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Algunas teorías

Bill Gates desea rastrear nuestra ubicación en tiempo real  ⎯como si el celular que cargamos hasta el baño no bastara⎯  y por ello inserta microchips en la vacuna del Covid-19. La Humanidad nunca llegó a la Luna. La Tierra es plana. La cantidad de personas que creen en alguna o todas estas teorías de conspiración es sorprendentemente grande. Si bien no de primera mano, o directamente, todos conocemos a alguien que a su vez conoce a alguien que cree o por lo menos no descarta del todo alguna de estas tres teorías. En los tiempos que corren, creer en las últimas dos puede ser irrelevante y hasta resultar jocoso. Pero creer en la primera teoría ha desembocado en un movimiento anti-vacuna responsable de cientos de miles de muertes que podrían haberse evitado. Dadas estas consecuencias funestas, cabe preguntarnos, ¿cómo es posible que como sociedad organizada no hayamos dotado de sentido común a tantísima gente?

Tal vez lo que pasa es que más o menos el 50% de la población mundial es ignorante y uno está, por supuesto, del lado informado, inteligente. Es muy probable que usted considere falsas estas tres teorías que mencioné arriba. Pero no podrá negar que sí existen eventos históricos que son claramente el resultado de una conspiración. Por ejemplo, Oswald no mató a Kennedy por sus pistolas (nunca mejor utilizada esta expresión), ni Aburto, a Colosio. Habría que ser miope para no verlo. ¿Y el fraude electoral del 88? Hoy se habla de él como una verdad histórica, pero durante décadas había quienes dudaban de su existencia. Ese fue el del 88, pero ¿y el fraude del 2006, claramente ocurrió? Aunque hay quienes se muestran escépticos, muchos, muchísimos otros darían su brazo derecho por que sí aconteció.

¿Cómo es posible que como sociedad organizada no hayamos dotado de sentido común a tantísima gente?

Con esta misma vehemencia, hay en nuestro vecino del norte gente que asegura que en el 2020 le hicieron fraude a su líder Trump. Más aún, 17% de los estadunidenses creen que existe una red satánica de prostitución infantil liderada nada menos que por Hillary Clinton, que además extrae de sus víctimas una especie de elixir de la eterna juventud y que todo eso ocurre, por qué no, en la bodega de una pizzería [1]. Y el ataque a las torres gemelas, ¿quién lo orquestó? ¿Fue acaso un inside job? ¿Y qué me dice de la muerte de dos secretarios de gobernación de México entre 2000 y 2006 en avionazos distintos? ¿Coincidencia? Y hablando de eventos improbables que sin duda apuntan a una conspiración, ¿sabía usted que las oficinas del periódico Reforma están sobre Avenida Universidad mientras que las del Universal están (casi) sobre Avenida Reforma?

Aunque algunas de estas teorías de conspiración le parezcan a usted ridículas, lo más probable es que crea que por lo menos alguna de ellas es cierta. En efecto, basta rascarle un poquito para darse cuenta de todas las teorías de conspiración (no comprobadas) en las que la gente más autodenominada escéptica cree sin reparar mucho en ello. Y sin embargo, la pandemia actual ha puesto de manifiesto una corriente que divide al mundo entre aquellos que creen (estúpidamente) en teorías de conspiración y aquellos que (sabiamente) no. Lo cierto es que todos creemos en teorías de conspiración, y tenemos razones de peso para hacerlo. Para empezar, creer en teorías de conspiración es natural porque pone a alguien a cargo en un mundo de otra manera completamente caótico. Por otro lado, tenemos fundamentos históricos para creer en estas teorías.

La oveja no era arisca

En 1942 Inglaterra roció ántrax en la pequeña isla de Gruinard para estudiar la mortalidad de este patógeno en ovejas como parte de un programa secreto de armas bioquímicas. Para tapar el hecho, culpó a marineros griegos de haber arrojado en la isla un animal putrefacto que habría infectado a las ovejas, e incluso indemnizó a los pastores a nombre del gobierno griego para dar credibilidad a su versión [2]. Décadas después, en 1979, una fuga en un laboratorio secreto también de ántrax pero esta vez en la Unión Soviética, fue responsable de la muerte de cientos de personas en el poblado de Sverdlovsk en un accidente que se conoce como el “Chernobyl biológico” [3]. ¿La versión oficial del gobierno soviético? Una vez más, carne de res contaminada. Por supuesto, todos los archivos hospitalarios fueron destruidos por la KGB, seguido de una serie de artículos periodísticos pagados por el régimen donde se señalaba a la dieta de animales de granja como fuente de contaminación.

