1
En nuestra sociedad, los sabios respetados crean una teoría que se impone en el mundo social y debe ser aceptada. Todos los subordinados se ponen manos a la obra para difundir tal teoría. Se llaman sabios pero no hacen otra cosa que servir platos precocinados elaborados por una multinacional de la alimentación. Esta temporada la compañía Knorr ha presentado la sabiduría de champiñones, habiendo abandonado la producción y distribución de la sabiduría jardinera que tanto éxito tuvo en el pasado. Para los dantistas, la casa Campbell sigue ofertando su conocida sabiduría de tomate. No está permitido distribuir otro producto que el industrial ni elaborar platos propios, o sea, nada de huevos con patatas, cualquier plato que se sirva en la sociedad debe haber sido aprobado por una multinacional. A estos pensadores, Nietzsche los denominaba auxiliares de la filosofía pero, son, más bien, titulados en historia de esa materia, lo que no hace pensar que es un asunto de la industria.
2
Los sabios entran, adoptando las ideas de otros, en el clan que aquellos han creado. Ser miembro del clan permite hacer afirmaciones y da derecho a rechazar cualquier opinión contraria, recurriendo, si fuera necesario, a la violencia verbal. Ser miembro del clan da poder. Una vez que los sabios se sitúan en esa posición, es imposible razonar con ellos, se vuelven irracionales, convencidos de tener toda la razón, negando como hizo el juez Fabrice Burgaud, del caso Outreau, con los acusados, cualquier posibilidad de defenderse. Aceptar razones ajenas implicaría dudar de las propias y dar poder a quienes le cuestionan. En definitiva, se asegurarán de no dar pie a esa posibilidad.
El experimento de Stanford demostró hasta qué punto los buenos ciudadanos eran capaces de ejercer control y violencia contra sus semejantes. Un hombre con poder sobre otro casi tiene garantizado convertirse en un dictador desalmado. Y, por cierto, los poderosos con títulos obran igual que cualquier ser humano dotado de cualquier otra clase de poder.
3
Grandes filósofos están también políticamente comprometidos y es fácil identificar ese pensamiento en su obra.
Las teorías artísticas están elaboradas por hombres muy comprometidos políticamente y en esas teorías se trasluce un trasfondo ideológico incuestionable. Grandes filósofos están también políticamente comprometidos y es fácil identificar ese pensamiento en su obra. Desgraciadamente, da la sensación de que hasta la misma psicología tiene raíces políticas. Dos cuestiones, a las que ya hemos hecho alusión en más de una ocasión, parecen prueba de ello. Se trata de la obligación impuesta a los ciudadanos de someterse a la autoridad y la de confiar en los demás. Ambas cuestiones llevan a que los ciudadanos acepten la sumisión a los cargos públicos y sociales y que renuncien a su criterio y autonomía. Tales teorías son, evidentemente, defendidas por los poderosos que procuran, por todos los medios posibles, no perder el poder y mantener el que tienen.
Para colmo, los propios subordinados imponen las obligaciones sociales a otros subordinados. Quienes han renunciado a su autonomía, se empeñan en negar la autonomía ajena. Ellos no reclaman esa autonomía frente a sus superiores, frente a ellos, carecen de fuerza. Frente a sus semejantes, poseen la fuerza propia y la del clan, tan grande como sea la posición social de sus jerarcas.
Los sabios son hombres sociales comprometidos con su sociedad.
