Madre con bebé, periodo azul. Pablo Picasso
¿Qué tanto impacta la deficiencia o ausencia total de alguno de los sentidos en la capacidad creativa?
¿Y si este sentido es la vista? ¿Cómo influyó en la personalidad y en la obra de quienes han pasado a la historia por su extraordinario talento?
A Pablo Picasso (1881-1973) le obsesionaba el tema de la ceguera. Este genio del arte moderno desarrolló su primer estilo característico basado en el uso casi exclusivo del color azul. Sobretodo en este periodo, conocido como época azul, sus óleos y grabados estuvieron impregnados de melancolía, teniendo como un tema recurrente la ceguera. Sus personajes ciegos, de figuras alargadas y distorsionadas, resaltan en un abanico excesivo de tonos de azul que logran transmitir un sentimiento de tristeza y desolación. Picasso tuvo esta fijación durante toda su vida, y no está claro por qué. De hecho, uno de sus comentarios más enigmáticos fue:
En realidad, lo único que importa es el amor. Sea lo que sea. Y a los pintores deberían sacarles los ojos como hacen con los pinzones para que canten mejor.
Los críticos de arte atribuyen tal persistencia a la preocupación que sentía por la pérdida de la visión que padecía su padre, y las consecuencias que tendrían para él como pintor si la heredaba. También se ha dicho que este estilo de pintar fue una reacción depresiva ante el suicidio de uno de sus mejores amigos.
Hubo otros grandes talentos que tuvieron la desgracia de padecer, en carne propia, alguna afección ocular que les trajo una penosa o trágica consecuencia en su vida. Éste fue el caso de los impresionistas Claude Monet (1840-1926) y Edgar Degas (1834-1917). Al primero, a los 72 años le diagnosticaron cataratas, una afección que consiste en la opacidad degenerativa del cristalino, y que es muy frecuente en las personas de edad avanzada. Inicialmente, Monet tuvo temor de operarse. Dos años después su enfermedad se encontraba muy avanzada y el pintor era consciente de ello. No podía distinguir y elegir los colores con certeza, lo hacía “confiando únicamente en las borrosas etiquetas de los tubos de pintura y por la fuerza de la costumbre”.
El movimiento impresionista tenía como principal característica la liberación de la luz y del color como único medio para unificar una pintura. El contraste cromático y la dilución de los contornos eran expresiones de la luz, el efecto que los pintores impresionistas plasmaban con innumerables matices. ¡Qué angustiante debió ser para Monet la pérdida gradual de la esencia de este medio de inspiración! Se estima que la agudeza visual de Monet en 1918 era aproximadamente de 20/100, y en 1922 de 20/200 [1]. Fue entonces cuando decidió operarse. En la segunda cirugía recuperó la visión, pero cayó en una fuerte depresión que lo llevó a destruir varias de sus últimas obras.
La enfermedad de Degas se originó en la retina, fue una degeneración macular progresiva que iba afectando su capacidad de leer, escribir y ver los detalles finos. El caso de Monet y el de Degas han sido objeto de estudio para la comunidad médica. Prueba de ello es un artículo publicado en una conocida revista especializada en oftalmología [2]. El estudio, basado en datos de archivos históricos sobre los pintores y en herramientas de cómputo, presenta el efecto de sus padecimientos oculares en la percepción visual que los dos maestros pudieron tener de sus propias obras. Para esto se obtuvieron imágenes por simulación computacional que muestran la evolución del estilo de los artistas a medida que sus enfermedades visuales se fueron agudizando. Como era de esperarse, este trabajo despertó opiniones encontradas entre los críticos de arte, debido a que el autor de la investigación dejaba en el aire la posibilidad de que “al ver sus obras, los maestros no fueran capaces de juzgar si lo que habían pintado, era lo que realmente querían haber pintado”.
[blockquote author=”” pull=”pullleft”]Johann Sebastian Bach sufrió las consecuencias de una afección visual severa.[/blockquote]
La música culta, por desgracia, también cuenta con casos de talentos que han dejado una valiosa obra musical y han sufrido las consecuencias de una afección visual severa. Johann Sebastian Bach (1685-1750) fue uno de ellos. La genialidad de este músico, lamentablemente apreciada hasta después de su muerte, no fue mermada por su pérdida progresiva de la vista. Bach fue un músico innovador, su técnica de composición del contrapunto sintetiza magistralmente el desarrollo lineal y la armonía en las voces. Fue un compositor prolífico, de una excepcional profundidad intelectual y estética, que tuvo la desdicha de ser víctima del controversial médico John Taylor, quien lo operó en dos ocasiones. Después de la segunda, Bach quedó casi ciego, enfermó gravemente y murió. Muy probablemente, los instrumentos y la manera de realizar la cirugía, así como los famosos cuidados post-operatorios (a base de una mezcla de agua caliente, sal quemada, sangre de paloma, bálsamo de Perú y azúcar, aplicada directamente en los ojos, además de laxantes y sangría) indicados por este médico, fueron determinantes para que Bach falleciera dejando inconclusa la fuga cuádruple, que forma parte del bellísimo Arte de la fuga (o autógrafo de Berlín), una de las grandes obras maestras de la música de Occidente.
