Abstracto No. 402 / Agustín Castillo

 

Un sueño en forma de Tú llegó por la mañana a acurrucarse a mi lado. Aunque se desvanece conforme avanzan las horas, se niega a partir del todo. Una especie de roce se aferra a permanecer. Cuando se acerca la tarde decido caminar hasta el café de siempre y dejar que el sueño me siga contando todo eso que le urge decir. Volteo desde la acera de enfrente y sé que algo está fuera de lugar pero no identifico qué es. Acostumbro venir todas las tardes, aproximadamente a la misma hora. Me encuentro con rostros familiares de gente que también acude al sitio con frecuencia. Los miro de reojo para evitar el saludo. No soy precisamente un tipo huraño, pero vengo aquí porque me gusta ver cómo cambia la luz en el ventanal mientras la tarde se vuelve noche, no a conocer gente.

Todo parece en orden, pongo atención en cada detalle.

Cruzo la calle y después la puerta para entrar al recibidor. Todo parece en orden, pongo atención en cada detalle. Puedo ser un poco quisquilloso en ocasiones, pero todo está igual que siempre: los manteles son del mismo color, los floreros que adornan el centro de cada mesa no han cambiado. El uniforme de las meseras sigue siendo ese tan peculiar que llamó mi atención la primera vez, con olanes exagerados en la blusa que abultan el pecho por efecto del chaleco ajustado. Nada extraordinario, me digo, mientras recibo mi almohada y busco una cama desocupada para esperar a que me asignen mesa.

El lugar está completamente lleno, pero eso tampoco es raro. Acaso mi extrañeza tiene que ver con la atmósfera que se ha formado de la mezcla de aromas y humores, tan singular el día de hoy. Quizá es ese sueño en forma de Tú que no se calla y que me susurra al oído las palabras que trae en la punta de la lengua.

Finalmente encuentro una cama y decido tomar una siesta, la espera puede ser larga.

Finalmente encuentro una cama y decido tomar una siesta, la espera puede ser larga. Hay tardes en que puedo ir directamente a una mesa apenas llego, pero incluso en esas ocasiones prefiero recostarme un poco hasta que la luz comienza a tornarse morada. Junto a la cama que he encontrado se pasea una joven pareja. Caminan de un lado a otro. Tres pasos cortos y de regreso. Se ven ansiosos. Los dos me miran obstinadamente, debo confesar que me intimidan tanto que decido recostarme con ropa interior y no completamente desnudo como acostumbro. No recuerdo haberlos visto antes. Seguramente sienten un poco de envidia, quizá también pidieron una cama y les fue negada. Es privilegio exclusivo de clientes asiduos. Políticas de la empresa. Me recuesto dándoles la espalda, me cubro con la almohada, jalo las cobijas hasta taparme por completo, pero su mirada es penetrante. Decido apresurar a una de las señoritas con pecho de gorrión en celo para que me asigne una mesa.

¿Hoy no tomará su siesta, señor? En lugar de responderle dirijo la mirada hacia la pareja que ha dejado de dar vueltas para fijar su mirada en mí. Ya entiendo, venga conmigo; tengo una mesa junto a la ventana, donde le gusta.

Podría decir que esto es extraordinario, pero no lo es del todo.

Cruzamos una puerta abatible. Cuando la empujo con ambas manos mi tacto se sorprende, es de una textura totalmente desconocida para mí. Podría decir que esto es extraordinario, pero no lo es del todo. Cada día se coloca una nueva puerta fabricada con materiales distintos a los de la anterior.

La mesa que me ofrecen tiene una excelente ubicación, tal como dijo la señorita paloma presuntuosa. Frente a mí hay una mujer con la mirada extraviada y llena de desconsuelo. Es una mirada que está diciendo adiós. Llama con una seña a la mesera y pide que le sirvan de nuevo. ¿Lo mismo? Lo mismo.

La primera vez que vine me sentí un poco apenado por no saber cómo comportarme, muy pronto aprendí observando a los demás. Las consumiciones que aquí ofrecen se ingieren de manera especial, no hay necesidad de beberlas, ni siquiera de acercarlas a la boca. Los recipientes tienen forma de animales, el mío, el que me tocó hoy, por ejemplo, es una rana metálica de colores cobrizos. Con el dedo levanto la bocatapa y sólo me acerco a aspirar el aroma que afufa y se eleva suavemente.

Como yo vengo siempre solo, acostumbro pedir recuerdos.

Se puede intuir, por lo anterior, que la carta no enumera sabores, sino, principalmente, sensaciones y emociones. Las hay desde las más dulces hasta las más amargas, y uno puede mezclarlas o compartirlas con su acompañante. Como yo vengo siempre solo, acostumbro pedir recuerdos. Hoy será un especial de recuerdos propios endulzado con sueños recientes, por favor. Ah, porque también se pueden pedir memorias ajenas sólo por esparcimiento, y suele ser divertido. Cuando uno recuerda cosas que no le han ocurrido realmente, la sensación que provocan en el cuerpo es de un sutil  pero constante cosquilleo, la mente y el cuerpo no se reconocen, se confunden y ese desconcierto recorre desde los pies hasta la cabeza como una marabunta de hormigas. Y uno termina riendo como loco ante la imagen de un niño que nunca fue; deja caer lágrimas por la muerte de un completo desconocido o disfruta de un orgasmo con una bella mujer que jamás tocó. Pero esta vez no estoy para recuerdos extraños, así que pido propios y bien servidos, tengo tiempo de sobra para zambullirme en el recuerdo de Tú, tal como lo hacía mañanas enteras en sus muslos.

Cuando la mesera se acerca, inmediatamente intuyo que ha confundido las órdenes pero no digo nada, sería bastante imprudente y egoísta de mi parte, pienso. En la mujer de la mesa de enfrente, con la consumición que me correspondía, ha desaparecido la mirada triste. Cierra los ojos y parece que contiene un grito mordiendo una mano al tiempo que se frota la entrepierna con la otra; mientras tanto, a mí comienza a invadirme cierta añoranza ante la imagen de un hombre que aborda el tren. La tarde se torna morada noche.

Miro alrededor para distraerme y sigo pensando que algo en este café está fuera de lugar, pero no sé qué es. C2

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