Los sabios son hombres sociales comprometidos con su sociedad. Los poderosos son los seres más interesados en mantener el concepto de poder y de jerarquía social, gracias a la existencia de esos conceptos, ellos poseen su poder. Los sabios aspiran al poder, en virtud de su título y su cargo, y, en cuanto poderosos o aspirantes al poder en una determinada sociedad, elaboran sus teorías manteniendo, con mayor o menor grado de consciencia o inconsciencia y de responsabilidad o de insensatez, el respeto debido al orden social existente. La ciencia no es otra cosa que un instrumento de cada sociedad. En países lejanos en los que sus costumbres nos sorprenden por ser muy opuestas a las nuestras existen sabios defensores de esas prácticas. En nuestra sociedad, podemos ver, con mayor claridad si nos situamos en el punto de vista de esas otras culturas, que los sabios de aquí hacen lo mismo que los de allí, justificar los principios sociales sobre los que se asienta esta forma de vida puesto que negar esos principios llevaría a la destrucción de nuestra cultura, y antes preferimos un error que satisfaga nuestros intereses que la verdad que los destruya. La ciencia es un instrumento al servicio del poder para imponer el orden social. No vivimos en el mejor de los mundos posibles, como dicen los que mandan, vivimos en el mundo que han creado los poderosos, los demás somos súbditos a los que exprimir para que ellos puedan nadar en la abundancia.
Outreau es el perfecto ejemplo de muchos de los errores de nuestra cultura pues allí los titulados se sometieron al dictamen del juez, pero podemos añadir el ejemplo de la esclavitud permitida en tiempos pasados en occidente. Si alguien cree que defiende la acción de Espartaco, debería cuestionárselo, quien así piensa sólo piensa con el pensamiento de hoy pero nadie haría nada por defenderle en aquel mundo ni hará hoy nada por acabar con cualquier otra forma de injusticia actual establecida por evidente que resulte si nos viene impuesta por algún poder, de la misma forma que nadie hizo nada por acabar durante milenios con la esclavitud. La razón debiera ser evidente para cualquiera, defender a cualquier Espartaco significaría oponerse al poder establecido que emplearía todos sus medios para acabar con lo que consideraría una insurrección. El defensor de Espartaco acabaría por sufrir su misma suerte y no creo que nadie buscara ese destino. Así que quien dijera defender a Espartaco sólo sería un hipócrita.
4
Como hemos visto en el caso francés, las acusaciones que se realizan contra una persona por cometer actos ignominiosos producen un efecto emocional en las buenas gentes que les llevan a exigir una justicia más allá de lo razonable y ha habido casos en los que la plebe ha asesinado a inocentes por una interpretación no solamente errónea sino eminentemente emocional. La emoción no parece la mejor consejera de la justicia. La mención de un delito lleva a la condena irracional de cualquier supuesto delincuente antes de averiguar su culpabilidad.
El cambio de criterio nos lleva a una posición completamente opuesta.
Antiguamente, la mujer debía soportar el maltrato del marido porque se valoraba únicamente el derecho del cabeza de familia a imponer su voluntad. El cambio de criterio nos lleva a una posición completamente opuesta en la que se cometen los mismos excesos que en el supuesto anterior pero por la otra parte, ya que ahora se valora cualquier denuncia de malos tratos como una verdad, al haber dado nuestra sociedad un poder a las víctimas de las agresiones físicas o verbales. Un hecho que beneficie a una persona y perjudique a otra, se considerará un derecho o un delito dependiendo de cuál de las partes posea la fuerza necesaria para imponer su punto de vista. Kant nos enseñó la existencia de valores universales pero la universalidad es para el hombre vulgar una idea tan abstracta que carece hasta de sentido. La sociedad está fundada en la fuerza y en una supuesta racionalidad que, bien analizada, no es más que una interesada argumentación, dado que se aleja de los principios universales, y esa argumentación es la que sostiene, en el mundo supuestamente racional, el punto de vista del poderoso. La argumentación demuestra que la dialéctica puede ser empleada como fuerza racional no buscando la verdad sino la ventaja. Contra la universalidad, vemos que cada época establece un valor y rechaza los demás. El planteamiento debe ser simple para poder generalizarle. Se impone A o B, sin excepciones, sin matices. La sociedad pondrá el grito en el cielo si le dicen que hoy se incumple A o si, mañana, por un cambio de criterio, se incumpliera B; y esa sociedad se sentirá orgullosa de defender lo que está de moda ser defendido olvidando que hasta hace poco lo rechazaba. Consecuentemente, la sociedad se siente orgullosa de atacar lo contrario; y ¡vaya por Dios!, ahí es donde el hombre social quería llegar, a encontrar una justificación socialmente aceptable para ejercer su poder en todas su formas, desde la simple crítica a la más irracional de las violencias, porque la verdad no le importa a nadie. La argumentación, la emoción o la fuerza es lo único que tiene valor para el hombre vulgar que no quiere ninguna verdad que perjudique su posición. Las grandes ideas se defienden ideológicamente pero, puesto ante la tesitura de elegir la verdad o la conveniencia, el hombre vulgar elegirá el interés.
