CF3

En su poema “Nosotros, los viles”, cuya escritura data de 1945 (cinco años antes de que decidiera ponerle punto final a su historia, pero justo al enterarse de la muerte de sus amigos en la resistencia antifascista), Cesare Pavese revela:

“Y entonces nosotros, los viles

que amábamos la noche

murmurante, las casas,

los senderos del río,

las sucias luces rojas

de esos lugares, el dolor

silencioso y mitigado

—arrancamos la mano

de la viva cadena

y callamos, mas el corazón

sobresaltó nuestra sangre,

terminó la dulzura,

se acabó el abandono

en el sendero del río—

ya no siervos, supimos

estar solos y vivos”

 

De la misma manera, el recientemente fallecido -y a quien debemos tanto- Roberto Fernández Retamar asegura, justo el día en que entraron triunfantes los guerrilleros de la Sierra Maestra a La Habana:

“Nosotros, los sobrevivientes,

¿a quiénes debemos la sobrevida?

¿quién se murió por mí en la ergástula,

quién recibió la bala mía,

la para mí, en su corazón?

¿sobre qué muerto estoy yo vivo,

sus huesos quedando en los míos,

los ojos que le arrancaron, viendo

por la mirada de mi cara,

y la mano que no es su mano,

que no es ya tampoco la mía,

escribiendo palabras rotas

donde él no está, en la sobrevida?”

 

En medio de la guerra, la opresión, la violencia, el dolor y el abandono, sólo queda la culpa de ser un sobreviviente; tras la rabia, el dolor, la hecatombe, la destrucción de la infancia, sólo queda el remordimiento de seguir respirando …

Y luego de la culpa y el remordimiento sólo quedan las palabras:

Desolación. Miedo. Angustia. Abandono. Silencio…Cuentos furiosos…historias de las patrias niñas que son horadadas con la oz de la perversidad, tan natural y tan humana, tan vil, tan baja…

Trece cuentos furiosos que galopan cabalísticamente en la conciencia. Trece golpes que desarticulan nuestros sueños. Trece sueños desconectados, cortados desde la raíz, trece esperanzas cuyas flores protagónicas se ahogarán en las posibilidades de lo que nunca será. Así de terrible nos resulta el camino. Así de luminoso para alumbrar nuestra culpa de seguir vivos.

Coral Aguirre nos ofrece trece relatos, vertiginosos, complejos, presurosos, pero llenos de pasmo. Nos paraliza la fuerza con que cada escena nos abre, nos desgarra, con su furia. Y entonces nos damos cuenta de que no somos sino frágiles criaturas en busca de un refugio para ahogar la vergüenza. Porque la autora nos muestra lo que somos y, en ese espejo, nos convertimos en verdugos, en el agente de la border patrol que esgrime una esperanza de colores para engañar a un pequeño migrante que, ante el azoro de su inocencia, avanza a su propia devastación. La ficción no reduce la angustia con la que reconocemos el referente cotidiano que se vive en la frontera y en todos esos espacios filosos en que conviven los niños con los adultos.

A través de voces fragmentadas, dolientes, rotas, Coral recrea estampas donde predomina el desamparo. Vemos escenarios donde los poderosos deben tomar decisiones trascendentales para niños sin rostro cuyo dolor se pierde en el lodo de su propia desgracia:

“Van descalzos sin saberlo, friolentos sin darse cuenta con sus piececitos enlodados, con sus caras viejitas de tanto sol, tanto viento, frío y canícula que inunda los días y arroja sus bocanadas a diestra y siniestra. Aunque algún árbol, chal-chal, ceibo o cochucho, les dé su sombra por un instante. A quién le importa la panza de Alicita que finalmente con un decreto llegado demasiado tarde no podrá abortar. Y eso es el presente: lo que no cambia, la permanencia del silencio” (2019, 24)

Con indignación y rabia, Coral muestra la inocencia devastada a través del enemigo común de la infancia: los adultos. En El libro de la negación, Ricardo Chávez Castañeda sostiene que la única razón por la que violentamos a los niños es porque podemos. El adulto puede. No hay nada más irracional que la violencia hacia la fragilidad de la infancia. Pero por eso mismo es tan seductora para la perversidad del adulto. Violentan porque pueden, porque sí…En medio de la crudeza de este escenario, Coral destila su furia y convoca la nuestra, mientras el azoro puebla nuestra conciencia…

Y por eso seguimos buscando las palabras:

Terror. Desolación. Rabia. Desamparo. Impotencia. Furia…

Coral Aguirre

Los cuentos furiosos quisieran arrancar una acción de la conciencia, quisieran gritar para arrancarnos del letargo;  los cuentos, con sus múltiples voces, se agolpan y se anidan como mil visiones cuya presencia queremos esconder, y sólo vuelve al caudal del lenguaje explosivo con que la autora presenta perspectivas, describe personajes y narra situaciones. Como en una especie de espejo, Coral describe los espacios como imagen de nosotros mismos; de los adultos que hacen daño, pero también de los que actuamos por omisión, por pretender seguir con nuestras vidas mientras el horror nos pudre las entrañas:

“ Y luego una noche todo se embarulla. Llega nuevamente la policía (lo que no es ninguna novedad), el Rayado, padre de Lucas, se ha peleado con el de la silla de ruedas o con su hermana, o quién sabe con quién, y se lo llevan. Siempre se lo llevan. Pero esta vez le ha dado unos golpes al policía que lo quiso prender y ni le han permitido abrir la boca. Lo han arrastrado a la fuerza con una violencia que hace circular lagrimones mocosos sobre la cara de Lucas.

Ahora ha pasado la media noche. El reloj de la iglesia de San Francisco de Asís termina de lanzar sus doce campanadas y Lucas permanece en medio de la calle sin que nadie lo haya percibido. Por su parte, Totopo ama a Lucas, lo ama ilimitada, irremisiblemente. Han aprendido a quererse en las buenas y en la malas, entre las patadas y los coscorrones a uno y a otro por el lado del Rayado. Sus abrazos atraviesan el aire maloliente de las siestas y se estancan en la humedad de las madrugadas. Nadie los mira, sin embargo.” (60-61).

La voz de Coral es fresca, sí, pero también dura y contundente, compleja: en un momento nos levanta con su lirismo profundo sobre la esperanza más dulce y, en un segundo, nos deja caer en el precipicio de la rabia que se ha quedado sin palabras. La voz de Coral es ternura desgarrada que busca consuelo en el lector; un consuelo que se pasea como lobo herido buscando un refugio para lamer sus heridas, esconder su dolor, arroparlo, convertirlo en otra cosa, en una voz, quizás, que resuene en cada línea y nos acuse.

Las trece historias contadas por Coral son furia, conciencia lacerada en espera del sortilegio capaz de conjurar el espanto y devolver la magia. La voz de Coral nos regala y nos arranca las palabras. C2

Sobre el autor

Se doctoró en Estudios de la cultura, por la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde también obtuvo el grado de maestra en Lengua y Literatura Hispánicas. Se desempeña como profesora e investigadora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL y en el Tecnológico de Monterrey. Es autora de un libro de cuentos: Historias para leer en lunes (2010).

POR:

dalinafloreshilerio@gmail.com

Se doctoró en Estudios de la cultura, por la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde también obtuvo el grado de maestra en Lengua y Literatura Hispánicas. Se desempeña como...

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