El juego milenario que nos llegó de Persia o de India ha atraído lo mismo a reyes y príncipes que a científicos y escritores. ¿Deporte? ¿Mero pasatiempo? ¿Ciencia?
Fue Steinitz, primer campeón mundial oficial, quien dijo que “el ajedrez es demasiado juego para ser ciencia y demasiada ciencia para ser juego”. El caso es que para destacar en el tablero de las sesenta y cuatro casillas se requiere, quizá, de un talento especial, pero también de estudio, disciplina, horas y horas de dedicación y esfuerzo.
A lo largo de la historia, han surgido ajedrecistas que llaman poderosamente la atención por su precocidad. Desde niños, asombran a los demás por su entendimiento del juego-ciencia y son capaces de derrotar a jugadores de más edad y experiencia que ellos. Son conocidos como “niños prodigio”. No es raro, por desgracia, que estos genios del tablero sean también seres humanos sensibles a los que les cuesta trabajo adaptarse en el mundo de todos los días. Su propio genio parece actuar contra ellos.
Su propio genio parece actuar contra ellos.
Demos un rápido repaso los “niños prodigio” más sobresalientes de la historia de ese juego que ha sido reiteradamente comparado con una guerra y hasta con la vida misma. “En el Oriente se encendió esta guerra/ cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra./ Como el otro,/ este juego es infinito”, escribió Borges.
El genio de Luisiana
En el siglo XIX vivió en Estados Unidos el primer niño prodigio que registra la historia. El 27 de junio de 1837, en Nueva Orleans, nació Paul Charles Morphy, hijo de una familia aristocrática. Aprendió los rudimentos del ajedrez cuando era un niño, viendo jugar a su padre y a su tío. A ambos los derrotaría pronto en el tablero. A los 9 venció, e hizo enojar, al general Winfield Scott, quien pasaba por ser un buen empuja trebejos, y a los 12 sorprendió a Johann Lowenthal, maestro húngaro, a quien le ganó 3 partidas consecutivas. A los 13, por orden de su padre, que lo quería abogado, se alejó del ajedrez; solo lo dejaba jugar los domingos. Fue un estudiante brillante, que se recibió de la carrera de Derecho a los 20. Se cuenta que era capaz de recitar de memoria el Código Civil de Luisiana.
Tras ganar un torneo en Nueva York, empezó a hablarse de él en Europa. Por entonces, los mejores ajedrecistas europeos eran el alemán Adolf Anderssen y el inglés Howard Staunton. Gracias a una colecta que se llevó a cabo en Nueva York, y a una invitación de Staunton, Morphy pudo trasladarse al Viejo Continente. En Londres y en París arrasó con los jugadores locales. Fue en París donde enfrentó en un match a Ander-ssen, quien había vencido a Staunton. En ese tiempo no había un campeonato mundial reglamentado, pero Anderssen había demostrado ser el mejor europeo. No obstante sufrir una gripe intestinal, Morphy alzó la mano en el match con el alemán: tras 11 partidas, ganó 7, empató 2 y solo perdió 2 para ser aclamado extraoficialmente como campeón mundial y convertirse en una celebridad. Recibió la visita de príncipes rusos, fue invitado a una recepción en el Palacio de Buckingham. Todos querían conocer al genio llegado del continente americano. Sabedor de que sería derrotado, Staunton se negó a enfrentarlo.
Morphy regresó a Estados Unidos, y fue recibido como héroe en Nueva York y en Nueva Orleans. Quiso ejercer como abogado, mas no lo tomaban en serio: querían conocerlo, entrevistarse con él, pero para que les hablara de ajedrez, no de leyes. Acabada la Guerra Civil, durante la cual su familia se exilió, dejó de jugar. Se tornó un tipo retraído, de mal carácter. Buscaba la soledad y, sobre todo, no quería oír hablar del juego-ciencia. Steintiz quiso conocerlo. Morhpy accedió, siempre y cuando no se tocara el tema del ajedrez. El genio de Nueva Orleans murió a los 47, tras sufrir un colapso.
