Lo que más disfruto de leer poesía es el diálogo interno que puedo establecer con cada parte de mi cuerpo: con mi cabeza, con mi piel, con mi corazón; pero cuando tengo que explicarla, que “traducirla” al sistema lingüístico comprensible para el intelecto, las ideas se me agolpan como si quisieran salir en tropel, arrollándose unas a otras: las que surgen de la razón son atravesadas por las que emiten mis emociones y se vuelve difícil explicar cualquier interpretación.
Algunos críticos aseguran, por ejemplo, que la poesía no puede ser traducida, mucho menos contada, porque el texto lírico debe fundirse en cada lector de manera única y personal. Pero esta experiencia también es un proceso dinámico, cambiante y de difícil transmisión porque implica conectarse más allá del raciocinio; nos obliga a leer con todo el cuerpo y con el bagaje de emociones y experiencias que venimos arrastrando de toda la vida; y por supuesto, también nos lleva a tener un diálogo constante con nosotros mismos.
Intentaré entonces explicar este paradójico y profundo proceso a través de mi lectura, muy placentera e íntima (en el sentido más amplio y activo de ambos términos) del libro Las palabras no saben morder el polvo, de la poeta, maestra y promotora cultural Lucía Yépez, en que se recopilan los cinco poemarios que esta autora mexicana ha escrito a lo largo de su vida.
Octavio Paz asegura en El arco y la lira que la poesía nos revela lo que somos y, en ese proceso, nos muestra de qué estamos hechos; nos desarticula, nos cuestiona, nos obliga a indagar dentro de nosotros para intentar comprendernos más allá de lo material y lo tangible. En este sentido, el libro de Lucía nos lleva a sentir lo inefable desde la contundente y sensorial factura de sus versos.
En cada uno de los 5 poemarios que conforman Las palabras no saben morder el polvo, a través de una serie de voces, intertextos que se reinventan y se van quedando como ecos en nuestra memoria, la autora nos convoca a tener un recorrido por nuestras emociones, sospechas y certezas, construidas desde nuestras propias palabras y referencias. Sus versos nos someten, nos escarban, nos hacen parir sensaciones para construir(nos) una materialidad que nos lleva a tocar lo intangible que hay en nosotros mismos. Los versos de Lucía nos desnudan y nos dejan abiertos como pétalos dispuestos a la comunión erótica con los otros y con nosotros mismos pues transitamos intermitentemente de las voces individuales e íntimas a las colectivas, así como de lo femenino a lo masculino.
Los cinco poemarios individuales reunidos y ordenados temporalmente en este libro: Con cicatrices pero a salvo, Nosotros los Malditos y el Resto, Raíz de gata negra, A la media noche sólo los perros esperan y Mañana no sabremos, sin duda muestran una constante en la obra de la autora: la búsqueda y exploración de las formas en que el cuerpo y el alma conviven a través del placer y el erotismo, así como las continuas referencias a otras lecturas fundantes de nuestra cultura que, sin duda, nos hacen dimensionar los sentidos de sus versos: se hinchan de significados al permitirnos ser Beatriz, Ofelia, Lady Macbeth o Edipo. Lucía nos permite jugar y reelaborar sentidos mientras nos plantea acertijos que deben ser llenados por nuestra propia búsqueda del placer.
Por otra parte, es muy disfrutable tener en las manos estos cinco poemarios que dan sentido de una forma muy natural a la evolución de la poeta como creadora. Y con esto no quiero decir que el primero de ellos: Con cicatrices… sea un texto ingenuo o primerizo; al contrario. Los cinco libros son el resultado sensual, intelectual y afectivo de un proceso de madurez lírica y existencial muy evidente; sin embargo, no a nivel formal (que sí, también en este sentido Lucía se muestra más arriesgada y experimental en los dos últimos) sino a nivel de contenido, los recursos de la poeta se van haciendo más íntimos y audaces en la medida en que hace vibrar nuestros sentidos, los invoca, a través de sus palabras y de sus divertidos juegos lingüísticos y conceptuales.
