¿Quiénes fueron esos que soñé toda la noche,
viajando por las islas y extraviados,
botella al mar de los destinos y el silencio,
ebrios igual que barcos de mensajería marítima,
qué era lo que me querían decir entre la bruma,
más allá del pesado blindaje de mi corazón enfermo?
Quién entre las sombras perdió su casa y su camino,
su lugar calcáreo, diez años de la vida,
su hogar de espesuras y estaciones.
Quién perdió a su hijo por la guerra,
a quién abandonó el más brillante de los hombres
en ese lugar asediado por el canto de sirenas
y crueles lestrigones.
Qué fue lo que en la ciega madrugada se posó ante mí
y murmuró al oído: “Sócrates, ejercítate en la lira”.
Con ella practiqué la mordedura sádica del león sobre el estilizado cuello de gacela.
Quisiera decir que la palabra África parecía chiquita y océano, en tanto, era una palabra mayúscula.
Pero no fue así
eran mis vértebras las que cedían al paso de oscuras maquinarias en el tumulto.
Míos los huesos quebrantados, las raíces pulverizadas,
las noches de cárcel fueron mías,
el seso desgarbado y sin orquídeas, mis tercas palabras,
esas cartas de lotería sin suerte eran mis ojos, yo
algo era,
algo que atino a recordar porque se deshacen las formas prístinas si lo pronuncio.
Podrán morir de cansancio los gramáticos sobre sus libros
y los sistemas turbo de los coches podrán chisporrotear
o el mundo y sus bemoles hacer lo que les plazca
pero esta tarde pertenece solamente al cuerpo que evoca estas palabras…
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