Desde entonces, el estudio y práctica del ajedrez han avanzado mucho. No solo se han hecho cientos de aportaciones teóricas a las aperturas y a la estrategia que no se conocían en la época de Morphy, sino que además los jugadores actuales cuentan con computadoras, programas y métodos sistemáticos de entrenamiento que no existían entonces. Quedará siempre la duda de cómo le hubiera ido al legendario jugador de Luisiana de ser trasladado por una máquina del tiempo a nuestra época. Nos quedamos con lo que Fischer, ese otro niño prodigio estadounidense, comentó al respecto: “Si Morphy jugase hoy, necesitaría unos meses para ponerse al tanto de la teoría… y después se convertiría en campeón del mundo.” Esa afirmación se parece a la que alguna vez le escuché a Alfonso Ferriz, apasionado del ajedrez: “Si los grandes maestros del pasado jugaran hoy, se pondrían rápidamente al corriente y serían unos monstruos.”
El primer Mozart del ajedrez
Hacia finales del siglo XIX, en 1888, nació en La Habana, la capital cubana, el que fuera considerado “el Mozart del ajedrez” y, más tarde, “la máquina del ajedrez”: José Raúl Capablanca. Aprendió las reglas básicas a los 4 años, mirando jugar a su padre con unos amigos. En el club de su ciudad natal, vencía a otros aficionados a quienes daba ventaja de dama. A los 13 derrotó al campeón nacional, Juan Corzo.
Capablanca tuvo la suerte de contar con un mecenas, Ramón San Pelayo, quien financió su formación en Estados Unidos. En ese país estudió ingeniería química, pero abandonó pronto la carrera. En un torneo relámpago, logró vencer nada menos que a Emanuel Lasker, quien fuera campeón mundial. Realizó una gira por el país, ganando la mayoría de las partidas. A los 20, derrotó a otro de los maestros de la época, Frank Marshall. En San Sebastián, España, ganó un torneo importante. Ya para entonces era invencible en la modalidad del ajedrez rápido. En La Habana quedó en segundo lugar y en Nueva York ganó un torneo sin perder una sola partida. Aceptó un puesto en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, que le permitió dedicarse por entero al juego, que era su pasión.
En Europa dio algunas exhibiciones de simultáneas: se enfrentaba al mismo tiempo a varios jugadores, a quienes derrotaba con facilidad. No es raro que los maestros ofrezcan este tipo de exhibiciones, que asombran a la gente. Morphy y otros grandes ajedrecistas han sido capaces de realizar, con éxito, exhibiciones de simultáneas contra veinte o más aficionados… jugando a la ciega, es decir, con los ojos vendados.
Llegó un momento en que Lasker, el campeón, decidió renunciar a su título en favor del cubano. Pero finalmente jugaron el esperado match en La Habana, y Capablanca ganó sin perder una sola partida. En otros torneos internacionales, sus resultados fueron excelentes. Hasta que le llegó la hora de enfrentar en Buenos Aires al que sería su acérrimo rival, el ruso Alekhine. Confiando en su asombrosa intuición para el juego, Capablanca no se preparó. Se dice que pasaba las noches en los salones, bailando tango con las bellezas argentinas. En cambio, Alekhine estudió a fondo las partidas de su contrincante, analizando su estilo, buscando sus puntos débiles, la manera de atacarlo con posibilidades de vencerlo. Y el resultado fue que el mundo vio surgir a un nuevo campeón mundial.
Alekhine no quiso darle la revancha, y se negó a inscribirse en torneos donde participaba Capablanca, hasta que por fin se vieron las caras en uno de tantos torneos internacionales, y el cubano venció al ruso. Pero nunca recuperaría su título.
