Después de varios días de navegación feliz, Martín Luis Guzmán divisó desde la proa del vapor en el que viajaba el peñón y el estrecho de Gibraltar, donde las aguas del Atlántico y del Mediterráneo confluyen.

Al frente, veía a lo lejos las rocas del extremo norte de África. Un rato más tarde desembarcaría en Algeciras, al sur de Andalucía. El ritmo apacible de las calles del puerto y su entorno bucólico lo hicieron sentir, no sin cierto desengaño, que podía llevar una vida tranquila en España, adonde planeaba residir una larga temporada acompañado por su familia [1]. Tenía 27 años de edad (los dos últimos bajo la zozobra posterior al asesinato del presidente Francisco I. Madero) y quería dedicarse a las letras aun cuando era considerado como un político dentro del ambiente cultural mexicano [2].

Lo sorprendió la miseria de la población, que contrastaba con lo que él calificó  la “belleza indígena” de la traza urbana.

Camino a Madrid, Guzmán se detuvo algunas horas en Córdoba. Lo sorprendió la miseria de la población, que contrastaba con lo que él calificó la “belleza indígena” (en este caso africana) de la traza urbana: la vega del río Guadalquivir, la gran mezquita, los tejados, jardines y puentes. Al entrever entre plantas los interiores de algunas casas mudéjares, recordó los patios de las residencias del norte de la costa occidental de México. No halló paralelismos posibles para el color indefinible, entre rojo y amarillo, de los tejados, que contrastaba con el tinte nacarado del crepúsculo tardío [3].

Guzmán llegó a Madrid el 12 de marzo de 1915; cuatro días después del inicio de la ofensiva británica en el territorio francés que estaba ocupado por Alemania. Sin haber desempacado todavía las maletas, fue a visitar a Alfonso Reyes al piso que éste alquilaba en el número 42, duplicado, de la calle Torrijos, a una cuadra del Paseo de la Ronda, en el suburbio de Salamanca del Ensanche Este, una de las tres zonas urbanas surgidas del proyecto de ampliación de la capital de España.

Alfonso Reyes Ochoa "El regiomontano universal". Poeta, ensayista, narrador, diplomático y pensador mexicano.
Alfonso Reyes Ochoa “El regiomontano universal”. Poeta, ensayista, narrador, diplomático y pensador mexicano.

Reyes encontró esta vivienda tras haber habitado en varias posadas, la última de las cuales era atendida por una dama francesa cuyo marido había sido movilizado a la guerra. Rentaba el espacio vacío, con servicio de comida y aseo, a huéspedes honorables, un poco por compañía y otro por necesidad. Ganó la primera, y Reyes pudo negociar un descuento en el pago de la pensión. Dentro de ésta, privaba una atmósfera íntima. Tan sólo dar un paso fuera, el caos matritense, manifiesto en forma de ruidos, olores, objetos y roces, exasperaba los sentidos de Reyes, quien se imaginaba sumergido en un cuadro de Goya con textos literarios dantescos. A fuerza de convivir con ella, y a veces de experimentarla en carne propia, entendió el significado de lo que los sociólogos de moda en el ámbito hispano llamaban “la pobreza de España”.

Decidido a alejarse del ruido y del movimiento incesantes, Reyes recorrió los suburbios en busca de una vivienda con el espacio suficiente para su pequeña familia (mujer, hijo y una criada bretona), pero sin lujos que ni podía pagar ni necesitaba en la nueva etapa que preveía en su vida: independiente de su parentela y de la burocracia, dedicado al estudio y la escritura, así tuviera que realizar los quehaceres más enfadosos, como escribir un libro sobre el cultivo de la caña y la fabricación del azúcar por encargo de un rico heredero de haciendas e ingenios que había ido a parar a España huyendo de la Revolución mexicana. Enrique Díez Canedo, una de sus primeras amistades en Madrid, lo confortaba diciendo que él había tenido que estudiar el cacao, de modo que juntos podrían preparar un buen chocolate.

El piso en renta, a 60 pesetas por mes, estaba en el tercer patio, escalera C, quinto piso, del inmueble. Su orientación y altura favorecían que dentro hubiera luz y calor algunas horas del día. Además, en comparación con el estruendoso y apretujado centro matritense, el entorno era apacible. Inmigrantes de las zonas rurales de España le daban al barrio de Salamanca el tinte multiétnico y provinciano que Reyes tanto había disfrutado en México.

Era éste un lugar sagrado en el que se podía trabajar y al que sólo algunos privilegiados tenían acceso franco.