De hecho, la primera edición de la partitura que apareció dos años después de la muerte de Bach tiene una indicación de él: “dictada de forma improvisada a un amigo debido a la ceguera”.
George Friedrich Händel (1685-1759) casualmente nació el mismo año que Bach y en una ciudad alemana muy cercana a la de éste. Sin embargo, nunca se conocieron personalmente. Compositor también de la cumbre del Barroco, y con un estilo de vida muy diferente (Händel se movía entre la alta sociedad y fue célebre mientras vivió), compuso en todos los géneros musicales de su época, teniendo una marcada influencia italiana e inglesa. A él se le recuerda sobre todo por su oratorio El Mesías, considerada la obra coral por excelencia del siglo XVIII.
La vida de Händel lamentablemente tuvo el mismo final que la de Bach. El artista padeció una serie de enfermedades en sus últimos años, entre ellas, un accidente cerebro-vascular que le dañó la vista. Fue operado en varias ocasiones de los ojos; en la última, por el mismo médico que trató a Bach, dejándole totalmente ciego y viviendo en la soledad hasta su muerte. Es irónico, pero el médico John Taylor también tuvo una enfermedad ocular al final de su vida, que se fue agravando hasta dejarlo totalmente ciego [3].
[blockquote author=”” pull=”pullright”]El músico Joaquín Rodrigo perdió la visión casi por completo desde los tres años…[/blockquote]
Ya en el sigo XX, y enmarcado en la Generación musical del 51, sobresalió el músico Joaquín Rodrigo (1901-1999). Él perdió la visión casi por completo a los tres años de edad debido a complicaciones de una difteria. Posteriormente, quedó totalmente ciego a causa de un glaucoma [4]. Como es bien sabido, la composición más conocida de Rodrigo es el famoso Concierto de Aranjuez, que cobró auge no sólo por su carácter nacionalista, sino por el surgimiento de la guitarra como instrumento solista.
La literatura no ha sido ajena a casos similares. Jorge Luis Borges (1899-1986) es tal vez el ejemplo más citado. Considerado como uno de los eruditos más importantes del siglo XX, Borges sufrió una enfermedad visual de la cual su padre y también su abuelo habían sido víctimas. El fracaso de las operaciones para curar a su padre, a quien tanto respetaba, lo afectó a tal grado que a los nueve años tradujo del inglés al castellano El príncipe feliz, de Oscar Wilde. La propuesta de Wilde basada en una poesía musical más que visual, atrajo desde ese momento a Borges, siendo éste el inicio de la gran admiración que siempre sintió por Wilde [5][6].
En 1977 Borges impartió una serie de conferencias en Buenos Aires, reunidas en su hermoso libro Siete noches. En la última, titulada La ceguera, habló de lo que él consideró “una ironía de los hechos”: el nombramiento en 1955 como director de la Biblioteca Nacional, rodeado de casi un millón de volúmenes, y su avanzada pérdida de la visión que se fue agravando inevitablemente durante 30 años. De esta ironía surgió su conmovedor Poema de los dones:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
En La ceguera Borges nos invita con inteligencia, resignación y entereza a entrar en su mundo; un mundo de tinieblas, no de oscuridad. Un estado de incertidumbre, de incomodidad, de pérdida lenta e inexorable de los colores; pero también un “estilo de vida” que le concedió sabiduría, disciplina y placer. Vivir en la penumbra no lo atemorizó, fue el instrumento para reemplazar la desdicha misma por lo más excelso: el conocimiento. Ese placer que provoca aprender, comprender, tener sabiduría, y luego compartirla. Borges lo logró, haciendo la propuesta de Wilde su forma de vida. El idioma anglosajón, el islandés, el escandinavo, e innumerables versos, fueron aprendidos a través de su musicalidad. Su trabajo y perseverancia fueron premiados con la publicación de sus poemas (que solía memorizar para luego dictar) y de varios libros, como el Elogio de la sombra:
La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla…
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Borges se sintió identificado y más afortunado que otros ilustres escritores que sufrieron una ceguera absoluta. John Milton (1608-1674) y él tuvieron mucho en común. Milton fue también un ejemplo de dedicación y de estudio, pero además, de ideas muy críticas, firmes y revolucionarias. Su poesía y ensayos tuvieron una gran influencia en la literatura romántica. El paraíso perdido, considerada como una de las obras clásicas de la literatura inglesa, fue concebida por Milton en su periodo de ceguera, memorizando los versos durante la noche, y dictándolos a sus hijas por la mañana. Nuevamente, un glaucoma fue posiblemente la causa de ceguera que a los 44 años cambió la vida de este controversial personaje.