Al incumplirse A, el buen ciudadano encuentra una justificación para indignarse y para actuar de forma emocional. La conducta emocional sólo le está permitida a la víctima, el resto de la sociedad debe buscar la mesura para no convertir la justicia en venganza o delito.
5
Muchas voces se preguntan, hoy en día, sobre la moralidad de defender a un asesino.
Muchas voces se preguntan, hoy en día, sobre la moralidad de defender a un asesino. La principal razón es que el juicio es un procedimiento que debe llevar unos trámites lógicos. En primer lugar, se debe probar el hecho del que se acusa a una persona y ésta tiene derecho a presentar las pruebas que le exoneren, no toda acusación es necesariamente verdadera. Que una persona acuse a otra de un delito no es prueba suficiente ni del hecho ni de la culpa ni de la responsabilidad, por mucho que el supuesto hecho cause indignación en la plebe. No podemos volver a la Edad Media cuando una acusación de brujería acababa con el acusado o acusada en la hoguera, o a los juicios en los que todos los acusados eran fusilados, porque toda desavenencia entre las partes acabaría con una falsa acusación y el acusado condenado. La indignación ante un delito no significa que debamos condenar al acusado sin más pruebas que una declaración de culpabilidad y que se le pueda someter a todo tipo de crueldades. Ese proceder demuestra que esa plebe es delincuente por naturaleza y que parece esperar la ocasión propicia para justificar su violencia ya sea física, verbal o moral. Añadamos que, aun cuando el acusado sea culpable, habrá que determinar de qué delito es culpable para establecer los cargos y valorar los agravantes o los eximentes. Toda esa labor deberá realizarse de forma correcta y con las garantías adecuadas para lo que se precisa la participación de personas preparadas.
Esa pretensión de condenar a todo acusado es un claro ejemplo de lo que hacen los buenos hombres cuando tienen poder, negar los derechos ajenos y pisar a los demás. En definitiva, los buenos hombres no se diferencian en nada de los que llaman malos; y será debido a que todos ellos forman parte de la especie humana y, en cambio, los conceptos sociales son interpretaciones realizadas por los poderosos.
La justicia popular puede resultar muy caprichosa y por ello, injusta. Si, aún con los pasos previstos, un pleito puede llevar a la condena de un inocente, con mayor motivo, una falta de método y la privación de medios de defensa al acusado no parece que tengan otro objetivo que justificar una decisión ya adoptada por una masa descontrolada debido a una alteración de la emoción causada por la indignación que les produce un hecho, por lo que no precisan pruebas de que el acusado sea el culpable, esos delincuentes emocionados quedarán satisfechos con poder descargar su ira de forma inmediata. Es lo que Ortega y Gasset denominaba la acción directa de las masas. No puede haber, en un estado de derecho, derechos diferentes para los acusados en función de la indignación que produzca cada falta o delito. Si uno tiene derecho a presentar un pliego de descargos por una multa de aparcamiento, otro tendrá derecho a presentar las alegaciones que le parezcan oportunas ante una denuncia penal o una demanda civil. Los derechos son para todos, negar derechos es un acto injusto y caprichoso propio de regímenes dictatoriales La razón de la justicia popular no es la búsqueda de la justicia, es la descarga de sus emociones, el ejercicio justificado de la violencia, y ese proceder no se diferencia en nada de la conducta ilegítima que se pretende castigar condenado al acusado sin un juicio justo. La justicia legal, evita, por lo tanto, la aparición de los justicieros que no son otra cosa que delincuentes.
