La razón principal que me llevó a releer este libro fueron el placer que me ocasionó la primera lectura, tanto del texto principal como del prólogo escrito por Charles P. Snow: los conceptos que contiene acerca de la estética de las matemáticas, así como de los motivos para hacer ciencia. En particular, el prólogo es una pieza literaria muy interesante y hasta conmovedora. No solo introduce de manera magistral el texto de Hardy, sino que también nos permite descubrir la personalidad de este último, a través de los ojos de otro gran hombre, quien admiró y respetó a Hardy sobremanera. He de confesar que estaba más interesado en leer sobre la estética de las matemáticas, y el libro no me decepcionó al respecto; sin embargo su discusión sobre los motivos para dedicarse a las matemáticas (y ciencia en general, si me permiten agregar) me atraparon.
De acuerdo con Hardy, cualquier persona que busca justificar su existencia y sus actividades, debe de distinguir entre dos preguntas similares, pero distintas: ¿vale la pena lo que hago?, y ¿por qué lo hago? (independientemente de su valor). Hardy reconoce la extrema dificultad de contestar la primera pregunta y no ahonda en ella. Pero en lo que concierne a la segunda, asevera que solo hay dos posibles respuestas honestas:
Continuando con la argumentación de Hardy, la única posibilidad de encontrar satisfacciones profundas en nuestro trabajo es si nuestra respuesta es como la primera. Pero ¿qué tipo de satisfacciones podemos esperar? Aunque hay muchos motivos respetables que pueden impulsar a las personas a proseguir una carrera científica, hay tres que destacan sobre el resto:
Aunque algunos científicos pueden argumentar que sus motivos son contribuir a la felicidad de la gente, o aliviar los sufrimientos del pueblo, lo cierto es que en la absoluta mayoría de los casos, estas no son las verdaderas razones por las que las personas deciden hacer ciencia. Ciertamente, todos los que han tenido la suerte de que su trabajo haya beneficiado a la humanidad, nos dirán que darse cuenta de ello es muy satisfactorio. Sin embargo, no era lo que buscaban cuando decidieron dedicarse a la ciencia y, salvo honrosas excepciones, que sus motivos eran uno o más de los enlistados anteriormente. Finalmente, asegura Hardy, ninguna persona decente debe sentirse apenada de que sus motivos sean los tres anteriores (que parecen y son egoístas), y no otros de naturaleza altruista como la búsqueda del bien común.
En lo personal, concuerdo con todas y cada una de las aseveraciones de Hardy. Solo quisiera agregar una reflexión mía. Aunque muchas veces la ambición es mal vista, esta es una razón tan válida como las demás para dedicarse a la ciencia. Por supuesto que la curiosidad y el orgullo profesional son esenciales para una carrera científica exitosa, y no tienen nada que ver con la fama y el poder. Pero la curiosidad y el orgullo no están en absoluto peleados con la ambición y la necesidad de reconocimiento. Citando a Hardy:
“El trabajo valioso no es llevado a cabo por personas ‘humildes.’ Aquel que siempre se cuestiona ‘¿vale la pena lo que hago?’ así como ‘¿soy la persona adecuada para este trabajo?’ será poco eficiente y desanimará a los demás. Esa persona deberá cerrar los ojos y pensar de sí mismo y de su trabajo un poco mejor de lo que ambos merecen. Hacer esto no es difícil. Lo difícil es no hacer el ridículo cerrando los ojos fuertemente y por demasiado tiempo.” C2
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