La Compañía Nacional de Ópera decidió celebrar este año a Rossini. Para ello programó la puesta en escena de la ópera bufa, estrictamente dramma giocoso, L’italiana in Algeri y así conmemorar el sesquicentenario de la muerte del Cisne de Pesaro.
Hernán del Riego fue el responsable de reponer la producción el concepto escénico que estrenó en 2002. La escenografía de aquella puesta fue la misma que diseñara Jorge Ballina, aunque al mismo tiempo fue nueva, pues la original se perdió durante el incendio de los almacenes de la CNO a mediados de la primera década de este siglo. El contar con una nueva escenografía permitió incorporar algunos detalles que la hicieron más brillante y funcional, a la vez que ajustar la iluminación, diseñada esta vez por Ingrid SAC (sic), y el vestuario firmado por Violeta Rojas.
Del Riego nos presenta durante la obertura, ya que supongo que considera que el público se puede aburrir con esta pieza deliciosa, una escena con el bebé de Isabella y Lindoro, que supongo es lo que motiva a la italiana a viajar a Argelia. El bebé será omnipresente y se convertirá en el eje de movimientos chuscos que distraen la atención de la ejecución musical. Creo que, pese a este recurso y a algunos menos importantes, la producción funciona bien y divierte al público.
Es normal que se hagan cortes de la partitura aquí o allá.
En su Vida de Rossini, Stendhal escribió que esta ópera es una ‘locura organizada y completa’. En este caso fue casi completa. Es normal que se hagan cortes de la partitura aquí o allá. Muchos de estos cortes son producto de la tradición, o de los caprichos de los cantantes, quienes solicitan el corte para agregar un adorno, o bien para evitar que algún músico tenga problemas con una u otra sección de un aria. En este caso hubo cortes de los recitativos simples, lo que se agradece, pues en esta ópera el texto no es precisamente brillante, pero hubo un gran corte que motiva mi uso del casi. Rossini tuvo a su disposición a una muy buena contralto para el papel de Isabella, Maria Marcolini, para quien compuso el rondò “Pensa alla patria”. No sólo es un aria que exige vocalmente estamina y flexibilidad, sino también tiene un contenido patriótico que el público de la segunda década del siglo XIX entendió perfectamente. Pese a que el aria fue censurada modificando el texto, como pasaría años después con varias de las óperas de Giuseppe Verdi, la música puede tener un mensaje subversivo que Rossini se encargó de que quedase muy claro. No creo que esta aria se haya cortado por capricho del director musical o incapacidad de nuestra Isabella, sí creo que el corte haya sido impuesto por el director de escena.
La mezzosoprano Guadalupe Paz encarnó una Isabella sexy y coqueta. Las cualidades naturales de su voz y la técnica adquirida durante sus años académicos y profesionales la hacen hoy día la mejor exponente mexicana de los papeles rossinianos. Creo que merecíamos que cantara toda “Pensa alla patria”, lo que hubiera redondeado una muy buena función.
El tenor Édgar Villalva fue Lindoro. Tiene una voz bonita, pero no tiene los agudos ni la flexibilidad necesaria para lograr la coloratura que demanda su parte.
El bajo–barítono chileno Ricardo Seguel nos dio un Mustafá de gran calidad. Posee un gran y bella voz que aunada a su técnica rossiniana nos permitió escuchar la difícil coloratura que exige la partitura. Su actuación fue excepcionalmente cómica y fue el eje alrededor del cual se movió la farsa.
Josué Cerón, otro barítono que ha hecho muchos papeles de Rossini, tuvo una buena función. Los papeles secundarios fueron cubiertos adecuadamente por Angélica Alejandre como Elvira, Mariel Reyes como Zulma y Luis Rodarte como Haly.
Esta vez el coro no fue lo mejor de la noche.
Srba Dinić dirigió con tiempos a buena velocidad tanto a los solistas, como a la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, que muestra una enorme mejoría desde que la tomó el maestro serbio, y al Coro del Teatro de Bellas Artes, esta vez dirigido por Cara Tasher. En mi opinión el Coro del Teatro de Bellas Artes mejoraría tanto como la Orquesta si contase con un director estable. Hoy el coro no fue lo mejor de la noche.
No puedo evitar alabar a Ricardo Magnus que desde el clavecín logró un espléndido acompañamiento durante los recitativos simples, que no por simples dejan de ser complicados en su ejecución.
Stendhal también dijo que la música de L’italiana nos hace olvidar toda la tristeza del mundo. Sólo me queda la tristeza de que no podré ver una ópera de Rossini al mes, receta segura para alcanzar la felicidad. C2