El 7 de mayo de 1942, en el Club de Ajedrez de Manhattan, Capablanca de pronto se desplomó. Había sufrido una hemorragia cerebral, causada por una hipertensión arterial. Murió al día siguiente, a los 53 años. De él, dijo Lasker: “He conocido a lo largo de mi vida a muchos grandes ajedrecistas, pero solamente a un genio: Capablanca.” El cubano veía que en los torneos entre maestros había muchos empates, y llegó a proponer, para hacer aún más interesante el juego, más difícil, que se añadieran algunas casillas al tablero y otras dos piezas de su invención, a las que llamó el “arzobispo” y el “canciller”. Por suerte para quienes amamos el ajedrez, y no nos tocó ser niños prodigio, la aportación del cubano a la complejidad del juego no prosperó.
Jugaba con tres torres
México también tuvo su genio del ajedrez, en la persona del yucateco Carlos Torre Repetto. Nació en Mérida en1904, y aprendió a jugar a los 6. En 1915, se trasladó con su familia a Nueva Orleans, donde fue discípulo de E.Z. Adams. Entre 1925 y 1926 participó en cuatro torneos internacionales, con resultados que hacían pensar que tenía posibilidades de llegar a convertirse, con el tiempo, en campeón mundial. En 1926 ganó el campeonato de México, pero hacia finales del mismo año sufrió una severa crisis nerviosa y se retiró del ajedrez profesional. No volvería a participar en ningún torneo oficial.
¿Por qué le pasó lo que le pasó? Se ha especulado mucho al respecto. Una hipótesis sugiere que habría contraído la sífilis en un prostíbulo mexicano, y que por su carácter tímido no acudió con el médico. Otros hablan de una decepción amorosa. Entrevistado pocos años antes de su muerte, cuando vivía recluido en un asilo, dijo que había perdido el interés por participar en torneos, “pero nunca el amor por este bello juego”.
Cuando Capablanca lo vio jugar, exclamó: “Este muchacho nos va a ganar a todos”. Se decía que jugaba con ventaja, pues disponía de tres torres: las dos del tablero que le correspondían y la de su apellido. En su corta carrera, enfrentó a tres jugadores que fueron campeones del mundo. Con Alekhine y Capablanca, empató. A Lasker le ganó, aplicando la técnica conocida como del “molino” o “lanzadera”. En la entrevista citada, el periodista le dijo que seguramente esa había sido una de las mejores partidas de su vida. “No, señor –contestó Torre–, fue una de las peores: ambos cometimos muchos errores.
Como otros ajedrecistas, Torre escribió algunos libros. Al referirse al desarrollo de las piezas sobre el tablero, dijo: “No hay desarrollo sin armonía”. Porque para Torre, el ajedrez era un arte. Así lo concebía. Ya avanzada su enfermedad, una vez, en un bar de Nueva York, se desnudó y quiso ir al zoológico a visitar la jaula de los changos. “Vestido como ellos”, apunta el escritor y ajedrecista Luis Ignacio Helguera, en un ensayo que dedica al yucateco, en su libro póstumo Peón aislado. El propio Luis Ignacio me contó que en sus últimos años, Torre jugaba con aficionados a quienes con facilidad llevaba en el tablero a una posición desesperada. Antes de darles jaque mate, les proponía las tablas. El aficionado en turno protestaba: “Maestro, tiene usted la partida ganada.” Pero Torre insistía en declarar el empate, alegando que lo importante no era ganar o perder sino la belleza del juego. No ha vuelto a tener el ajedrez mexicano un talento de ese tamaño.
El niño malcriado de Chicago
Para muchos, Bobby Fischer, quien contaba, según las pruebas, con un coeficiente intelectual igual al de Albert Einstein, es el más grande ajedrecista de todos los tiempos. Nacido en Chicago, Illinois, en 1943, fue campeón del mundo entre 1972 y 1975, luego de derrotar al soviético Boris Spassky en el que fue considerado “el duelo del siglo”. Yo era entonces un adolescente, y recuerdo muy bien el enorme interés que el match despertó. Eran los tiempos de la Guerra Fría que, por unas semanas, se trasladó a un tablero de ajedrez.
