El párrafo precedente se suele tomar generalmente como la presentación de la física tal como la concebimos en el sentido de Newton o incluso de Einstein. Y entre los físicos se acostumbra considerar como el principio del fin de la visión aristotélica del mundo, tenida a esas alturas como precientífica.
Este conocido texto galileano en apariencia inocente enuncia muchas más cosas de las que a simple vista parece y que seguramente serían imposibles de detectar por un lector aristotélico, como Simplicio, cuya respuesta [1] encierra un malentendido. Se podría decir que Simplicio cree que lo ha entendido todo, pero no ha comprendido nada (Fig 1) ; sin embargo, a Salviati, liberado de los esquemas de pensamiento aristotélicos, no se le escapa en absoluto.
Las riquezas conceptual y literaria del texto galileano caracterizan el cambio de mentalidad que supone el tránsito a la ciencia moderna, que está radicalmente asociado con el cambio de estilo narrativo. En resumen, el texto precedente es una señal clara del nacimiento de la modernidad personificada en Galileo y los galileanos.
El controvertido Galileo Galilei (1564-1642), que ha sido tratado tanto de charlatán como de ícono científico según la ocasión, se enmarca bien en el cambio de mentalidad del grupo de pensadores y estudiosos que se desarrolló y extendió por Europa, y que afectó no sólo a la ciencia como suelen aprender los estudiosos de la física, sino también a otros aspectos de la vida y de la creación como la narrativa. Su personalidad se entiende mejor en el marco general de su época en la que quizá lo más significativo es la transformación de la mentalidad en la visión del mundo asociado al cambio de “paradigma” científico (en el sentido de Khun).
Italo Calvino (1923-1985), uno de los mejores prosistas del siglo xx italiano, expresó, destacando el talento narrativo del científico, que Galileo es el mejor escritor de la lengua italiana.
Galileo se crió en un ambiente musical y empezó a publicar pasados los 40 años de edad.
Me gustaría señalar al menos un par de aspectos biográficos de Galileo: se crió en un ambiente musical (artístico) y además empezó a publicar en plena madurez, pasados los 40 años de edad. Circunstancias, en mi opinión, nada intranscendentes, pues recordemos que su actividad pública principal era la de profesor. Es decir, muchos años de estudio, trabajo y reflexión.
Estos hechos y circunstancias personales estaban insertos en una sociedad ambientada en el paradigma aristotélico vigente y con fuerte arraigo en amplios estratos sociales. A la hora de construir un pensamiento, implica que el criterio de certeza viene dado por la autoridad: los sabios se apoyan en los maestros…, y esta manera es alentada por los poderes establecidos y resulta cómoda.
En ese sentido, en el oficialmente vigente paradigma pre-copernicano, la curiosidad es un “pecado”, una suerte de rebelión contra la autoridad natural de los sabios [2] (una mentalidad ciertamente religiosa).
Sólo la ciencia moderna convirtió la curiosidad en virtud.
Sólo la ciencia moderna convirtió la curiosidad en virtud, la curiosidad que forma parte tanto del alma del aventurero como del narrador y del investigador [3].
Galileo estaba en contacto con el mundo académico europeo, en consonancia con otros muchos contemporáneos suyos más o menos conocidos o anónimos que hoy identificamos como los iniciadores de la ciencia moderna. Él y ellos empezaban a considerar la “curiosidad” como la actitud imprescindible para propiciar el espíritu aventurero que permite avanzar en el conocimiento.
Cuando el pensamiento nos lleva a un callejón sin salida, es conveniente arriesgarse a pensar de otra manera.
La curiosidad y la aventura casi necesariamente, o al menos en no pocas ocasiones, conllevan a un cambio de mentalidad. Expresado en términos sencillos: cuando el pensamiento nos lleva a un callejón sin salida, es conveniente arriesgarse a pensar de otra manera y esto es lo que hicieron los avanzados como Galileo.
Este cambio de mentalidad es concomitante con el nacimiento de la novela (la narrativa en general). En sentido moderno, nació la novela picaresca, y al mismo tiempo todavía seguían produciéndose las grandes aventuras transoceánicas emprendidas ya con anterioridad por los navegantes. La ciencia moderna a veces se dice que es novelesca y aventurera.
