Sin duda, los terremotos son una catástrofe: una pérdida del bien que hemos creado para nuestro bienestar.
El lugar que habitamos nos permite el arraigo en la cultura y en la tradición y nos permite sentirnos en casa y crecer, como en una cuna cálida y segura. Es el lugar de la libertad y del respeto a las cosas valiosas y, sobre todo, a los seres humanos, que son los que la componen y la viven. Un terremoto interrumpe esta realidad.
Alguien se preguntará: ¿Quién necesita una reflexión filosófica para un fenómeno natural a estas alturas de la historia?
El terremoto de Lisboa en 1755 impresionó tanto a los ilustrados que los hizo reflexionar filosóficamente. El optimismo europeo comenzaba a decaer. Voltaire escribió “Poema sobre el desastre de Lisboa o examen de este axioma: todo está bien”. El “todo está bien” es una ironía a cierta filosofía imperante en esa época que encontraba a este mundo el mejor de los mundos posibles (la tesis de Leibniz).
Si algo caracteriza al pensamiento del siglo XVIII en Europa es la Ilustración, la búsqueda de una explicación racional a los fenómenos naturales y sociales, a través de la investigación empírica. Por este motivo, fueron muchos los que trataron de explicar científicamente la catástrofe de Lisboa, buscando las causas naturales del terremoto. Se publicaron numerosos tratados y artículos que proponían diferentes explicaciones sobre el origen de los sísmos: corrientes eléctricas que circulan entre dos puntos de la superficie terrestre, rayos subterráneos, fuegos en el interior del planeta.
Kant, desde el primer momento, se sintió más interesado en el suceso como un problema científico que como una tragedia que había destruido una ciudad y acarreado una gran pérdida de vidas. Publicó tres breves artículos sobre el tema en 1756, revisando diversas teorías acerca de las causas de los terremotos y registrando todos los fenómenos derivados del sismo de 1755.
¿Cómo pensar actualmente frente a terremotos graves ocurridos recientemente? Un antiguo proverbio japonés dice: “La calamidad natural aparece cuando uno se olvida de la naturaleza”. Este proverbio deja entrever que una catástrofe natural no interpela a la ira de algún dios o a un destino trágico del ser humano, sino simplemente a un descuido del ser humano, al olvido nuestro.
El poeta escribe: Lo que nos sucede es irrelevante para la geología del mundo. Pero lo que le sucede a la geología del mundo no es irrelevante para nosotros. Debemos reconciliarnos con las piedras, no las piedras con nosotros.
La naturaleza, la geografía en la cual vivimos no es ajena a nosotros…
La naturaleza, la geografía en la cual vivimos no es ajena a nosotros, sino que es parte de nosotros, aun cuando la proyectemos erróneamente con visiones idealizadas, a menudo con profecías carente del reconocimiento de lo que hemos logrado, sin piedad hacia lo que es valioso y sagrado, y que además es bello porque pertenece al ámbito del bien como creación humana.
Pensar un terremoto ofrece una perspectiva en la dirección que ninguna tecnociencia puede controlar. Puede mostrar la experiencia cuando ninguna forma de urbanismo sustituye la geografía. La falla geológica –de las placas– donde dicen que nos sentamos, también puede hablar del sentido y la comprensión humana como fisura. Nuestro mundo está regido por las leyes de la naturaleza, de la necesidad ciega; son las leyes de la materia y, por lo tanto, de la fuerza.
«La realidad se nos hace presente por la ausencia»
«La realidad se nos hace presente por la ausencia», afirma Simone Weil. ¿Qué queda después de la destrucción de la ciudad? La ausencia del bien creado. Dicho de otro modo: cuando desaparece algo es cuando se nos revela de una manera más intensa. Lo que se descubre es lo que ese algo contenía de bien para nosotros. La destrucción de la ciudad nos muestra lo más preciado que contenía. Por eso su destrucción es un mal irreparable. Ahora tenemos que pensar que destruyó ese “bien”, cuál fue nuestra ceguera o nuestro descuido.
Pero pensar que la geografía no es más que un conjunto de pliegues y recovecos dispuestos casi por azar de la evolución, es quedarse en una miopía intelectual. La historia de un país, su idiosincrasia, su cultura, en fin, su identidad, pasa en el cómo habita la geografía que lo rodea, cómo construye sus “bienes” en una determinada manifestación geológica.
Una plaza y sus calles, una pequeña iglesia y un cementerio, un barrio y sus costumbres, todos ellos denotan el modo como el hombre se ha instalado en un espacio geográficamente determinado, pero que antropológicamente lo transforma otorgándole identidad (lo que considera un bien), pues allí hay una unión entre persona y naturaleza. Se modifica un entorno en vistas a poder vivir: a construir un bien humano, una señal de civilización. Así, cuando un espacio está habitado deja de ser puramente natural, pasa a ser un lugar, posee identidad, posee historia, hay cultura, etc. Pero lo natural es el “antecedente” con determinadas características, que se rige por sus propias leyes, por su propia fisicalidad.
Los movimientos de las placas no son provocados ni por el bien ni por el mal, las mueve la física.