6
La imagen que tenemos del mundo en el que vivimos es la imagen que han creado los grupos de poder y que nos han impuesto. Nuestra imagen del mundo es una imagen falsa pero es una imagen que condiciona nuestra conducta. Obramos por inercia para mantener la imagen impuesta del mundo. Obrar de forma contraria produciría el rechazo de los demás individuos.
También, esta reducida idea de que la política únicamente se mueve entre dos corrientes ha llegado a generar lo que podría denominarse “efecto de fuego cruzado”, es decir, que es imposible mantener una posición crítica o discrepar de la “izquierda” sin ser señalado, por consecuencia, de “derecha”, y viceversa.
El “efecto de fuego cruzado” es resultado de posturas autoritarias, de intentos de las “izquierdas” y “derechas” por controlar y uniformar las ideas políticas, pero sobre todo del miedo a perder su monopolio; de allí que la divergencia, y hasta el más ingenuo de los cuestionamientos, despierte la imputación, el odio y la persecución por parte de sus líderes, pero sobre todo, y muchas veces de manera más enconada, de sus siervos seguidores. [1]
El poderoso no es necesariamente el político, el general o el banquero, cualquiera con una posición relativa superior a la de otro posee poder en ese pequeño ámbito. Pero no olvidemos que, en nuestro tiempo, la colectividad posee una enorme fuerza. El hombre corriente se siente dueño y señor del mundo y de su destino. Lo malo es que se siente dueño del destino ajeno, haciendo lo que reprocha a los antiguos poderes. El hombre es siempre la misma cosa, sólo varían las circunstancias en las que se manifiesta, y el cambio de circunstancias se confunde con el cambio del hombre debido a la falta de un adecuado análisis.
7
La imagen del mundo se desglosa en la imagen de cada cosa del mundo. En nuestro mundo, cada imagen está falsificada. Cierta ciencia ha cometido tantos errores que ni puede servir para conocer al hombre ni para organizar la sociedad. La psicología creyó en el complejo de Edipo, en la teoría de los recuerdos reprimidos, creó los recuerdos implantados, inventó el psicoanálisis y la hipnosis. Como técnicas, implantó el electroshock y las lobotomías, lástima que no las probaran los mismos creadores antes de generalizar su uso, deshacerse de tanto sabio hubiera sido un gran progreso para la ciencia y la humanidad. En cuanto a sus conclusiones, baste ver lo que demostró el experimento de Rosenhan y lo que ocurrió con el caso Outreau para conocer la calidad y profundidad de sus conclusiones. Los crímenes del gallinero de Wineville acabaron por encerrar en un psiquiátrico a una madre, Christine Ida Collins, que lloraba por la pérdida de su hijo. Allí, los sabios fueron incapaces de distinguir la angustia que sufría por la desaparición del niño y la desesperación que la causaban los propios sabios de achacarla una enfermedad mental. Sobre esto debemos poner en evidencia que la contradicción a la que sometieron a esa señora los titulados al darla su peculiar interpretación, por esa absoluta incompetencia del titulado, es lo que agrava su estado emocional y la altera todavía más. Los prepotentes sabios no creían que el relato de los hechos que narraba pudiera ser real porque los sabios tienen una imagen idealizada del mundo y no aceptan ni las evidencias que la cuestionan. Si esos defectos pudieran creerse cosa del pasado y que el error está ya superado, recordemos a tal ingenuo que acabamos de citar el experimento de Rosenhan y el caso Outreau que nos dicen que los sabios de hoy hacen lo mismo que los de ayer.