Galileo empezó a escribir el Diálogo en 1629 y ya llevaba mucho tiempo perfilando este trabajo, desde 1610 posiblemente. Esa es una de las razones por las que debía tener bastante claro a quien dirigiría sus palabras.
Era un buen comunicador, y tenía talento literario, pero aun conscientes de su brillante capacidad, no es descabellado pensar también que su escritura es deliberadamente agradable, con una narrativa cuidada. Galileo pensaba cuidadosamente en su público lector.
En este contexto, Galileo era consciente de que el pensamiento lógico-matemático no es suficiente y la economía expresiva del estilo denotativo propio de la escritura científica no sirve para llegar a todo el mundo culto al que pretendía alcanzar. Necesitaba ser agradable en su escritura para presentar contradicciones irresolubles.
En el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, los tres interlocutores que conversan representan los tipos de públicos a quienes Galileo pretende llegar simultáneamente.
En Europa ya existían ricos que propiciaban instituciones como la Royal Society en Inglaterra.
En Europa ya existía este tipo de público: ricos que propiciaban instituciones como la Royal Society en Inglaterra o la Académie des Sciences de París, instituciones asociadas a intelectuales no sólo formada por científicos profesionales, sino también por mecenas de gran nivel cultural. Con este modelo en mente, buscó financiación de la Accademia dei Lincei en Roma para proseguir sus estudios y trabajos. Para eso no dudó en recurrir a sus contactos, por ejemplo su amigo el poeta florentino Maffeo Barberini (1568-1644), que escribía en latín y que fue elegido papa en 1623 como Urbano VIII.
Trasladando estos tres grupos de lectores a los personajes que conversan en su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo encontramos al culto veneciano Sagredo, un inteligente conversador. A Salviati, el alter ego de él mismo y al aristotélico Simplicio, representante de los profesores y colegas contemporáneos suyos.
Galileo se sirve muchas veces de digresiones y metáforas.
Este asunto delicado, de no traicionar el pensamiento copernicano y a su vez no molestar a nadie, debía ser llevado de modo agradable y cautivador. Requería cierta sensibilidad de tipo literario, apoyada en un discurso no solo científico, sino narrativo, elegante y culto. De ahí el uso de herramientas lingüísticas que la ciencia –siempre económica en el lenguaje, siempre denotativa, siempre esencialista- no usa, pero que sí son útiles y habituales en la literatura. Galileo se sirve muchas veces de digresiones y metáforas.
Además, Galileo introduce una nueva diferencia con el método hipotético deductivo; el nuevo científico no es aquel que está leyendo al calor del fuego, sino el que hace cosas y aprendiendo de los artesanos. Amplitud de miras, gran visión. Una manera diferente de mirar el mundo.
El copernicanismo de la ciencia moderna es novelesco porque se funda sobre la investigación. Es decir, la aventura habilidosa basada en la curiosidad fructífera. En este sentido el discurso difuso de Galileo, a veces denostado, no es un defecto, sino que resulta una virtud y un hecho innovador en el contexto general de su tiempo.
Galileo, en la biblioteca de su casa de Padua, tenía una edición de la primera novela picaresca El lazarillo de Tormes publicada en España en 1554. En una traducción italiana, también su rica biblioteca contenía al Don Quijote de la Mancha, cuya primera parte fue publicada en 1605 y la segunda parte en 1615. Posiblemente, dos narraciones significativas en el nacimiento de la literatura (y la ciencia) moderna. C2
GALILEI, G.: “Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno à due nuove scienze”, Einaudi, Turín, 1970
KOYRÉ, A.: “ Estudios galileanos”, siglo XXI, editores, 1980, (trad. Mariano González Ambóu)
KOYRÉ, A.: “Estudios de historia del pensamiento científico”, siglo XXI, editores, 1977, (trad. Encarnación Pérez Sedeño & Eduardo Bustos)
[1] pp. 146 y siguientes de la edición al cuidado de Libero Sosio, Einaudi, Turín, 1970
[2] Si miramos más atrás por ejemplo en Dante (1265-1321), persona clave en la transición del pensamiento medieval al renacentista, la curiosidad es claramente un vicio.
[3] Y la mentalidad de la cultura moderna en general que incluye todo tipo de creatividad y la literatura en particular
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