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A mediados de septiembre de 2016, durante un recorrido por la bella Toscana, Italia, nos topamos por accidente con el pueblo donde nació Leonardo da Vinci. Véase la fotografía que tomé con mi celular desde el coche (figura 1). Aunque no estaba dentro de la agenda turística de ese día, mi acompañante y yo no lo pensamos dos veces y decidimos detenernos para visitar el pueblo y la casa donde nació el sabio florentino. Nos encontramos con una casa sencilla, como podrán ver en la figura 2; restaurada, pues a la casa no se le notaban los más de quinientos años que debe tener. Supongo que la mayoría de sus piedras y ladrillos son los originales, aunque la casa es firme como si acabara de ser construida. Dentro de la casa, de inmediato me detuve frente al busto de Leonardo (figura 3), en lo que supongo sería la sala. Quizá exagere, pero recuerdo que sentí un viento cálido en mi rostro; estaba en el mismísimo lugar donde el sabio del Renacimiento vio la luz y tuvo su primera infancia. Era como visitar un templo, donde no era lo religioso lo que emanaba sino algo más sagrado: arte y ciencia, ciencia y arte. Ahí había nacido el ser más absoluto e integral de todos.

Pensaba en todo esto y no recuerdo en qué exactamente más, cuando de pronto vi que una viejecita vestida de blanco, de más de un siglo de edad, se acercó a mí y me miró. La historia de esa casa, el pueblo y sus habitantes, un Renacimiento ya empolvado y nostálgico, salían de unos ojos que me penetraban con luz ancestral. Mientras trataba de comprender esa mirada, la viejecita me sonrió con un leve gesto, se acercó y puso un papel en mi mano. Con señas me pidió no verlo en ese momento. Le hice tanto caso, que de tanta presión que hizo mi mano para no abrirla, sentí que el papel se desmoronaba entre los dedos. La mujer desapareció de mi vista como si fuera un fantasma.

figura 1
figura 2
figura 3

 

Ya en el hotel, aunque no era hotel sino una casa que rentamos en la modalidad de agro turismo, desdoblé el papel con cuidado e intenté leer. No entendí para nada su significado. Sólo me di cuenta de que era un papel tieso de tan viejo y que se podía deshacer si no lo trataba bien. Lo metí entre las hojas de un libro y lo dejé ahí hasta mi regreso a México.

Ya en casa, volví a ver el papel que la señora de Vinci me había dado. Era un texto, desde luego, pero descifrarlo era imposible a primera vista. Luego de  mirarlo con toda la calma del mundo, de arriba a abajo, de izquierda a derecha, caí en la cuenta de que estaba escrito al revés. Se me enfrió la sangre cuando lo puse frente al espejo y vi, que en efecto, estaba escrito de atrás para adelante.  No sabía latín, pero era claro que ése era el idioma en que estaba redactado.

Me tardé más de dos años en traducirlo. No quería hacer trampa, recurrir  a un “traductor” digital hubiera sido un atentado contra cualquier secreto que guardara ese manuscrito. Se me ocurrió que cuando menos podía tomarle una fotografía al papel, o bien escanearlo, y luego aplicarle una rotación con un software. No, jamás. Decidí que aunque la tarea fuera ardua, sería literariamente honesta.

Al final de mi traducción acabé con una fuerte tortícolis y hasta con un estrabismo divergente que tardó en desaparecer. Todo por descifrar un texto frente al espejo, que una viejita fantasma me había dado en la casa donde nació el gran genio Leonardo.

Ahora que me he graduado de traductor de una lengua muerta escrita al revés, caigo en la cuenta que nada se puede preciar de ser original. Que lo que pensamos que se inventó o sucedió ayer, había sido ya pensado en el pasado. Para no ir muy lejos, o más bien, para ir muy lejos, este último invento de Leonardo, del que se van a enterar en un momento, lo podemos encontrar en Platón. ¿No hablaba él de la caverna donde estaban las ideas de lo material?

Éste es el texto que puso la viejecita en mis manos.

