Pablo Neruda fue un gran enamorado de México; lo recorrió de arriba a abajo, de costa a costa, desde sus desiertos a sus selvas y acabó describiéndolo como “México, florido y espinudo”, sintetizando lo que muchos percibimos de su historia: por una parte, magnificente hasta el asombro y, por otra, sorprendentemente trágica. Y la historia de la ciencia mexicana no está libre de estas metáforas, tiene momentos gloriosos y encumbrados, así como episodios sumamente tristes y dolorosos. Una de sus potenciales glorias convertida en injusticia, la encarnó Don Andrés Manuel del Río (1764-1849), químico y minerólogo.

Español de nacimiento y fallecido como mexicano, del Río vivió la convulsionada guerra de Independencia. Profundamente arraigado al país, fue uno de los ciudadanos españoles que no abandonaron México de manera definitiva para volver a Europa tras la declaración de Independencia en 1821, aunque sí lo hizo de manera corta como protesta ante la expulsión obligada de algunos otros españoles. Para desgracia de la joven ciencia nacional, uno de los españoles que dejaron México en 1821 fue Fausto Delhuyar, quien algunos años antes se involucró en el primer aislamiento del elemento químico Wolframio. De tal tamaño eran las glorias de la química mexicana que otro constituyente de la Tabla Periódica de los elementos se descubrió justamente en México y la hazaña fue obra de Andrés Manuel del Río.
Hacía 1801, del Río examinó muestras de minerales provenientes de una mina en Zimapán (Estado de Hidalgo, México) y concluyó que contenían un elemento químico desconocido hasta ese momento y al que llamó “Zimapanio”. Posteriormente y al ver la diversidad de colores de sus sales lo nombró “Pancromio” para finalmente llamarlo “Eritronio”, al observar que sus sales calentadas cambiaban su color al rojo. Un poco después, envió muestras de los minerales que lo contenían a su amigo y colega Alexander von Humboldt, quién solicitó al químico francés Hippolyte Victor Collet-Descotils que las analizara. Ambos concluyeron en 1805, de manera equivocada, que no había un nuevo elemento y que se trataba de muestras impuras de Cromo. Del Río se retractó de su reclamo. No sería sino hasta 1831, treinta años después del hallazgo de del Río, que el sueco Nils Gabriel Sefström reclamara la identificación de un nuevo elemento al que llamó “vanadio”, en homenaje a la diosa Vanadis de la mitología escandinava. El vanadio fue aislado en su forma más pura por Henry Enfield Roscoe en 1867.

El nombre vanadio se mantuvo a pesar de dos grandes esfuerzos por hacer justicia a del Río. El primero, de parte del geólogo estadounidense George William Featherstonhaugh, quién en 1831 propuso que el nombre oficial fuera “Rionio” en homenaje a del Río. El segundo, en 1947 por parte de Manuel Sandoval Vallarta y Arturo Arnaiz y Freg. Ninguno de los dos intentos prosperó.
El vanadio es el elemento 23 con símbolo V. Es un metal muy dúctil y suave de escasa abundancia y se encuentra de manera natural en forma de varios minerales. Se encuentra también en los seres vivos con funciones no claramente identificadas. Es el vigésimo elemento con más presencia en la Tierra y resulta más cuantioso que el zinc o el cobre.
El vanadio se extrae principalmente de minerales o del petróleo y en residuos de combustión. Sus usos más frecuentes son en la producción de metales muy específicos (ferrovanadios) como los aceros inoxidables y aleaciones de aluminio y titanio para la industria de turbinas de avión a reacción o en los reactores nucleares. Su primer uso industrial fue como aleación en el acero de los automóviles Ford T para lograr un metal de gran resistencia y ligero. Algunos de sus compuestos son también muy usados en la catálisis industrial.
Los principales productores de vanadio son China y Rusia y se ha convertido en los últimos años en un elemento sumamente estratégico por su diversificación de usos más allá de la industria metalúrgica. Por ejemplo, destaca en la industria farmacéutica, ya que algunos de sus compuestos parecen ser útiles en el tratamiento de enfermedades como la diabetes, infecciones como el dengue, el SARS y el VIH. Incluso se identifica como potencialmente útil en tratamientos anti-tumorales.

Una de las aplicaciones más novedosas del vanadio es en la fabricación de nuevas generaciones de baterías eléctricas conocidas como baterías redox de flujo de vanadio, que en principio serían útiles para almacenar grandes cantidades de energía asociadas a la generación solar y eólica. Dado que es una meta en todo el planeta el desarrollo de tecnologías de fuentes de energía renovable, el vanadio pronto se convertirá en un elemento muy importante.
Debido a sus múltiples usos en industrias consideradas estratégicas y de alta tecnología como la producción de aleaciones específicas para la industria aeroespacial, farmacéutica y de energía, la producción y mercado del vanadio comienza a ser controlada y regulada fuertemente por los gobiernos de los Estados Unidos y China. Por ejemplo, el consumo de vanadio en China se incrementó en 217% entre 2006 y 2014, siempre asociado a la expansión de los sectores industriales y de infraestructura. Los precios mundiales de vanadio también se han disparado en los últimos años. C2
Gabriel Cuevas -
Magnifico material. Solo una inexactitud: La ciencia mexicana no podía existir antes de que existiera México. La contribución del Andrés Manuel del Río data de 1802, en ese momento no existía México, ni había ciencia mexicana. Andrés Manuel del Río era Madrileño y se radicó en México después de la independencia. Se auto-exilió por un respetable sentimiento de solidaridad. Después de un tiempo regresó a México. Lo que es valioso es que las reformas Borbónicas, la incorporación de intelectuales como Fausto de Elhuyar, Vicente Cervantes Mendo y el propio del Río y los problemas que la industria de la minería generaba, encontraron un ambiente propicio para el descubrimiento del vanadio. La ciencia no tiene fronteras, deberíamos tratar de evitar crear y recrearlas. Andrés Manuel de Río fue víctima de arbitrajes mal elaborados y de árbitros incapaces en el área. Ver: https://www.iquimica.unam.mx/aitp2019/wp-content/uploads/2019/03/Eritronio_IQ-2019.pdf
Octavio Miramontes -
Usted tiene razón. Desde luego que no habia México antes de la independencia y estrictamente debería llamarse “ciencia novohispana”. Pero es también una “convención histórica” atribuir una nacionalidad a una obra intelectual, a la manera en que la obra de Benjamin Franklin se atribuye a América y no a Inglaterra; sobre todo porque ocurre en los albores de una Independencia. Del Rio falleció como mexicano estrictamente. Traído esto a colación, es interesante el debate de si la ciencia de los Mexicas o de los Mayas puede considerarse dentro de la historia de la ciencia “mexicana”, mi opinión es que si. Gracias por su comentario y la cita.
José Jiménez Mier y Terán -
Excelente reseña, aunque hay una sola inexactitud histórica. Andrés Manuel del Río se autoexilió en 1829 (luego de la conspiración del padre Arenas que consiguió la expulsión de los españoles residentes en el joven país), pero no lo hizo en Europa, sino que estuvo entre 1829 y 1835 en Filadelfia, Estados Unidos. Ahí publicó la segunda edición de su libro “Elementos de Orictognosia” y la dedicó a su patria adoptiva, México.