Describir cada uno de estos recursos, que además son muy disfrutables a lo largo de todo el libro, podría darnos material para realizar tesis doctorales interminables, por lo que en esta breve texto, me limitaré a señalar un par de los que más han llamado mi atención, para dar una probadita del efecto seductor y apabullante de su sensualidad y lirismo. En Con cicatrices pero a salvo, la autora explora las múltiples dimensiones de la culpa a través de elementos simbólicos como los intertextos literarios y mitológicos que la llevan a darle vida a la misma blasfemia a través del delirio, como se observa en
SON LAS DOCE Y ES INVIERNO
Cae la noche es invierno
y los poetas en Central Park
se acarician se frotan sudan
beben malas intenciones
en una copa de mezcal
saborean la noche en sus ombligos
y al hacer el amor
se revuelcan llenos de espuma
pero sólo a causa del invierno
una mujer corre por las calles
brindando con shisky
turbio de bocas
su monte de Venus
Dios del vino acoge a los amantes
Bebo la última copa de la noche
es invierno
Copulemos
Al leer con atención, observamos que la ilación de los versos, de forma encabalgada, nos permite jugar con diferentes formas de exégesis, pues parecería que una imagen nos lleva a pensar que los poetas beben malas intenciones en una copa de mezcal; pero también que en una copa de mezcal saborean la noche en sus ombligos; aunque también saborean la noche en sus ombligos al hacer el amor… y al hacer el amor se revuelcan llenos de espuma. Este recurso lúdico y retórico le impregna un valor casi inagotable a los sentidos que de los versos se desprenden.
Otro recurso que permite desentrañar el sentido de los versos está en las alusiones a Dante, Rimbaud, los poetas malditos, en general, pero sobre todo a las mitologías clásicas y a Shakespeare, como en el poema Lady Macbeth, donde el arrepentimiento es el infierno y la negación de sí mismo.
LADY MACBETH
Tú lo dijiste
el crimen nos vuelve dioses
y escarbaste la herida
para odiar la verdad
sigo la orilla de tus dedos sin punta
¿escucharán
mi caída en tu cuerpo?
He aprendido a colgar de la cuerda
tirarme de tus ojos
sentirte en el oído
pero a veces
los labios quietos se quedan
sin poder
morir
Es evidente que la culpa (derivada de la intertextualidad de la tragedia shakespeariana) vertebra el sentido del poema hasta llegar al hartazgo de la imposibilidad de la muerte. Y así, a lo largo de este primer poemario, dentro del continuo diálogo entre lo divino y lo terrestre, percibimos que la unión de los opuestos produce un canto donde conviven lo ancestral con lo sagrado y conduce a la rebelión de nuestros sentidos.
En la segunda parte, Nosotros los Malditos y el Resto, la autora plantea un juego de identidades, también desde las profundidades en las que el ser humano se pierde, pero también puede ser recogido, reconocido y salvado por los otros a través del goce del cuerpo; de los desenfrenos del cuerpo que, a la postre, conducen a la culpa, el malestar, el resentimiento:
TODO ES LEVANTAR EL VUELO
Vivo el infierno de los depravados
una llaga en el costado
y una cruz a la izquierda
mi vida toda
quemándose en tus noches
curvada sobre ti
como tú sobre mí
el orgasmo
subiendo expansivo
del sexo a la cabeza
volteándonos en mil formas
acoplándonos trepidantes
creando animales desconocidos
sin aliento sin respiro
¿Podrá alguien prestarme su vida?
[…]
El erotismo acotado por imágenes religiosas recurrentes se desborda acompañado de culpas y silencios, de juegos de palabras y del eterno encabalgamiento que dispara nuestras posibilidades de interpretación:
RAÍZ AMARGA
Si de amores se trata
tendré que hablar de tu piel
del olor aprehendido
en la madrugada
recuperar la lengua
que en mi bajo vientre
recorrió la selva
todo está en situarse
en lugar estratégico
montando tu cuello
por ejemplo
en este punto
nada puedo decir
de cómo te desvisto
ni de tus abrasados brazos abrazado a mí
es atroz
me desbordo
por la comisura de tus labios
Si de amores se trata
estamos jodidos
Un rasgo común en la poesía de Lucía Yépez es la relación de diálogo sincrético entre el misticismo religioso católico y las prácticas ancestrales paganas, que logra seducirnos por la intensa descripción de los paisajes en que conviven diferentes tipos de sensualidad, como se puede ver en Cuéntame otra historia (41), donde las imágenes son precisas, rápidas, seductoras (Donde nace el miedo (43), Harakiri (47); y que dan sentido al desborde de erotismo que nos tiene con la emoción a flor de piel durante todo el viaje:
C´EST FINI
Muevo las caderas
zigzagueo
me curvo
te acaricio
me derramo
somos mar adentro de otro mar
jadeo abierto
entre las sábanas
no es lo mismo
seguir el movimiento
de unos brazos
que cabalgar a la luna
montando
un centauro
Tus piernas
en mis
caderas
callan
Sin embargo, en este segundo poemario, vamos transitando por una serie de sensaciones que nos remiten todo el tiempo a la idea de que la otredad está presente en cada uno de nuestros actos, y nos muestra que “los malditos” son esos seres fallidos que, como dicen Fernández Retamar y Sabines, son los locos, los suicidas, los amorosos, los que callan, los que se dejan arrastrar por sus pasiones y que, a fin de cuentas, son fragmentos de nuestras propias historias. El RESTO son los que esperan; los que no se arrojan a las llamas que nos incineran, que nunca apuestan por amores calcinantes y sólo van por la vida arrastrando llanto, tristeza, soledad, tiempo, desolación, melancolía, tal vez con la promesa de un beso final y solitario.
