Ayer después de unos vinos, Vero me preguntó si yo me estaba decretando tener éxito como escritor. Me lo dijo así, usando esa palabra, decretar. No sé si fue el vino, la edad o qué, pero me puse a llorar. Si supieras, le dije, cuánto deseo tener éxito como escritor, ganar un premio importante, vivir de lo que escribo. Pero tenés que decretarlo, insistió ella.
La historia que voy a narrar puede que no sea verdad, puede que solo sea un recuerdo, esa cosa que vinculamos con los hechos pasados, y que no es más que un relato que nos hace nuestra imaginación. Yo calculo que tenía dieciséis años, uno más, uno menos, da lo mismo. El padre Julio había comprado un Cristo en una santería de Buenos Aires, y esa mañana el camión llegó con el despacho a las puertas de la parroquia. Apenas pudo ver lo que contenía la caja, el cura puso caras de turbación. Entonces me pidió que lo ubicara a Marcos.
Después charlamos un poco, bajamos de la heladera un postre y seguimos tomando un vino que trajimos de Cafayate. Era el segundo. Un vino de la bodega Piattelli, que la recomiendo. Trabajan bien allí. No sé qué le pondrán pero el vino es rico. Yo le dije que no me decretaba nada, que no sabía cómo hacerlo. Le pedí que me diera unos consejos. Eso es algo que está dentro de vos, me respondió. No importa lo que hay afuera o cómo se resuelva la cuestión, lo importante es que vos creas que vas a tener éxito.
Llamé a Marcos y nos encontramos los tres en el salón parroquial. El cura seguía con su cara de preocupación. Le dijo: este no es el Cristo que quiero. Necesitamos exagerarlo. Lo recuerdo bien, esto sí que no lo invento, el padre Julio decretó: a este Cristo hay que exagerarlo. No sé si yo lo comprendí en ese momento pero no me gustó la idea; ese Cristo era un Cristo delicado, pálido, sufriente, sublime.
No sé si yo lo comprendí en ese momento pero no me gustó la idea…
Le dije que también, bueno, que los escritores, la casi totalidad de ellos no tienen éxito económico con lo que hacen, y la mayor parte de las veces ni siquiera éxito alguno. Para afirmarme en la posición le recordé la historia de varios clásicos europeos y americanos. Aquí nomás, fijate que El matadero, la gran obra de Esteban Echeverría, se publicó veinte años después de que él murió. Ningún escritor tiene éxito, y si lo tiene es porque ha dejado de ser escritor. Mirá al pobre de John Kennedy Toole que se suicidó, luego su madre consiguió que lo editaran y ahora todo el mundo dice que La conjura de los necios es una obra maestra.
Aquel mismo día por la tarde, estaba Marquitos con sus pinturas y sus pinceles en el parque de la parroquia. Hacía un calor que fulminaba los huesos, pero el muchachito no renegaba de eso sino del Cristo blanco que tenía frente a sí. Me quedé un rato al lado suyo sentado en el pasto, al borde del lienzo sobre el que descansaba el Cristo, pero no hicimos otra cosa más que hablar. Mejor dicho, él no hizo otra cosa, no intervino sobre el Mesías mientras permanecí a su lado. Solo cuando me convertí en escritor me di cuenta de que no es fácil progresar en tu obra con otro revoloteándote al lado y esperando ver cómo vas logrando tu cometido.
Bueno, pero no pienses en otros, me dijo Vero. No busques peros. Siempre buscás peros. Concentrate en lo que hacés vos. Es cuestión de que lo tengas dentro. Fijate cómo logramos comprar esta casa. ¿Por qué? Porque yo me decreté que íbamos a tener nuestra casa y que íbamos a dejar de pagar alquileres. ¿Cuánto tiempo anduvimos con el proyecto? ¿salió enseguida? No. Pero al fin lo logramos. Claro, le dije yo. Tenés razón.
¿Cuánto tiempo anduvimos con el proyecto?
Volví al día siguiente a ver al Cristo exagerado. El pobre estaba ahora tirado en la nave central de la iglesia desapareciendo con cada pincelada de Marquitos. Es decir, que al segundo día ya no era el Cristo mío, el Cristo que vi llegar y que me gustaba. Ya era otra cosa. El artista me saludó efusivo, ahora quería que yo valorara su obra. ¿Qué te parece? Está más oscuro, va tomando colores, le dije, aunque no aclaré que para mí tomar colores no estaba bien.
Me puse a llorar nuevamente. Vero dejó de hablar. No entiendo qué me pasó. Entonces le dije la verdad. La verdad es que yo no aspiro a tener éxito. No me interesa. Estoy bien así, sintiéndome un fracasado. El fracaso y la culpa son los motores de mis búsquedas. ¿Por qué habré de querer el éxito si estoy feliz viviendo con vos, con la gatita y con Pocho Borges? Además, escribo todo el tiempo, que es lo que más me gusta, y encima me publican aquí, en España, en México, en Chile e incluso en París. Sí, pero no es eso lo que vos querés. Yo te conozco. No busques peros. Vos aspirás a mucho más.
Llegué al día siguiente y encontré a Marquitos y al padre Julio contemplando al Cristo desde todos los ángulos. Hay que hacerlo sufrir más, dijo el cura, y Marcos asintió. ¿A vos qué te parece Alejandro? Sí, yo creo que sí, que debe verse el sufrimiento. Para mis adentros murmuraba, un hombre colgado con cuatro clavos gigantes de dos palos, con una herida en el costado y una corona de espinas en la cabeza… qué más deberá sufrir por nosotros nuestro Dios. Fue el pintor el que dijo lo que yo pensaba. Pero el cura fue tajante: quiero más pasión.
