pajita

La vieja camina lento. Apenas advierte el paso de la camioneta, por lo que el chofer, precavido, maniobra suavemente hasta detenerse. Además, los caminos de acceso al relleno sanitario no permiten correr. Sólo hasta que el conductor grita, la vieja se da cuenta y levanta lentamente su brazo izquierdo en señal de saludo.

—¿Cómo ha estado, doña Pajita?

—Bien, muy bien —dice la señora de edad incalculable, con buena dicción y voz clara a pesar de los años y lo desdentado de su boca. Se acerca a la camioneta.

—Ayer me dejaron tres camiones para mí solita. —gesticula. Enseña tres dedos de su mano izquierda arrugada y con probable artritis. –Yo creo que dilataré una semana en terminarlos. A ver cómo me va.

—Bien, doña Pajita. A usted siempre le va bien —la anima el chofer.

Y la doña no oculta su alegría.

—Tres para mí solita.

Nunca se había escuchado un número tan pequeño abarcar la inmensidad. En labios de doña Pajita tres es el todo absoluto, el infinito.

—Pobre vieja —dice el chofer mientras acelera y la señora se pierde en el basural que parece de plástico—. Siempre ha vivido de la basura. La conocí hace como veinte años y se veía igualita que ahora: con tantos años como arrugas. No tiene familia. O ya murieron sus parientes. Quién sabe. Fue la primera que llegó de fijo al basurero. En una orilla colocó huacales, cartones, láminas, lonas y cuanta cosa encontró para hacer su jacal. Nadie conoce a alguien muerto o vivo que ya estuviera cuando ella llegó. Al estar sola, de tiempo completo, con la pepena le iba muy bien.  Pero comenzaron a llegar más y más. Todos jodidos… y jóvenes. Los mangoneaba un cacique. El cacicazgo se hereda: pasa de padre a hijo a nieto. Pero todos respetan a Pajita. De cuando en cuando los jefes ordenan que le dejen un camión medio pepenado, y ahí la va sacando la vieja. Es de fierro la pinche ruquita. Nadie sabe que se haya enfermado. Nadie y nunca. Y eso que en ocasiones pasa días entre los desechos hospitalarios.

¿Puede ser hospitalario un desecho? Cabriolas del lenguaje. En la jerga se vale de todo. Es algo así como una licencia poética: cuando las palabras no se acomodan a la métrica, entonces hay que acomodar las reglas de la métrica a las palabras. Es lo mismo ayuntar lo hospitalario con los desechos. Pero eso son sutilezas. Lo que sí estuvo, y sigue estando difícil, es acomodar a tanto pepenador que la miseria desacomoda de cuando estaban menos abajo. Son presa jugosa de los avorazados caciques. Hasta el gobierno tiene que pactar con ellos. Y como son ignorantes, tercos y seguramente aconsejados por políticos, se convierten fácilmente en botín, en clientes, pues. Cuando las elecciones se aproximan, las negociaciones entre candidatos y líderes son largas, tortuosas. Los zares de la basura, encantador lugar común, desatienden en esos lapsos el basurero. Y eso le conviene a Pajita.

Se le miraba pepene y pepene que pepene de sol a sol y a veces de sol naciente a sol naciente.

Se le miraba pepene y pepene que pepene de sol a sol y a veces de sol naciente a sol naciente. Un día se subió al montón más alto, un verdadero cerro, y ahí comenzó a trabajar. Parecía haber encontrado la veta más rica en la más generosa mina de la región. Desde entonces se le veía poco. Se escuchaba que por ahí andaba, en el montón. A veces cantaba canciones que nadie conocía. —Serán rolas de sus tiempos —decían los demás pepenadores. Casi siempre comía de lo que hallaba o de que le convidaban sus compañeros pepenadores. Sólo de vez en cuando salía por alimentos y los metía en una bolsa toda jodida, pepenada. Nadie se ocupaba por la casi febril actividad de la anciana. En el inconsciente colectivo de la comunidad del basurero, a Pajita la rodeaba una aureola de inmortalidad. Total, siempre estuvo ahí. Y estará. Es como si fuera parte del inventario. Y por ello, no llama la atención. Nunca pide nada. Es autosuficiente. Y no hay razón por la que no esté ahí por siempre jamás. Y Pajita dándole y dándole a su veta. Cada vez más profunda. Sus salidas se hicieron más esporádicas.