Por lo tanto, lo singular del habitat humano incluye no solamente asumir las características pasivas que uno podría constatar en la naturaleza: fisuras, planicies, vegetación, ríos, fauna, etc., que denotan esa autosuficiencia propia del mundo natural como simplemente estando, de modo que configuran en su relación lo que denominamos muchas veces como “paisaje natural”. También incluye la actividad propia de la naturaleza y que, sin duda, afecta nuestra manera de estar en un espacio geográfico. Sabemos perfectamente lo que son la diferentes “placas” donde se ubican y cómo se comportan. Son parte acompañante de la existencia humana, sus movimientos son inevitables, no las mueve ni el bien ni el mal, las mueve la física.
Del mismo modo, un río no solamente está, sino que en ciertas épocas provoca inundaciones con motivo de los deshielos, o un volcán entra en actividad luego de muchos años de estar dormido. Esta actividad termina por producir el complejo entramado natural que caracteriza a cada zona con sus propias características. La ciencia lo tiene detallado. Así, el invierno altiplánico es distinto al invierno en la planicie, también es distinto cómo el ser humano responde a ese espacio, configurando una identidad.
Cuando suceden los terremotos se toma conciencia de lo “no pensado”
Cuando suceden los terremotos se toma conciencia de lo “no pensado”: un ladrillo, un adobe, una teja, son proyectiles escogidos por los terremotos para acabar con los moradores de una casa, y, desgraciadamente, muchas ciudades están construidas de una manera peligrosa.
Por otro lado, quienes vivimos en países donde los terremotos son frecuentes, sabemos que la reconstrucción dista mucho de un puro reordenamiento material. Ello sería reducir la reciente catástrofe a un hecho que se agota en lo puramente externo, sería olvidar todas esas historias singulares de cientos de personas que murieron. Se requiere una comprensión distinta de cómo nos vinculamos con la naturaleza y anticiparse a la adversidad.
No se trata, en definitiva, de negar las catástrofes, sino de darles el adecuado sentido para habitar humanamente el espacio natural. El riesgo que debemos prevenir, es decir, del cual debemos guardarnos es no olvidar nuestra fragilidad, la cual no se puede suplir con mejores viviendas o mejores programas de emergencia.
Los acontecimientos han demostrado que el ser humano es un ser expuesto a terribles amenazas que no puede controlar. Por lo tanto, el optimismo modernista debería sostenerse en una mayor claridad del vínculo con la naturaleza. No es cuestión de que la Providencia nos guíe a través de este peligroso mundo hasta un estado feliz, tampoco es cuestión de problematizar un esquema universal creado por un ser superior.
En nuestro mundo, sometido al curso de la temporalidad, el pasado ya no está a nuestro alcance. No podemos acceder a él porque no podemos volver atrás en el tiempo. Es un hecho irreversible. Sin embargo, hay un lugar en el que el pasado se nos manifiesta: la memoria, el puente que permitiría el acceso a la claridad.
¿Por qué insisten continuar con la vida del mismo modo?
El olvido significaría una nueva destrucción, la de esa realidad que se nos ha revelado con la ausencia para poder ser pensada. Rescatar la realidad del pasado es dar sentido a la historia y, en último término, a la vida humana. Es necesario, pues, retener el pasado como un bien para que nos sirva de orientación en el presente. El pasado nos ilustra que existimos como humanos en una terraza inestable. Se puede postular que un terremoto o tsunami (su ancestral aliado) no debe permitir remediar un olvido ontológico que tiene relación con lo medular de la vida que no es el apego al placer. Un terremoto sacude nuestra identidad, la fisura y la agrieta profundamente, perdemos las cosas simples, las cosas sencillas, los deseos humildes. El problema es que la gente en general (incluida algunos que lo perdieron casi todo) modifica muy poco sus prácticas, y no se da cuenta que el mundo ya no es más el mismo… Entonces, uno se pregunta, si esto es así ¿por qué insisten continuar con la vida del mismo modo?
Finalmente, podemos resumir que la gran enseñanza que nos lega la ya larga historia de los terremotos, es que el secreto del hogar humano, el secreto de “la residencia sobre la tierra”, es subir a nacer (por usar aquí consciente y real –y no literariamente- el lenguaje de Neruda, nunca más urgente y nunca más pertinente); es decir, abandonar las “malas casas” que habitamos, las malas moradas del Ser y ser capaces de problematizar la insoportable superficialidad y el egoísmo.
Los terremotos ponen evidencia que nos falta evolucionar.
Y si esto no se aprende, la naturaleza nos obligará recurrentemente a empezar desde cero (en el caso que a la siguiente vez nos deje vivos) tal como la mítica condena de Sísifo. Los terremotos ponen evidencia que nos falta evolucionar. La conducta más evolucionada no es proclive al egoísmo del “sálvese quien pueda”, sino al altruismo recíproco… porque lo genuinamente humano sería el altruismo dictado desde la honda necesidad, como escribe una escritora colombiana. Se requiere el despertar de la conciencia a partir de los terremotos, esta noticia inesperada con envoltura de celulosa sísmica y desastre. C2
Ana Maria Repetto -
El autor, nos acerca desde un fenómeno natural al fenómeno de ser humano. Cuanta relación existe entre el hombre y la naturaleza, pero el hombre es necio u olvidadizo, no aprendemos de nuestros errores, solo intervenimos cuando ya es tarde, es una pena. Excelente reflexión, felicitaciones!!