Y ésta, mi traducción:

**

Yo, Leonardo Ser Piero, nacido hace más de seis décadas en un poblado llamado Anchiano, en Vinci Italia, e iniciando ahora el mes de abril de 1519, con seguridad bastante cercano a mi muerte que ya siento cerca rondándome con sigilo silencioso, quiero dejar por escrito la idea de una invención que mucho me temo será la última que de mi cabeza saldrá. Por tal razón es mi sentir que este producto de mi imaginación debe ser conocido por la humanidad para que dentro de un tiempo suficiente sea cabalmente comprendido. Yo mismo me sorprendo por haber concebido la idea de un instrumento como el que ahora detallaré, y que trata de un artefacto singular que permitirá a los seres de todos los lugares del mundo conocido y desconocido, entablar comunicación aún cuando la distancia se interponga y el mismo desconocimiento entre ellos sea el mayor obstáculo para entablar un diálogo. Los pobladores de un lugar podrán conocer a pobladores de otro, sin necesidad de viajar a su encuentro, compartir pensamientos, ideas e incluso noticias de cualquier índole. Para tal acto, bastará que uno se coloque frente a mi instrumento, que imagino conformado de una sustancia gris que se podrá destilar de las arenas mismas, y oprima una pieza o piezas pequeñas para que algo como una señal inmaterial salga en busca del destinatario en recibirla. Acto seguido, éste responderá si tiene a bien hacerlo, así se encuentre a muchas leguas de distancia, detrás de una montaña o tan lejos que hasta el mar se interponga en la comunicación. Para dar un ejemplo, supóngase a mí mismo, que ahora me encuentro enfermo en el palacio de Cloux, en la Loira, Francia, frente a mi instrumento hablando a rostro entero con uno de mis medios hermanos en Florencia, que a su vez se encuentra frente a un instrumento similar. Casi me veo hablando con él, dándole los pormenores de mi cercana muerte y de lo que deseo decirle. Es el medio hermano que más estimo y me atormenta el sentimiento de que no lo veo desde hace mucho tiempo. Este instrumento portentoso no creo se pueda construir en la época actual, como algunos que he dejado para posterior realización, pero la humanidad lo hará a su debido tiempo en los siglos por venir. Es la intención de mi invento acercar mentes y voluntades, para eliminar la zanja que las separa y con ello diluir la ignorancia que entre los seres de todos los pueblos y ciudades es la desdicha que más nos aleja. Como todo invento mío, éste que ahora describo, en mi lecho de muerte, será utilizado para bien o para mal. El bien o el mal es parte de todo, la misma imaginación lo es, así surja gloriosa en el hombre más noble y sabio. Cuando ya esté muerto y de mis huesos no salga ni el polvo de un suspiro, espero que estas palabras sirvan para alentar, o alertar, a los que seguirán después de mí usando alguno de mis instrumentos. Sobre todo éste que he descrito aquí y que he llamado: Lejos de mí.

3 de abril de 1519
Leonardo Ser Piero

Sobre el autor

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 3. Investigador titular en | Website

Sus intereses científico/académicos son: biofísica de membranas, fluidos complejos y el origen de las señales nerviosas. Le apasiona la divulgación científica, el arte y la cultura.

POR:

jcrs.mty@gmail.com

Sus intereses científico/académicos son: biofísica de membranas, fluidos complejos y el origen de las señales nerviosas. Le apasiona la divulgación científica, el arte y la cultura.

1 Comentario

    • Eduardo -

    • 17 mayo, 2019 / 11:38 am

    Una vez más la pluma excelsa del autor y su semántica y gramática para trabajar la ficción alcanza una calidad de alto nivel. Este tipo de narrativa centrada en la imaginación -ingeniosa, lúdica, entretenida, docta – limpia parte de la maleza en un mundo cultural empobrecido, atrapado en la caverna de lo instrumental, en el hoy desvestido. Mundo en el que los niños y niñas sobreviven en el mundo de la memoria lineal y en el que lo simbólico y metafórico ha sido reducido a una nota a pie de página. Espero que los docentes incorporen este cuento a sus lecturas.

    Felicitaciones!!!!

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