Los sabios no creían el relato de la señora Collins porque pensaban que la sociedad es perfecta y que no pueden tener lugar en ella hechos de esa naturaleza. Como sabemos que los hechos relatados eran ciertos, lo que se ve es la fantasía en la que viven los sabios, tan ajenos a la verdad que realmente son ellos quienes tienen una visión alterada de mundo y no las personas de cuyos relatos dudan. La ciencia está al servicio del poder, la ciencia está puesta para mantener la imagen idealizada del mundo que nos ofrecen los poderosos para mantenerse en el poder.
Los titulados pecan de un exceso de fe en la ciencia, como si llegaran a considerar que nada hay fuera del mundo científico, ni tan siquiera, el mundo natural. Así, caen en un exceso de diagnosticación y, como en el caso de la señora Collins, no son capaces de diferenciar la alteración por la emoción de los trastornos que genera la enfermedad. Y a eso se lo llama ciencia. El caso más evidente de esa pérdida de contacto del sabio titulado con el mundo natural nos le ofreció una enfermera que alimentó a un bebé con leche introduciéndosela por vía intravenosa [2]. El hombre de ciencia es tan racional que carece de referencias de lo que es el mundo natural.
Debemos empezar a dudar de que estos sabios sepan realmente lo que se traen entre manos. Desde que la ciencia se ha puesto a estudiar el átomo, ha habido diversas teorías para describir su forma, cada una de las cuales se demostraba falsa al realizarse nuevos descubrimientos sobre su naturaleza. De esa misma forma parecen comportarse otras disciplinas que ofrecen teorías fundadas en hechos que son insuficientes para alcanzar ninguna conclusión pero que los sabios titulados presentan como verdad absoluta. Algún día darán con la respuesta adecuada, quiéralo Dios, pero, entre tanto, deberían reconocer que no la tienen.
Para ilustrar estas conductas, recordemos que la teoría del arte de Danto quien afirma que, en Grecia, cuna de nuestra cultura, no había arte pues, según él, el arte nació con el renacimiento: El origen de nuestra cultura no es cultural ¿Será eso posible?
Otros sabios afirman que arte es lo que llamamos arte y que arte es lo que hacen los artistas. Si cualquier cosa que hacen los artistas es arte, cualquier cosa que digan los titulados será ciencia. Este modo de razonar, incuestionable porque lo ha dicho un sabio y posee forma racional, permite colegir que toda conclusión de un titulado en psicología —que se denomina así mismo psicólogo, confundiendo la capacidad de conocer con la autorización administrativa para actuar en el mundo social—, posee el valor de la verdad. Algunos medicamentos que llevaban tiempo en el mercado han acabado por ser retirados por haberse descubierto efectos secundarios graves en algunos casos.
Por ejemplo, al Myolastán se le relacionó con la muerte de un paciente y se prohibió su uso. Si la psicología fuera un medicamento, sólo con tener en cuenta los errores reconocidos, hace tiempo que se hubiera prohibido su uso. Y lo que no conocemos son los errores que quedan ocultos pero, viendo los que se han descubierto, hay que suponer que serán muchos y podemos concluir que más parece esa titulación un acaso que una ciencia.
8
La implantación social de las ciencias, las titulaciones y los cargos públicos obliga a asumir sus conclusiones.
El hombre hace mejor en no pensar y en desarrollar su capacidad de adaptarse que en utilizar la cabeza y mantener sus convicciones. Quien asume los cambios con naturalidad, asumirá las propuestas de los nuevos dirigentes y, éstos, en nada perturbarán su existencia. Por su parte, sus iguales les reconocerán y aceptarán en sus clanes. Pensar y cuestionar el orden puede resultar tan peligroso en una dictadura como en una democracia pues, en todas partes, existen poderes que condicionan la conducta y la opinión de los ciudadanos estableciendo restricciones a la libertad de actuación y de expresión.
Las organizaciones ejercen un mayor poder sobre sus miembros que el que les corresponde.