En los tres últimos poemarios se percibe una sensualidad feral, desbordante de erotismo salvaje, que se presenta como ráfagas de dominación entre los seres que juegan a explorarse. En Raíz de gata negra, a través de una imagen felina provocadora, sobresale la imagen estilizada de los cuerpos y los múltiples juegos de seducción ilimitados; podemos notar la presencia del gato como un símbolo de poder, autonomía, sensualidad, en una dicotomía permanente entre los amantes que, a fin de cuentas, se convierten en un tipo de Orlando alegórico que, como Tiresias puede experimentar el placer de las hembras y de los machos.
AMARGO
Se arroja el crepúsculo
tormenta ámbar de unos ojos
En las ramas del cerezo
las mariposas
Tirita un almendro
en las faldas
del Fujiyama
una mujer
en las pupilas del Tigre
sueña
Dios
la mira
Como contraparte, en el siguiente poemario: A la media noche, sólo los perros esperan, la autora nos permite reconocer la esencia salvaje y noble de los cánidos, sin que eso los exente de erotismo y provocación. Al contrario: el cuerpo es un espacio para explorar las emociones propias y ajenas a través de múltiples representaciones. Para lograrlo, Lucía puebla sus versos de hibridaciones léxicas que nos permiten, más allá del juego, percibir emociones como ráfagas intensas repletas de sentido:
OTRA VEZ AULLAN
Nadie quedó esperándome
sólo los perros
que la nostalgiaúllan
mientras en este aire de piedra
(y el sollozar de frutas amargas
y el tequila y la última vez)
¿quién en la sima de tu vientre gemirá?
a lo largo del callejón
alguien dejó su corazón olvidado […] (129).
***
[…] Quiero
en la tensión del vértigo incitante
enlazar mis piernas a tus caderas
ser carne prolongada en la intimidad de tu garganta
jarra de vino caliente chorreando hasta tu fondo
hasta que toda tú
eternardas (130)
[…] Maldito errabundo
textingues en mí
no me mires con ojos demasiados abiertos
como los muertos miran […] (134).
Finalmente, en Mañana no sabremos, el último poemario, Lucía inicia con un largo poema (a diferencia de casi todos los demás que son breves y veloces) que da título a la antología: Las palabras no saben de morder el polvo, y nos lleva por un recorrido personal a través de lo que podría ser la historia del mundo, donde la evocación de la pérdida está presente como una constante que no nos da lugar para el olvido; a lo largo de los versos percibimos una evocación del ser amado que termina siendo una invocación que lo reconstruye pero de manera tan ambigua y amplia que podría convertirse en cualquiera. Y justo es ahí donde se encuentra la verdadera y dolorosa pérdida.
MAÑANA NO SABREMOS
Por llevarte la contra
te hablé del sol
y me fui apagando
es hora de que empecemos juntos la cuentatrás
y caminemos sin recuerdos
simplemente como niños
no podemos seguir mordiendo manzanas
comimos nuestros corazones
¿quién (entre cuatro violines) tuviera
un ciento de nostalgias?
por las madrugadas
C
A
E
N
sonidos como el miedo
¿dónde situarnos?
los muertos siempre tienen alguien que los llore
dejemos a un lado las melancolías
a Freud
las Hojas Muertas cantadas por Juliette Greco
corramos al cerro
a robar
ciruelas
es hora del refugio
no
de lamentaciones
reinventémonos
cada vez
que abramos
los ojos
mañana no sabremos
Para terminar, sólo quiero insistir en que, en este libro, Lucía Yépez nos invita a transitar un mundo de dicotomías que se enfrentan, colisionan y nos dejan devastados; quizás un poco dasarticulados, lo cual nos permite reconfigurarnos a través de la forma en que nos reconocemos en la sensualidad de los otros y del continuo cruce entre lo más sublime y sagrado de los cuerpos y lo más terrenal y vacío de la existencia.
ES POR DEMÁS DECIR
[…]
tú eres mi Diabla santa
y porque no hay más que verdades puras
caigo sobre ti
y porque no hay tentación más grande que lamerte
(ábrete boca despanto)
poro a poro
pliegue a pliegue
te hago mía
dársena sitiada por los tres clavos de Cristo
flor de sal negra cuyo beso monstruoso y bello
me hace crecer y entrar en ti
en líquido
seminal
convertido C2