Un caso similar es el de James Joyce (1882-1941), un hombre de un talento excepcional, que llegó a dominar diecisiete idiomas y creó un estilo literario muy complejo. El mismo Borges lo describe como “difícilmente comprensible pero que se distingue por una música extraña”. Ulises y Finnegans Wake son la esencia de su incomparable técnica literaria. Los juegos de palabras, el uso elevado del monólogo interior y la invención de vocablos fueron la fuerza de ese nuevo lenguaje. De apariencia imperturbable y mirada penetrante, Joyce sufrió de una afección ocular aguda contra la que luchó la mayor parte de su vida. Padeció continuos y dolorosos procesos inflamatorios que lo dejaron casi ciego y lo obligaron a someterse a trece cirugías, derivando en glaucoma y cataratas.
El arte, en cualquiera de sus expresiones, no puede ser concebido sin la ciencia, y la ciencia necesita a su vez del arte como un complemento. Ambas son manifestaciones indispensables de la humanidad mediante las cuales expresamos nuestra visión del cosmos. En un caso de manera estética, subjetiva, personal; en el otro, siguiendo un método sistemático basado en la observación, el razonamiento y la comprobación experimental. Esta complementariedad se dio excepcionalmente en una de las mentes más brillantes en la historia de la ciencia, y un ejemplo de inquietud artística innata; su nombre fue Galileo Galilei (1564-1642). Galileo es considerado como el padre de la ciencia, precisamente por la introducción del método científico. Fue un hombre de una gran curiosidad por la naturaleza, que nunca dejó de asombrase por lo que veía y realizó numerosas y valiosas aportaciones, principalmente en el campo de la física y la astronomía.
Galileo sufrió de una patología ocular durante sus últimos años de vida, sin que hasta la fecha esté determinada cuál fue la enfermedad. Sin embargo, se cree que muy probablemente hayan sido cataratas las que cegaron por completo el ojo derecho de este prodigio, y empeoraran la visión de su ojo izquierdo cinco años antes de su muerte, cuando todavía seguía trabajando con vehemencia acompañado de sus discípulos. Galileo se expresó así en ese entonces [7]:
“Toda la luz se ha extinguido… ese mundo, ese universo que yo, mediante mis asombrosas observaciones y claras demostraciones he expandido cien mil veces más allá de cualquier cosa antes vista por los estudiosos de los siglos pasados, ahora se ha hundido y estrechado no más allá de mi propio cuerpo.”
Así como los talentos mencionados en este corto ensayo, ha habido otros que aun en la penumbra brillaron y nos legaron sus obras inmortales. C2
Referencias
[1] La agudeza visual se determina utilizando la tabla de Snellen, la cual contiene letras de diferentes tamaños y grosores. El resultado del examen se expresa por un número fraccionario, en donde el numerador representa la distancia a la que se coloca el paciente de la tabla, que es de 20 pies (6 m). El denominador indica la distancia a la que una persona con vista normal podría leer la misma línea que el paciente lee correctamente.
[2] Marmor, MF, Ophthalmology and art: simulation of Monet’s cataracts and Degas’ retinal disease, JAMA Opthalmology (2006), 124, p. 1764.
[3]Briceño-Iragorry L, Bach y Haendel, dos grandes maestros y un mismo destino, Revista de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina (2007), 56, p.38.
[4]El glaucoma es una patología ocular en donde no hay un buen drenaje del humor acuoso, lo que genera una presión intraocular que daña el nervio óptico.
[5] Jorge Luis Borges, Siete Noches, Fondo de Cultura Económica.
[6] Loscos-Arenas J, et al ., La ceguera en la obra de Jorge Luis Borges: Siete noches: La ceguera, Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología (2010), 85, p-220.
[7]Galilei G, Le opere di Galileo Galilei. Typographica