Los mismos profesionales se han tenido que disolver en sus organizaciones, perdiendo su independencia hasta tal punto que éstas parecen dirigir su misma labor. Las organizaciones ejercen un mayor poder sobre sus miembros que el que les corresponde por su fundación. Las organizaciones no deben dirigir la actividad personal, lo que pueden dirigir y organizar es la actuación de los asociados frente a los organismos institucionales para defender sus mutuos intereses. Cualquier otra acción es arrogación de funciones. Pero las asociaciones han implantado un régimen interno que hace imposible cuestionarle, quien lo hace resulta rechazado. Además, el poder que tienen socialmente genera una lucha por el poder interno. La función del grupo se ha trasformado. El fundamento de su constitución no tiene la importancia que ha adquirido el colectivo en el mundo social. El significante tiene mayor importancia que el significado. Quien allí se integra buscando aquella verdad original acaba por ver el mundo que se ha creado alrededor del clan y quiere vivir en ese mundo. Un mundo falso pero lleno de posibilidades, lleno de poder. Quien sigue buscando la verdad queda apartado del grupo porque el grupo ya no busca la verdad busca, como siempre, su interés. Lo que se pierde el verídico es poder disfrutar de los beneficios de vivir en la torre de marfil que mantiene a los fieles seguidores apartados de las miserias que soportan los demás hombres —causadas, por cierto, por ellos mismos—, por lo que no conocen el mundo. Sus referencias de la vida son las condiciones del mundo de fantasía creado por el poder del clan. Pero poco les importa desconocer la verdad a cambio de no sufrir los males del mundo y poco les importa establecer ideas equivocadas de un mundo que desconocen porque, en el nivel en el que ellos se encuentran, no se aplican las teorías que dictan para los otros; ellos nunca serán víctimas de sus errores. Y las víctimas de sus errores poco les importan.
El titulado tutela a su cliente porque cree que se encuentra en un nivel superior.
Los valores profesionales como el servicio y atención al cliente, la superación personal y el respeto al secreto profesional quedan superados al haber alcanzado el titulado un estadio superior en el que cualquier referencia al estadio anterior y sus circunstancias son devaluados porque todo aquello se siente como algo inferior. El titulado se adapta a los nuevos tiempos y actúa como el hombre corriente que hoy impone su criterio en el mundo —criterio corriente, como no podía ser de otra forma—, y ni respeta los derechos de sus clientes, como la sociedad ya no respeta los derechos de quienes piensan de otra forma. El titulado tutela a su cliente porque cree que se encuentra en un nivel superior y que puede decidir, como el antiguo cabeza de familia, sobre su vida y su muerte al considerar a los demás hombres de una condición inferior y creer que tiene, como sátrapa en que se ha convertido, la responsabilidad de velar por ellos. Estos hipócritas lo único que buscan es dominar a los demás hombres para ejercer su poder. El hombre de a pie acaba sometido a los distintos clanes pero, por su parte, somete a otros hombres a través de los clanes en los que él mismo se integra. Ese es el truco para que la sociedad acepte el poder de los clanes, cada individuo logra un poco de ese poder injusto.
El hombre corriente ve esa forma de vida y piensa que es así porque es lo correcto, que, si fuera falso, el hombre, honesto por naturaleza, lo cambiaría para poner remedio al error. Pero el hombre corriente acepta tanto la imposición externa como imponerse él mismo a otros siguiendo el sistema imperante. La planta se apropia de los minerales; los animales herbívoros, de las plantas; los animales carnívoros de otros animales; y el hombre, como ser supremo de la naturaleza, sólo puede demostrar esa superioridad imponiéndose a otro ser superior, a otro hombre. Esa imposición puede ser física (la fuerza bruta), moral (la de los padres, maestros, religiosos…) o de las diversas formas racionales: legales (leyes, juicios…) o técnicas (la sabiduría de los titulados). Y queda el criterio de cada cual (la crítica). Al pobre hombre corriente le falta saber cuál es la auténtica superación: La de uno mismo, no la de otro. De esa forma, ignorando la verdad del mundo, de la naturaleza y condición humanas y de la aspiración real del hombre noble, el mundo encuentra justificable la miseria, es decir, el dominio de los demás.
