“Don Quijote y los molinos de viento”, Salvador Dalí. Ilustraciones en tinta china y acuarela sobre papel para el libro editado en Nueva York por Random House (1946)

Hablar de locura es hablar de lo cotidiano, pues la locura es la sal y la pimienta en la mesa de la alegría y profundo olvido para la tristeza.

En palabras simples y llanas, la locura es la risa de dios (si es que dios existe). Todos nombramos locura a lo desconocido. Aquello que no concuerda con nuestra realidad o espacio y nos parece fuera de contexto; en cuestión de segundos lo etiquetamos como errático, sinónimo muy a modo que utilizamos para loco. El Quijote de la Mancha, el más célebre y celebrado loco de la historia de la literatura, da muestra de ello. Chaviano [1] afirma que: ningún texto literario tiene persistencia en la memoria cultural a menos que éste contenga algún sustento psicológico profundamente vital para el ser humano. El Quijote es una de esas obras que contiene personajes cuya esencia los ha convertido en un símbolo cultural.

Los pocos conocimientos que se tenían de las enfermedades mentales en aquella época son confusos…

Nada de lo escrito por Cervantes en el quijote nos es suficiente para afirmar que el autor tuviese los conocimientos necesarios para la fiel reproducción de la sintomatología de algunas de las patologías psiquiátricas que hoy se describen en el tratado de psiquiatría de Gelder o en la DSM-IV, porque además, los pocos conocimientos que se tenían de las enfermedades mentales en aquella época son confusos y precarios y los padecimientos pese a sus diferencias eran enmarcados en uno sólo: la “Locura”.

Sin embargo; parece que las grandes crónicas de Don Quijote se ajustan a un sin número de síntomas que denominamos padecimientos psiquiátricos, y no sólo eso, cualquier siquiatra contemporáneo los podría encasillar en casi cualquiera de las enfermedades mentales que aquejan a un gran número de personas hoy en día.

La locura es justo ese filo de la navaja, donde lo real es imaginario y la imaginación una realidad

Para Cervantes, dice Rosana Corral [2], las emociones son transformaciones mágicas del mundo, que figuran entre lo real y lo imaginado. La locura es justo ese filo de la navaja, donde lo real es imaginario y la imaginación una realidad. Un punto en el universo donde comulgan el amor y el odio, el seno que amamanta con licor las postreras noches de insomnio, ahí donde los amantes de la pluma transcriben el código genético de la literatura y en perpetuo amasiato rozan lo inaudito con las yemas de sus dedos.

Ese deslizamiento de la ficción a la realidad es justo el velo que se tiende para que el lector confunda su locura con la del personaje y en un quiebre de tuerca deje de ser un mentalmente sano para pasar a ser el completamente loco. Ese loco lleno de vitalidad y amor por las cosas simples de la vida.

Hablemos ahora de la locura de Don Quijote, para lo cual exploraremos sólo algunas de las muchas categorías que existen de lo que ahora llamamos locura.

“… él es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”.[3]

Empezaremos con los trastornos de personalidad, los cuales son un patrón permanente e inflexible de experiencia interna y comportamiento que se aparta acusadamente de las expectativas de la cultura del sujeto. Sin duda el Hidalgo más famoso se aparta del contexto histórico y social de su época. La cognición, una de las áreas más afectadas, hace que nuestro caballero perciba e interprete la realidad en forma errónea y alterada (molinos de viento como gigantes, rebaños de ovejas como ejércitos, bacinas como yelmos). La afectividad, este sensible eje de comunicación con el mundo, también se encuentra alterado en nuestro Quijote pues la intensidad, labilidad y adecuación de la respuesta emocional es exagerada (Amor por Dulcinea). Un campo más de análisis son las relaciones interpersonales, las cuales nuestro buen Alonso distorsiona y ofrece su propia persona como garantía de amor. Por último el control de impulsos, las desmedidas reacciones ante los eventos tan cotidianos lo muestran como extraño o estrafalario, por lo que en la actualidad lo diagnosticaremos como inadaptado social.

Don Quijote se apega más al arquetipo del héroe juvenil; lleno de vitalidad, rebeldía y desbordada felicidad

Pero analicemos de cerca que pasa con nuestro docto personaje. Empecemos por la más socorrida de sus patologías (según los críticos), la demencia senil, la cual en Don Quijote se apega más al arquetipo del héroe juvenil; lleno de vitalidad, rebeldía y desbordada felicidad, ignorante de su condición y a merced de los buitres de su sociedad, qué a un estado patológico de la mente. Pero sigamos con nuestra disección de almas y razón. Pese a que en nuestra época Don Alonso Quijano no se considera viejo (50 años), de acuerdo a la época cronológica donde se desarrolla la historia, nuestro personaje es muy, muy viejo, factor preponderante y restrictivo en dicha patología, pues este estado de éxtasis en la juventud se justifica como delirio hormonal y no como locura.