Pajita es un tanto compulsiva, como todas las ancianas en plenitud física, o si se quiere reducir esta condición, se vale por por sí misma y aún está activa, productiva. Sus inmersiones a lo más profundo de los grandes cerros de basura, con el tiempo fueron volviéndose más frecuentes. Tenía una extraña inmunidad a las ratas, pues no sólo la mordían muy poco, sino que las heridas no tardaban en sanar con los bálsamos que se aplicaba extraídos de la propia basura.

—Pajita pepena para abajo, en vez de para los lados —decían sus colegas— por esos siempre se hunde la vieja y luego hay que andarla buscando. Un día va a llegar al infierno y a ver quien se atreve a sacarla de ahí.

—Siempre queda algo por pepenar, —dice la mujer con una seguridad que no deja lugar a réplica de sus compañeros.

¿Qué tanto se puede encontrar en un basurero? Seguramente muchas más cosas que en La Caja de Pandora. Basta preguntar a los niños. Él se encontró un disfraz de tigre y ella de gallina. La ventaja ¿destino? es insuperable. Los tigres persiguen a las gallinas. Y allá van juega y juega por todo el basurero. Y la gallina, de mayor edad, corre más rápido que el tigre infante y huye a esconderse en uno de los cráteres que Pajita disemina por toda el área. Se quita su cabeza de gallina y pide agritos al tigre que la alcance. Cuando llega, también se quita la cabeza del disfraz para ver mejor. El agujero de Pajita parece no tener fin. Ahí la vieron los niños por última vez. El niño busca algo pesado y lo arroja al fondo para escuchar hasta dónde llega. La niña gallina descubre otra modalidad: intenta con algo sonoro, como una lata para que sea más fácil escuchar cuánto tarda en caer. Nada. La gallina y el tigre comienzan a gritar.

El agujero de Pajita parece no tener fin. Ahí la vieron los niños por última vez.

Hombres, mujeres, niños suben a las alturas y gritan. No hay respuesta. Y comienzan a preguntarse desde cuándo no la ven. No saben. Y con razón. Pajita es parte del basurero, del paisaje. Como cuando has crecido con un árbol. Ni notas que está ahí. Sabes que permanece en su lugar. Ni modos que camine. Esto hay que informárselo al licenciado de la basura, el malandro que una vez le tendió la mano a Pajita y le dio unas monedas.

Rodolfo (a) “El trashman” como se le conoce en las altas esferas sociales, sabe que la desaparición de Pajita le puede perjudicar pues anda tras una candidatura y le teme a la prensa. Forma tres comisiones: una, para buscarla en todos los rincones del basurero; otra, iría a rastrear en los basureros de los municipios cercanos por si la vieja ha decidido mudarse, lo cual es altamente improbable, consideran sus compañeros, y la tercera, tal vez la más inteligente: habrá una guardia permanente en el cráter que dejó Pajita.

—Yo me hago cargo de los gastos —dice el barrigón cacique.

El basurero lo espulgaron en un día; la revisión en los municipios cercanos les tomó una semana, y la guardia duró un mes. Pajita no apareció.

—Ha de haber llegado hasta China —dijo la gallinita.

—Para mí que llegó hasta la luna, exclamó viendo y señalando al cielo el tigrito.

—Si serás.

La comunidad colocó una cruz en la boca del cráter. Una burda inscripción con algo filoso rezaba, a manera de epitafio, Siempre queda algo por pepenar. Pajita. Y como en los basureros abundan las flores marchitas, una gran cantidad de ellas fue acomodada cuidadosamente alrededor del cráter. Y todos bajaron a sus barracas a esperar al párroco quien más tarde oficiaría una misa de cuerpo y ánima ausentes en honor de Pajita.

