PLas imágenes no provienen de ninguna parte, son de Dios
Víctor Shklovski
Por el verde, verde / verdehalago húmedo / extiéndome. Extiéndete / Vengo de Mundodolido / y en Verdehalago me estoy.
Verdehalago. Intento saborear la palabra del poema de Mariano Brull, como propone Alfonso Reyes: no es dulce, tiene un sabor suavemente ácido y sobrio; trato de evocar la metálica frigidez de agua en “termo” que le produce la “h” secretona. Es una imagen extraordinaria. Lo que más me maravilla de las jitanjáforas es su increíble capacidad para producir sensaciones o imágenes. En la teoría de las jitanjáforas que propone Reyes, podemos encontrar muchos ejemplos de este efecto. Nos habla por ejemplo, de una “alegre” galindinjóndi y una “trágica” samalesita, entre las cuales discurre “toda la escala de la ira infantil” de Miguel Ángel Osorio; o la súbita visión que tuvo de las jitanjáforas como un transporte de la electricidad atmosférica, donde imagina a un científico ruso que, con pases y ademanes magnéticos, hacía zumbar un aparato de radio y arrancaba la música implícita en el espacio, como quien está cazando mosquitos. Ante semejante escena, no puedo más que preguntarme ¿cómo es que se producen estos sentidos a partir de palabras que no significan absolutamente nada?, ¿cómo es que estas palabras vacías de significado se llenan de pronto cuando las escuchamos?
En efecto, veo una gran nube que tiene la forma de un elefante, con las orejas y la trompa replegadas sobre el cuerpo a causa del viento.
Mientras entro en sesuda reflexión, descanso la vista sobre un grupo de abultadas nubes blancas que se desplazan pesadamente bajo el sol, como elefantes cruzando la sabana. En efecto, veo una gran nube que tiene la forma de un elefante, con las orejas y la trompa replegadas sobre el cuerpo a causa del viento. Un par de nubes más adelante, encuentro un esponjado cisne que pasa, altivo, extendiendo al máximo sus plumas… De pronto, un destello y comienzo a ver las jitanjáforas en las nubes: Filiflama alabe cundre / ala alalúnea añífera / Alveolea jitanjáfora / liris salumba salífera / Oliva oleo olorife / alalai cánfora sandra / milingítara girófara / zumbra ulalindre calandra. La “tan fragante jitanjáfora” que halló Reyes en el poema de Brull, es tan fragante como la flor de loto que se me aparece en una nubecilla que avanza más rápido que las demás. Estas proyecciones imaginarias son producto de el impulso biológico del hombre a imponer orden y sentido figurativo a sus percepciones. Surge de la necesidad de semantizar los campos perceptivos aleatorios como las nubes, las constelaciones o manchas en las paredes, imponiéndoles un sentido. Román Gubern la llama pulsión icónica y señala que funciona de acuerdo al grupo cultural e historia personal del perceptor. Si el rey Pirro, halló representado en los meandros de una piedra ágata a Apolo con una cítara y las nueve musas con sus atributos, y si en México, en unas manchas de humedad, encontraron a la célebre virgen del metro y a la del tinaco ¿qué no podremos hallar nosotros en las jitanjáforas? Esta pulsión también opera con las famosas manchas de Rorsach utilizadas por los psicólogos; las jitanjáforas también revelan el contenido de la consciencia o el estado de ánimo, como muestra el ejemplo de la ira infantil de Osorio. La percepción es un fenómeno cognitivo y emocional a la vez. Un psiquiatra bien podría usar las jitanjáforas como una especie de “manchas lingüísticas” –¿Que le viene a la mente cuando escucha milingítara girófara?–
Leonardo da Vinci, en su Tratado de pintura, recomienda como ejercicio para estimular la imaginación buscar imágenes en las manchas. Así, también nosotros le recomendamos al lector el uso de jitanjáforas para estimular su ingenio. Por ejemplo, lea una jitanjáfora, de preferencia una de su agrado, saboréela, disfrútela y trate de preparar un pastel a partir de la experiencia. Si lo suyo no es la repostería, no se preocupe, un ensayo será suficiente. Lo importante es que lo goce.
Vengo de Mundodolido / y en Verdehalago me estoy. C2