Como se podrá usted imaginar, el objetivo de estos experimentos y laboratorios clandestinos era modificar a los patógenos o su método de diseminación para convertirlo en arma biológica (o “weaponize” en inglés, algo así como “transformar en arma”). Así mismo, Estados Unidos, la otra superpotencia de la postguerra, experimentó en 1954 con voluntarios adventistas el efecto de distintos patógenos en un programa llamado “Whitecoats”, con el objetivo, no tanto de encontrar la cura de alguna enfermedad, sino para efectos de calibración de un arma bioquímica [2]. ¿No le parece suficientemente escandaloso? Bueno, pues esta misma nación también experimentó secretamente con drogas psicodélicas (LSD) en presos y transeúntes desprevenidos (todos estadunidenses y sin su consentimiento) a través de la CIA durante más de 10 años con el fin de aprender a controlar la mente de sus adversarios [4]. La cereza en el pastel es que para ello contrataron doctores nazis como una especie de consultores. Por supuesto, la justificación era que los rusos ya estaban trabajando en un “suero de la verdad” y era necesario ganarles en esa carrera donde la palabra clave es nuevamente weaponize. Así que la próxima vez que escuche a un loco en La Alameda gritar que el gobierno quiere controlar nuestras mentes, dele el beneficio de la duda.

La próxima vez que escuche a un loco en La Alameda gritar que el gobierno quiere controlar nuestras mentes, dele el beneficio de la duda.

Dejando a un lado el hecho de que no nos escandalice que un Estado masacre a la población de otra nación, pero sí que experimente con su propia gente, estos ejemplos ponen de manifiesto que algunas de las teorías de conspiración aparentemente más alocadas han sido comprobadas. Las secuelas de estas y otras acciones profundamente antiéticas han seguido manifestándose décadas después. Por ejemplo, en 1998, una iniciativa para vacunar a todos los soldados estadunidenses precisamente contra el ántrax, al final fue suspendida de golpe. La razón: la baja moral que tal ordenanza ocasionaba en los soldados al creer que se estaba experimentando con ellos, o, en el mejor de los casos, que se trataba de una vacuna de muy mala calidad [5]. ¿Le suenan conocidos estos temores?

Conmigo o contra mí

Así, asegurar que todas las teorías de conspiración son ciertas es tan peligroso como asegurar que todas son falsas. Cuando se pretende dividir al mundo entre creyentes y escépticos, entre ciencia y religión, entre neoliberales y neopopulistas, se cae en la seductora trampa de la no reflexión. La trampa consiste en considerar que quien piensa distinto a nosotros es un completo imbécil, así, por omisión y sin matices, y es seductora porque no requiere de esfuerzo en comprender al otro. La consecuencia de esta polarización es una agresión constante de un bando hacia el otro cuyo objetivo único es la auto justificación. Este no es un problema nuevo. Por ejemplo, el escritor George Orwell describe en su recuento de la Guerra civil Española, Homenaje a Cataluña, cómo ambos bandos mentían descaradamente sobre las atrocidades cometidas por el bando opuesto. Ya sabemos cómo terminó esa historia.

Hoy en día, Trump es retratado en Twitter como un mesías o como un payaso, pero poca gente está dispuesta a dar o escuchar argumentos, o a cambiar su opinión inicial. A este respecto, existen estudios científicos [6] basados en experimentos de resonancia magnética (MRI) que han demostrado que cuando una persona discute sobre política se activa la parte del cerebro responsable de la identidad personal, desencadenando mecanismos de defensa profundamente emocionales. Por eso la gente reacciona como un animal acorralado cuando sus creencias políticas son cuestionadas con argumentos racionales o evidencia documentada.

Por eso la gente reacciona como un animal acorralado cuando sus creencias políticas son cuestionadas con argumentos racionales o evidencia documentada.

Una posible explicación es que no es tan importante para un ser humano estar en lo correcto, como lo es pertenecer a un bando, y que, además, ese bando sea el vencedor. Esto puede ser una traza evolutiva más fuerte de lo que sospechamos. La antropóloga británica Jane Goodall documentó cómo una manada de chimpancés originalmente en paz, se divide en dos bandos que terminan asesinándose de una manera brutal, canibalismo incluido [7]. Quizás compartimos con nuestros primos evolutivos esa sed de sangre de batalla, ese deseo de pertenecer al bando ganador que fulmina a la otredad. Ciertamente, los partidos de futbol o la lucha libre, entre otros, parecen haber ritualizado esa necesidad. Pero más allá de estas posibles válvulas de escape, debemos aspirar a otro tipo de discusión cuyo objetivo no sea buscar pertenecer a uno u otro bando por cuestiones ideológicas. Más aún, es necesario crear una cultura de autoreflexión en la que cuestionemos las bases de nuestras propias creencias. Para ello sería ideal desarrollar herramientas que nos ayuden a discernir qué de lo todo que creemos es resultado de un análisis objetivo dada la evidencia presentada, y qué es resultado de la necesidad de reforzar nuestra identidad o pertenencia a cierto grupo.