Y bueno, si te decretás, yo te acompaño. Podemos hacerlo juntos. Vos sos un gran escritor. Tenés tu manera de escribir. Sí, le respondí, pero la mayoría de la gente no entiende lo que escribo. Bueno, pero podés tener éxito igual. ¿Alguien entiende a Borges? Sí, nosotros, le respondí, Pocho Borges es nuestro perro. Y los dos reímos. Ella después lo tuvo que decir: a Borges nadie lo lee pero tuvo mucho éxito. ¿Pero no entendés? Yo soy feliz con Juana, con el perrito y con vos. ¿Para qué quiero más, si, encima, hago lo que me gusta todo el día?
¿Para qué quiero más, si, encima, hago lo que me gusta todo el día?
Pasaron dos o tres días, no lo sé; se sabe que esta historia que estoy narrando está en mi cabeza. Algo en mí me detenía. No quería seguir viendo al nuevo Cristo, me negaba a ver al Cristo que iba cambiando. Empecé a preguntarme acerca de la exageración. Comencé a dudar de que el Cristo verdadero, el que llegó en la caja, estuviera realmente adentro de las capas de pintura que Marquitos había echado sobre él. Al final me decidí.
No quise entender lo que hablábamos. Aunque lo sabía perfectamente. Vero tiene veinte años menos que yo. Está en carrera, tiene ambiciones y me ve a mí desde esa perspectiva. Pronto me convertiré en un obstáculo, dejará de desearme, seré un viejo. Cuando la conocí, aun corría la sangre de la ambición dentro de mi cuerpo y de mi mente. Pero es justamente esta felicidad que siento ahora lo que me impide soñar. Son los años. Al fin y al cabo soy un lastre, alguien que no tiene futuro. Vero diría que no tengo futuro adentro mío.
Cuando llegué a la iglesia dos obreros estaban subiendo al Cristo por detrás del altar. Apenas los vi recordé a los dos ladrones, y pensé lo que siempre pienso, que seguramente Cristo habrá perdonado al ladrón malo; al fin y al cabo los ladrones son siempre hijos de obreros. Entré a la sacristía. El padre Julio y Marquitos hablaban animadamente como suele decirse. Mirá Marquitos, vamos a brindar con el vino de misa, has hecho una obra excelente. En ese momento uno de los obreros soltó un silbido agudo, de esos que son con dos dedos en la boca y los tres levantamos nuestras copas. Por Cristo, dijo el cura. Por Cristo, respondimos Marcos y yo. El cura encendió todos los focos que daban al Cristo y salimos de la sacristía.
Sos un exagerado. Yo nunca te hablé de la edad. Yo soy feliz con vos. Lo que pasa es que creo que vos merecés tener más éxito. Busquemos un éxito para pocos, si es lo que preferís. Planteate ganar algún premio que no te obligue a salir mucho de tu esquema de trabajo. No dejes de ser vos. Seguí escribiendo así. Creeme: decrétalo y a vas a ver cómo lo logramos.
Los tres nos quedamos pasmados. El Cristo se veía imponente. Era magnífico. El padre Julio sonrió, extendió sus manos hacia la talla que se erguía arriba del Gólgota, y luego de decir: al fin el Cristo moreno y sangrante, como nuestro pueblo, nos abrazó a Marcos y a mí. C2
Maru -
Muy buen relato! Invita a leer hasta el final y seguir leyendo otras obras del autor. Felicitaciones!
Elena COSTA -
Considero que es un cuento muy bien narrado… Aunque el personaje del cura me remite a un oscuro personaje de la realidad que me trae malos recuerdos…
Adrian Di Giacomo -
Muy bueno, Alejandro!
Hacele caso a Vero!!
Disfruté mucho leyendo el relato considerando que conozco a varios de los personajes!!
Amalia -
Hermoso leerte, claro y sencillo en tu relato. Personalmente creo en los decretos, mucha suerte Alejandro!
ALEJANDRO -
El éxito o el fracaso son cuestiones que la mayor parte de las veces deciden los demás, vaya uno a saber por qué motivos; de manera que creerlos es aceptar el juicio de otros, aun cuando no coincida con lo que en verdad pensamos de nosotros mismos. No digo nada nuevo, pero lo importante es creer en lo que uno hace, y tener amigos, y en eso sos un campeón, y te admiro. Yo soy muy exitoso porque tengo los mismos amigos que tuve a los diez años y he merecido el afecto y la consideración de otros como vos. Lo importante es seguir caminando, seguro se encontrará siempre una mano amiga como la tuya. Gracias por tu generosidad.
Carlos Ramos -
Alejandro, es un gusto leerte. Me engancho en la sencillez de tus relatos y en tus deseos como los míos de decretarnos por los menos, el éxito de ser nosotros mismos, haciendo lo que nos gusta, trasmitiendo lo que sentimos. Te felicito, me encantó tu relato. Yo, sigo pensando cuál es mi decreto más urgente en cambio tu ya lo tienes y te lo mereces.
Norberto -
Realmente, un texto sólido, conmovedor y bien pensado.
OmarE. Argañaraz -
Muy interesante la técnica de alternancia de historias; además el estilo conciso invita rápidamente a leer hasta el final. ¡Adelante!
Vanesa -
Que lindo relato! Lo decretaste?
Alejandro -
Hace rato!
Delfina -
Buenísimo. Leo todos tus cuentos y libros. Me encanta tu manera de escribir, sencilla y amena que me hacen protagonista de cada situación. Sigue así !!!!! Muchas bendiciones !!!!!