9
De la invención interesada del mundo da cuenta la invención por parte de los sabios de nuevos lenguajes para hablar de cosas viejas y eternas. Si el arte y el lenguaje le crearon los mismos seres, no habría necesidad de crear una nueva expresión para tratar sobre algo cuya esencia es la misma que la expresión que generaron aquellos hombres simultáneamente a las formas artísticas, si acaso, se precisarían, únicamente, algunos términos nuevos. La creación de lenguajes es síntoma del intento de unos hombres reducidos por su fe en la razón de crear una nueva imagen del mundo porque la imagen clásica en nada les beneficia y no la comprenden. Los hombres modernos crean un lenguaje racionalizado capaz de trasmitir la imagen racionalizada del mundo que a ellos les gusta y conviene, esto es, una imagen carente de cualquier esencia y sin relación con su apariencia. Para el sabio, la verdad sólo es verdad cuando se presenta con una argumentación científica y cientifista porque tal expresión da valor al mundo de los titulados en el que ellos viven y reinan y desde el que aspiran, con esa autoridad que les brinda su interpretación, a dominar al resto del mundo, es decir, al mundo social, que es a lo que reduce la razón nuestra compleja existencia.
Modificar el lenguaje y crear nuevas expresiones sólo puede llevar a un error del conocimiento. Existe una relación entre lo que el idioma conoce y la forma de expresión. Alterar el habla lleva a alterar la razón y sus conclusiones. Quien no habla correctamente acaba por no pensar adecuadamente. Quien extravía el discurso extravía el discurrir. Quien no habla con claridad no es profundo, parece ignorante. Si fuera sabio, se dignaría en revelar lo que conoce. Si no quiere revelar lo que sabe, no necesita hablar.
Los sabios sólo conocen el pozo en el que habitan.
Aunque los sabios parezcan profundos por ser capaces de ofrecer infinidad de datos y de explicaciones, sólo conocen el pozo en el que habitan y que ellos han creado, y desconocen la tierra, el cielo y el mar. Conocen datos pero desconocen el conocer. El conocimiento posee más aspectos que la forma racional en la que ellos creen y defienden. Prueba de ello es que la humanidad ha sido capaz de crear lenguajes perfectamente estructurados y capaces de tratar sobre los diversos aspectos de la existencia sin necesidad de la intervención de ningún filólogo. Y las formas artísticas, fruto en todo tiempo de la intuición del creador, obedecen a un patrón perfectamente establecido e identificable sin necesidad de ningún guía ideológico. Los sabios, que desconocen ese mundo real, tienen necesidad de demostrar su sapiencia y de ejercer su autoridad dando una explicación que será falsa pero que, en el mundo falso en que consiste la sociedad, acaba por ser admitida debido al reparto de funciones que ha sido establecido. El mundo no necesita la forma racional que nos imponen los sabios para conocer. Los sabios se elevan a tales alturas que pierden todo contacto con el mundo real. Desgraciadamente, son sus ideas las que se elevan a grandes alturas y se pierden en la estratosfera y no sus personas. Los sabios harían mejor en dedicarse a conocer el mundo y no a conocer formas de pensar. La racionalidad debe integrase en la humanidad no diferenciarse de ella.
Así se crea el mundo. La falsedad se ha impuesto porque la falsedad es rentable. A mayor fuerza de un grupo, mayor es la fuerza social de su punto de vista. Los valores sociales los crean los poderosos y tenemos que acabar por aceptar esa visión, al igual que la han aceptado los miembros de todos los grupos. O no lo aceptas y quedas relegado del mundo social. Esta es la alternativa: la verdad, la independencia y la soledad o la mentira, la sumisión y la aceptación de la comunidad ¿Defender a Espartaco? Pero ¿A quién le importan los derechos de Espartaco? C2
Notas:
1.- Ricardo García López, El efecto de “fuego cruzado”
2.- La administración de leche por vía intravenosa provocó un colapso en el organismo de Rayan