El juego de reyes se convirtió de pronto en un juego de plebeyos: todo el mundo, en todas partes, se puso a jugar. Se preguntaban los aficionados y analistas si el nuevo genio del tablero sería capaz, él solo, de derrotar al poderoso equipo soviético, pues detrás del campeón había todo un equipo de grandes maestros, apoyándolo. Fischer, es hora de decirlo, no fue un niño prodigio como Morphy o Capablanca. Comenta el árbitro español Pablo Morán: “Como niño prodigio no fue muy brillante; en cambio, como adolescente prodigio no ha tenido parangón en la historia del ajedrez.”
Aprendió a jugar mediante un modesto manual, cuando su hermana Joan le regaló un estuche que incluía diversos juegos de mesa. Tuvo como mentor al presidente del Chess Club de Brooklyn, Comine Nigro. En 1956, ganó en Filadelfia el campeonato juvenil. Como estudiante, fue un muchacho difícil. Como ajedrecista también lo sería. Cuando empezaba a destacar, venció a Donald porrne, en la que fue considerada la “partida del siglo”.
Obtuvo el grado de Gran Maestro a los 15, y ganó 9 veces el campeonato de su país, el Torneo Resenwald. Participó 4 veces en las Olimpiadas, con resultados sobresalientes. En 1960, en Leipzig, empata con el gran Mijail Tal, quien fuera campeón mundial. Entre 1962 y 1972 gana todos los torneos en los que participa, menos dos. Nunca perdió un match individual.
Ganó varias veces el óscar del Ajedrez. En el torneo de candidatos venció en la final a Tigran Petrosian, ex campeón. Ganó 19 partidas consecutivas jugando contra los mejores del mundo, un hito en la historia del ajedrez. Era excéntrico, caprichoso, y en los torneos hacia exigencias verdaderamente infantiles. Cuando jugó por el campeonato del mundo contra Spassky, llegó un momento en el transcurso del match en que uno de los analistas comentó: “Si se tratara de una pelea de box, Fischer ya hubiera ganado por nocaut.”
Luego de su espectacular triunfo, no volvió a jugar ninguna partida oficial. En 1975 debía defender su título frente a Anatoli Karpov, pero a causa de sus desacuerdos con la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez), prefirió retirarse. Años después concedió la revancha a Spassky, en un match de exhibición, en Yugoslavia, contraviniendo una resolución de la ONU, y volvió a derrotarle. Ante la amenaza de permanecer diez años en la cárcel, optó por no regresar a Estados Unidos.
Refugiado en Reikiavik, Islandia, adoptó la nacionalidad de ese país. En sus últimos años, se dejó crecer la barba. Hacía todo tipo de declaraciones sobre política y otros temas. Se dice que jugaba contra él mismo en su cuarto durante las noches, y que por eso solía levantarse hasta mediodía. Corría el rumor de que jugaba partidas en línea, en calidad de incógnito, contra ajedrecistas de alto rendimiento. También se dijo que sufría delirio de persecución, y que pasaba el día haciendo largos recorridos por la ciudad, subiendo y bajando de diversos autobuses. Alguna vez lo visitó el campeón Anand, y en un tablero portátil analizaron una partida de este último; el indio se quedó asombrado de la capacidad de análisis del campeón retirado.
Fischer murió de insuficiencia renal a los 64 años, uno por cada casilla del tablero.
El Ogro de Bakú
Allá por 1963 nació en Bakú, Unión Soviética –hoy Azerbaiyán–, un auténtico niño prodigio del ajedrez, Gary Kasparov. Fue campeón mundial de 1984 al 2000, además de escritor y activista político.
Su padre le enseñó a jugar. Luego ingresaría a la escuela de ajedrez de Mijail Botvinnik. En 1978 gana el Memorial Sokolski en Minsk, y el Campeonato Mundial Juvenil. Tras participar en la Olimpiada, obtiene el título de Gran Maestro. En 1984 gana la final de Candidatos y enfrenta a Karpov, el campeón.
