconocidos se reúnen todos los días en las salas de espera de los consultorios del IMSS, del ISSTE, o de cualquier otra institución donde haya que esperar para ser atendido.

Los asientos son incómodos, como las miradas que por lo regular se tratan de evitar lo más posible. Pero tarde o temprano se tiene que acceder al contrato social. Somos seres sociales, aún cuando en esta época parece que el hombre se ha convertido en una especie huraña. Por eso ahora, entre paredes y asientos de plástico, se tiene que esperar a que la desconfianza disminuya para aceptar un gesto sonriente.

Familiarizarse con los demás no es tan sencillo a las siete de la mañana.

Familiarizarse con los demás no es tan sencillo a las siete de la mañana, cuando rondan las primeras frustraciones por no ser el primero en la fila, por haber sido sido empujado por alguien que pretende salir corriendo en cuanto acabe su consulta, por no encontrar asiento, porque los baños están cerrados o no están limpios, por haberse levantado tan temprano. Mientras esto pasa se hacen juicios, valoraciones a baja escala, que tienen que ver con el instinto de supervivencia. El inconsciente descubre desde la imagen, la ropa, los gestos, el olor, etc., si las personas que están próximas son confiables.

Se hacen intentos y surgen escuetas conversaciones. Los temas tienen que ver con el clima, el tráfico y principalmente con el mal servicio. Algunas son inconformidades que se hacen en voz alta para que las perciba la enfermera o secretaria mal encarada. Unos diálogos progresan, por lo regular los de las personas mayores, una gran cantidad se diluyen. Antes se llevaba para estos momentos una revista, una bola de estambre o un libro. Ahora es suficiente un “smartfone” que proporciona entretenimiento en experiencia HD. Entonces, se alejan más, ya no se da el vaivén entre la revista y el iniciar pláticas con algunas frases hechas: “¡cuánta gente!”, “¡ya se tardó mucho el que pasó”, etc..

¿se tiene idea de cómo funciona un teléfono celular?

El sistema de comunicación que se ha usado durante siglos, de un momento a otro, se volvió obsoleto. Es un hecho: la tecnología funciona, acerca mundos, nos proporciona información como nunca antes habíamos tenido, así que no se pretende satanizar al avance tecnológico. Pero, ¿se tiene idea de cómo funciona un teléfono celular?, ¿de qué materiales está formado?, ¿cuántas ciencias intervinieron en su creación?, ¿qué efectos tiene su uso? En cierto sentido no deberíamos saberlo, pero ¿valdría de algo tener esta información?

A las nueve de la mañana en las salas de espera el interés por las banalidades cae muy bajo. La banalidad es uso frecuente del ser humano,  ha sido funcional durante la historia del mundo, incluso mantiene en equilibrio el intelecto. Pero ahora es más vacía que nunca. Ahora ya no se trata de resolver la vida en la salas de espera, ni de dar recetas, orientaciones geográficas para llegar a algún destino; desde hace tiempo los desconocidos cada vez son más desconocidos. Mientras van entrando al consultorio u oficina más personas,  y la recepcionista ignora a todos porque tiene la vista en una pantalla, se puede percibir en la atmósfera una impaciente preocupación por llevar la cuenta de “likes” para alimentar una sensación de bienestar efímera. C2

 

Sobre el autor

UACM San Lorenzo Tezonco

1 Comentario

    • Enrique Juárez -

    • 15 marzo, 2016 / 11:36 am

    Hastiosa percepción de la escasa salud mental aun en la sala de espera, en ese lugar en donde aguardamos a que un galeno inhumano nos diga de que moriremos.

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