Definamos la demencia senil, la cual se achaca al pueril anciano, y no es sino un trastorno de la razón que supone un deterioro progresivo e irreversible de las facultades mentales. Quien padece esta enfermedad experimenta graves trastornos de la conducta y de las funciones cognitivas, hasta el punto de no poder continuar realizando sus actividades cotidianas (OMS). Si juntamos retazos de historia y jirones de síntomas y zurcimos con un poco de cinismo, declararemos a nuestro paciente como un viejo demente que va por el mundo peleando contra tropas de borregos y vistiendo atuendos de difunto; sin embargo bajo la óptica de la medicina contemporánea y en justicia a su lucidez de sabio mal entendido, tendremos que descartar la demencia como diagnóstico ya que ni la edad, ni los signos prodrómicos de la enfermedad concuerdan con los datos clínicos del tan locuaz Hidalgo.

Perturbación aguda del pensamiento, la percepción y la emoción, sentimiento perturbado de uno mismo…

Algunos estudiosos de la conducta humana y sus alteraciones (Psiquiatras) encuentran algunos eslabones en la cadena de aventuras de Don Quijote que concuerdan con uno de los más grandes y aterradores trastornos mentales, fantasmas en Hamlet y desconcierto en el río de la Woolf. Sí, la más temida de todas las locuras; la esquizofrenia, caracterizada por: Perturbación aguda del pensamiento, la percepción y la emoción, sentimiento perturbado de uno mismo, pérdida del sentido de la realidad y fallo en la adaptación social que afecta las relaciones interpersonales. Acompañado todo ello de alucinaciones. Pero Don Quijote no tenía alucinaciones, en realidad eran ilusiones mismas que se definen como percepciones erróneas de la realidad, y esto es justo lo que aquejaba a nuestro personaje, sus vuelcos a la imaginación nacida de la prolija lectura de sus libros de caballería. Podríamos llamar loco a Albert Einstein, por comer, beber y mirar como en el vaho de las nubes se escribe y describe su E=mc2. ¡No lo creo! Pero además, esta afectación de la razón comienza a una edad muy temprana (adolescencia) por lo que nuestro héroe no es buen candidato para el diagnóstico de ésta.

Uno más de los desórdenes del pensamiento, que pudieran aquejar a nuestro Quijote, es la paranoia. La cual se caracteriza por una personalidad defensiva, rígida, desconfiada y egocéntrica. Características que obligan al paciente a aislarse y lo pueden llevar a ser violentamente asocial. Estos síntomas son lejanos a nuestro personaje, quien se caracteriza por interesarse por las personas y su realidad (imaginada por él, claro está). Además de ser simpático, flexible y en ocasiones demasiado confiado.

Finalmente la pregunta obligada es ¿Quién en este mundo no ha padecido la locura? Ya por amor, temor, inconformidad, euforia, soledad, etc. Todos y cada uno de los seres humanos encierran un loco en la miserable morada de la cordura. Todos nacemos locos y con el paso de los días y el cotidiano esquema de los vicios por ser alguien más parecido a otro que a uno mismo, en este mundo donde podemos ser muchos, terminamos siendo cuerdos y atamos a las agujetas de los zapatos la única arma que nos brinda la posibilidad de libertad y felicidad “Nuestra locura”

¿Que Don Quijote está loco? Bien, ¿y qué? [4]

Y qué, si con su locura nos abre la posibilidad de seguir creyendo, de vivir en la fantasía de la realidad, de apostillar la cordura en la esquina superior del libro y soñar con un ejército de danzarinas ovejas que juegan con dios a la baraja.

Antes de finalizar diré que la única locura que pierde al hombre en las tinieblas y termina matándolo es la melancolía de sentirse, saberse y padecer la cordura, tal y como le paso al loco más maravilloso de la historia de la literatura: el famoso Hidalgo de la mancha, Don Alfonso Quijano. Indiscutiblemente, esta camisa de fuerza me es insuficiente para diagnosticar la verdadera patología que aquejó, aqueja y seguirá aquejando al Quijote mientras haya ojos que quieren leer y mentes abiertas que deseen entender. C2

 

Referencias

[1] Diana Chaviano. Símbolos y arquetipos en la trinidad protagonista de La Celestina. Celestinas 30 (2006): 9-25

[2] Rosana Corral Márquez y Rafael Tabarés Seisdedos. Aproximación psicopatológica a El Quijote. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 2003; XXII(85):27-57

[3] Miguel de Cervantes Saavedra. El quijote de la mancha. Cap. XVIII

[4] Miguel de Unamuno. La locura de Don Quijote. Salamanca. 10-IV-1905

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