Fue un match extenuante. Cuando Karpov iba adelante, pero Kasparov parecía cerca de alcanzarlo –ganaría el que primero obtuviera 6 victorias–, el presidente de la FIDE, Florencio Campomanes, dio por terminado el match, luego de innumerables empates. En 1985 volvieron a enfrentarse, y el llamado Ogro de Bakú se convirtió en el campeón mundial más joven de la historia. Tenía 22 años, 6 meses y 27 días de edad. Kasparov jugaría otros matches contra Karpov, derrotándolo en todos ellos, pero con resultados ajustados. Alguna vez concedió una entrevista a la revista Playboy.
Por desacuerdos con la FIDE, creó su propia asociación, conduciendo al ajedrez internacional a un peligroso cisma que duró varios años. No fue sino hasta que enfrentó a Kramnik en 2000, en Londres, que Kasparov fue finalmente derrotado. Esa vez no ganó una sola partida. Pero siguió participando en torneos internacionales, con excelentes resultados. Luego de ganar el importante torneo de Linares por novena vez, en 2005, anunció su retiro. Yo llegué a verlo jugando partidas simultáneas de exhibición, en un hotel de la Ciudad de México. Esa tarde ganó con facilidad a todos sus inexpertos rivales.
En los últimos años, Kasparov parece estar cada vez más interesado en la política, llegando a aspirar a la presidencia de su país. Pero en este terreno no le ha ido tan bien que digamos.
El nuevo Mozart del Ajedrez
Hace algunos años, en Morelia, me tocó ver jugar a algunos de los mejores ajedrecistas de élite del mundo. Entre ellos, estaba un adolescente, casi un niño: el noruego Magnus Carlsen. Esa vez el muchacho quedó en segundo lugar, debajo de Anand.
Ahora es campeón del mundo. Se coronó, venciendo brillantemente a Anand, a unos días de su cumpleaños número 23. Vive cerca de Oslo. Le ha ganado a los mejores, incluyendo unas tablas contra Kasparov. Patrocinado por Microsoft, puede dedicarse por completo al ajedrez, aunque también le interesan varios deportes y tiene buenos amigos. No parece ser ni un paranoico ni un antisocial.
Nadie ha demostrado que un niño prodigio, como lo fue él, tiene que ser un excéntrico ni padecer agudos problemas psicológicos.
El 22 de noviembre de 2013 se coronó campeón del mundo. Ganó 3 partidas y empató 7. No perdió una sola, emulando la hazaña de grandes maestros como Lasker, Capablanca y Kramnik.
¿Qué futuro le espera? No somos adivinos, pero no se ve en el panorama del ajedrez mundial quien pueda derrotarlo. Estamos en los albores de la “era de Carlsen”, como la llama un amigo mío. C2
Raúl Yepez L -
Como se llama el niño prodigio mexicano del ajedrez
RAUL MORENO SALOME -
cómo puedo conseguir una entrevista para que microsoft vea jugar a mi niño de tres años
Jorge A. Padilla R. -
Buen artículo Sr. Armando; empero, creo que omite incorporar en esta lista a prodigios como el mismo Arturo Pomar y Serguei Karjakin. Asimismo, si bien estoy de acuerdo en que Bobby fue el más grande, mas no lo estoy de que esté incorporado junto con kasparov en esta lista, si al artículo se le intitula “Los niños prodigio del ajedrez”. Creo que ambos si liderarían la lista para los adolescentes prodigios (creo que Fischer primero y segundo Kasparov; y el mismo orden si hablamos del mejor ajedrecista de todos los tiempos)
OSCAR NEIRA -
Falto también el gran Sammy Reshevsky. Creo que ese fue más niño prodigio que todos los demás juntos.
RAUL MORENO SALOME -
EN MÉXICO YA NACIÓ QUIEN PUEDE DERROTARLO A SUS DOS AÑOS OCHO MESES ES UN JUGADOR NATO DE AJEDREZ SU VIRTUD ES QUE LO JUEGA DESDE LOS NUEVE MESES DE EDAD O ANTES SIN QUE NUNCA LE ENSEÑARAN EL JUEGO NI SU EXISTENCIA