Aun cuando no era un hombre atlético ni hecho para lo físico, Reyes caminaba con paso ágil al parque de El Retiro y, más adelante, a un costado del paseo arbolado, al Museo Nacional del Prado. Sobre la misma acera, más allá de la Plaza de Cibeles, llegaba a la Biblioteca Nacional de España, su gran refugio, de la que prefería la sección de libros raros y preciosos. Era éste un lugar sagrado en el que se podía trabajar y al que sólo algunos privilegiados tenían acceso franco. Reyes laboraba ahí desde mediodía hasta poco antes de las seis de la tarde, cuando partía al Ateneo de Madrid. No era socio formal de esta asociación porque no tenía dinero para pagar la cuota de inscripción; de haberlo tenido, lo habría gastado en un par de zapatos porque el par que traía puesto estaba roto por desgaste. Aún sin membresía, cada tarde Reyes se acercaba ahí a nueva gente o sacaba algún provecho; ya fuera leer gratis los periódicos, un consejo de ortografía para transcribir la edición original de Juan Ruiz de Alarcón u ofertas de empleo. Éstas le llegarían pronto, y para los mejores lugares: el Centro de Estudios Históricos y la Revista de Filología Española.

“Estoy dispuesto a conquistar el mundo este año”

Anunció Reyes a su confidente Pedro Henríquez Ureña el 24 de enero de 1915, cinco meses antes de cumplir 26 años de edad. “Mucho museo, cuadros, estatuas, arqueología, armería. Mucho Madrid andado a pie… vida suave, trato bondadoso, buen sol, buena comida”. Y mucha energía recobrada por el reencuentro con los volúmenes y los papeles personales traídos desde París por su hermano Rodolfo. Con éstos había llegado también el deseo de escribir y publicar ese año dos o tres libros. Uno acerca de Alarcón; para el otro, calificado como “trascendental”, Reyes ya tenía pensado un título: La Idea Mexicana. Extraña ilusión en un hombre que padecía calambres en los pies al caminar sobre el suelo helado de su departamento para llegar a la cocina y sentarse junto al fogón a hacer las traducciones que le permitirían comprar una estufa. Era invierno, uno de los más fríos de los transcurridos desde el inicio del siglo XX. Reyes traía a toda hora el abrigo que había dejado en París y que reemplazó temporalmente por el del esposo de la regenta de la posada. Como no tenía un cajón propio, el abrigo prestado funcionó de archivo ambulante de papeletas eruditas [4].

Reyes trasladó a Torrijos el menaje de segunda mano que recién había adquirido a precio de ganga a un hombre, tío de un conocido mexicano, caído en desgracia: era torero y había perdido una pierna. Aprovechó la oportunidad cuando decidió que Madrid, originalmente pensada como un refugio transitorio, era la ciudad para él. Por el momento no se imaginaba en ninguna otra ciudad del mundo y nunca se había imaginado en ningún otro sitio que no fuera una ciudad. Había partido de la suya en agosto de 1913, rumbo a París, de donde se trasladó a Burdeos un año más tarde y de ahí a San Sebastián huyendo de los bombardeos alemanes.

Poco después de la mudanza, el arquitecto mexicano Jesús T. Acevedo [5] y su esposa rentaron el piso contiguo, pared contra pared, al de Reyes. Pronto, Martín Luis Guzmán, su hermana, su esposa y sus dos hijos se trasladarían al departamento subsiguiente al de Acevedo. Las tres familias ocupaban toda un ala de la parte derecha en el fondo de la cima del inmueble. Ocho adultos y tres niños a los que se sumarían dos críos más: el tercero de Guzmán y el primogénito de Acevedo [6]C2

 

Continua parte 2…

 

Referencias

 

[1] Julio Torri, Epistolarios, edición de Serge I. Zaïtzeff, U NAM, Coordinación de Humanidades, 1995, México, p.393.

[2] Susana Quintanilla, A salto de mata, Martín Luis Guzmán en la Revolución, Tusquets, México, 2009.

[3] Martín Luis Guzmán, Carta a Pedro Henríquez Ureña, 16 de marzo de 1915. Debido a que las cartas no han sido clasificadas, serán citadas por separado utilizando la fecha de su envío como referencia.

[4] Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Epistolario íntimo (1906-1946), recopilación de Juan Jacobo de Lara, Santo Domingo, República Dominicana, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1983, vol. II, p.162.

[5] Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Epistolario íntimo (1906-1946), recopilación de Juan Jacobo de Lara, Santo Domingo, República Dominicana, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1983, vol. II, p. 147.

[6] Carta de Martín Luis Guzmán a Alfonso Reyes, México, sin fecha, en Guzmán/Reyes. Medias palabras, prólogo, notas y apéndice documental de Fernando Curiel, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1991, p. 114.

 

Sobre el autor

Departamento de Investigaciones Educativas, Cinvestav

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