Gran calvario le costó al siervo de Dios subir al montecito. Iba a la vanguardia con su sacristán, porque los anfitriones no querían exhibirlos como los más lentos y ser los últimos en llegar a la cima, así que guardaban una respetuosa distancia, todos, menos el cacique, claro está, que acostumbrado a la obsequiosidad con el poder, como todos los caciques, y con más razón si el poder es divino, llevaba al curita del brazo.

El primero en arrodillarse fue El Trashman. El padre, ayudado por el sacristán preparaba el tinglado. Y los pepenadores, más tardaban en llegar a las alturas que en arrodillarse. Algo comentó el cura al cacique, pero éste ni siquiera parpadeó. El siervo de Dios no dejaba de ver las flores frescas, brillantes, húmedas de rocío que rodeaban la oquedad. Al primer ¡milagro! sucedieron otros gritos con más intensidad e histeria. No fueron pocos los desmayos de viejonas chicharroneras y ventrudos cerveceros que cimbraban el basurero. El cura, sorprendido, no atinaba a adivinar qué sucedía. Veía los golpes de pecho que se daban las señoras y cómo estrujaban sus sombreros y gorras los varones.  Recogían flores del suelo para besarlas y santiguarse con ellas; hombres y mujeres caían sobre las paredes del promontorio con los brazos en cruz. Todos lloraban. Todos. De panza o de lomo.

—Cuando nos bajamos hace unas cuatro horas, padrecito, las flores estaban secas, se lo juro por esta. Además, pusimos puras margaritas, eran basura, pues de dónde sacamos para flores frescas como estas: crisantemos, rosas, claveles, gladiolas, aves del paraíso, —perdonando la expresión—, lilis, gardenias, azucenas, orquídeas y otras de todos colores que no conozco —dijo Trashman con los ojos llenos de lágrimas señalando las flores.

El padrecito guardó todo en su caja de herramientas y velozmente bajó santiguándose, acompañado del sacristán. Nadie hizo el menor intento por seguirlos.

En la historia de la postmodernidad, por aquello de los instrumentos altamente sofisticados, no se ha medido velocidad más alta que la del rumor, incluyendo por supuesto, la de la luz. Pronto se levantó en el basurero, justamente en el cerrito, una capilla como Dios manda, con materiales y diseño de primera. Había nacido Nuestra Señora de los Rellenos Sanitarios. Todo pepenador llega a orarle a Santa Pajita para tener buena cosecha.

Milagrosa ella.

Nunca le faltan flores frescas. C2

Sobre el autor

Poeta, dramaturgo y guionista. Cursó estudios de Administración de Empresas (UNITEC), Lengua y Letras Hispánicas (UNAM) y Creación Literaria (UACM) Autor, entre otras obras teatrales, de Guillén de Lampart, representada en México, Estados Unidos y Canadá y traducida al inglés; Escribe que soy Palestino, presentada en México y en árabe en territorios ocupados de Palestina. Ha publicado sus obras poéticas Habrá que Esperar la Lluvia, y Cosecha de Hambre. Es colaborador de Arcano Radio.com en el área de cultura, sección para la que vocaliza, edita y produce una cápsula de 15 minutos semanalmente y guionista de la Secretaría de Cultura para Código DF.

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Poeta, dramaturgo y guionista. Cursó estudios de Administración de Empresas (UNITEC), Lengua y Letras Hispánicas (UNAM) y Creación Literaria (UACM) Autor, entre otras obras teatrales, de...

1 Comentario

    • ALEJANDRO -

    • 20 agosto, 2020 / 15:29 pm

    Muy buena la historia. Pudiera haber sucedido en mi país también -Argentina-, solo que aquí no tenemos “pepenadores”.
    En el lunfardo porteño se usó desde siempre la palabra “ciruja” debido a la tarea de meterse dentro de otro “cuerpo”, al modo de los cirujanos. Un saludo!

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