Herramientas

Una de estas posibles herramientas fue desarrollada hace relativamente poco (pero aún pre-pandemia, 2016) a través de un modelo matemático [8] que permite estimar con el 95% de probabilidad el tiempo que sería necesario para que alguno de los N involucrados en una conspiración (es decir, que conoce el secreto) termine exponiéndola. Este modelo es calibrado [9] utilizando datos de conspiraciones pasadas que en efecto fueron expuestas. Dado el número de personas trabajando en las principales farmacéuticas del mundo (aprox. N=700,000 en 2016 [8]), el modelo estima que en tan sólo 3 años alguno de los involucrados ya habrá develado alguna conspiración relacionada con la vacuna. Si el modelo es correcto, sólo nos faltaría un año más para que alguien dé el pitazo. En general, el modelo propone que si una conspiración requiere que cientos de miles de personas guarden silencio, y ya han pasado más de 5 años desde el evento en cuestión, entonces lo más probable es que la teoría sea falsa. Esto podría servirnos como una guía para evaluar si debemos seguir creyendo en alguna teoría de conspiración.  Aunado a esto, aquí cabría recordar dos principios básicos sobre teorías de conspiración: 1) Dos explicaciones mutuamente excluyentes exhiben la falsedad de una conspiración. 2) Que alguien o algo se haya beneficiado de algún hecho, no implica que lo haya provocado. Sobre el primer principio, existen encuestas que muestran que lo más probable es que alguien que cree que Lady Di fingió su muerte, también crea que fue asesinada. De la misma manera, conozco gente que asegura que el Covid-19 no existe, y simultáneamente que fue diseñado para diezmar a la población. Sobre el segundo principio, cuando yo era niño estaba convencido de que las televisoras ganaban dinero de la compañía de luz. ¿Por qué? Porque prender la televisión necesariamente consumía electricidad. Por supuesto, este no es el caso. Análogamente, que las farmacéuticas ganen dinero de la fabricación de la vacuna anti Covid-19, no implica necesariamente que ellas hayan creado el virus.

Y ya para terminar… ¿sabía usted que en Wuhan opera un instituto de virología [10] que estudia precisamente a virus similares al SARS-COVID-19? ¿Será que, otra vez, la palabra clave es weaponize y que el virus simplemente se les escapó, en una especie de Bio-Chernobyl chino? ¿O más bien que siempre sí el paciente “cero” fue alguien que se comió un murciélago infectado en ese mercado aciago? Concuerdo con usted: es extenuante tratar de tomar una postura definitiva a este respecto. Por fortuna o por desgracia, vivimos en un mundo muy complejo en el que un día parece claro que el virus del Covid-19 surgió en un mercado de Wuhan, y meses después se crean comisiones [11] para investigar si es que en realidad fue creado en un laboratorio operando en la misma ciudad. Tal vez debamos concluir no sólo que se vale cambiar de opinión y creer en (algunas) teorías de conspiración, sino que quien piensa distinto a uno, no es necesariamente un completo imbécil.

Postdata. Por si le sirve de referencia: yo estoy vacunado, y aún así, Bill Gates no sabe dónde estoy cuando olvido el celular en la casa. C2

 

REFERENCIAS

[1] https://www.nytimes.com/article/what-is-qanon.html

[2] “The living weapon”, documental de PBS, 2007, WGBH Educational Fundation.

[3] https://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/shows/plague/sverdlovsk/

[4] The CIA’s Secret Quest For Mind Control: Torture, LSD And A ‘Poisoner In Chief’ https://www.npr.org/2019/09/09/758989641/the-cias-secret-quest-for-mind-control-torture-lsd-and-a-poisoner-in-chief

[5] Moreno, J. (2003). Human Experiments and National Security: The Need to Clarify Policy. Retrieved from  https://repository.upenn.edu/bioethics_papers/56

[6] Kaplan, Jonas T., Sarah I. Gimbel, and Sam Harris. “Neural correlates of maintaining one’s political beliefs in the face of counterevidence.” Scientific Reports 6.1 (2016): 1-11.

https://www.cbsnews.com/news/mri-brain-study-usc-political-beliefs-challenged/

[7] Goodall, Jane. Through a window: My thirty years with the chimpanzees of Gombe. HMH, 2010.

[8] Grimes, David Robert. “On the viability of conspiratorial beliefs.” PloS one 11.1 (2016): e0147905.

[9] El modelo estima que la probabilidad de que uno de los involucrados se convierta en delator es de por lo menos 4.3×10-6 por año.

[10] http://english.whiov.cas.cn/

[11] Covid: Biden orders investigation into virus origin as lab leak theory debated, BBC news. https://www.bbc.com/news/world-us-canada-57260009

Sobre el autor

Instituto de Física, UNAM

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