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La violencia sistémica renace cada vez que dos o más visiones del mundo se separan y confrontan convirtiéndose en adversarios  negándose a reconocer en los otros, “los diferentes”,  el talento, el trabajo, su fe, la capacidad  creativa y sobre todo, la posibilidad de recrearse  entre ellos y con ellos. La violencia como categoría histórica es el tránsito del encuentro al desencuentro de las ideas, es la imposibilidad de imaginarse con los otros. Es, por lo tanto, la barbarie, la injusticia  y la liquidación de la coexistencia.

En las últimas semanas hemos visto cómo Israel y Palestina intercambian misiles en una desproporción de fuerza. Pero para fortuna de todos, esos misiles no representan la unanimidad dentro de esos Estados; siempre hay conciencias elevadas y avanzadas que rechazarán como solución definitiva la violencia. Recordemos que la Franja de Gaza es un lugar en donde convergen las tres religiones monoteístas más difundidas en la tierra. El judaísmo, el islamismo y el cristianismo. Por lo tanto debería ser (y lo ha sido por cortos momentos de la historia) un espacio natural  de la conveniencia,  coexistencia y multiculturalismo.

El arte es la materialización pura del espíritu y la esencia humana.

El arte no  es solamente la expresión gráfica de la técnica, talento y sensibilidad. El arte es la materialización pura del espíritu y la esencia humana. Es también la comunión o el rompimiento del ser con su entorno. Por lo tanto, el arte merece ser visto como un fenómeno social y no solamente estético o individual. En sus diversos lenguajes expresa distintas realidades, con la legítima aspiración de denunciar o transformar lo que se considera innecesario, poluto, nocivo o atávico. O en caso opuesto, exaltar lo mejor de la realidad, la naturaleza, de los seres humanos o las sociedades.

Ante la violencia cíclica que se vive en Israel y Palestina desde la década de los años 50 del siglo XX, en 1999, dos voluntades, dos culturas y dos talentos se encontraron ante el mismo fenómeno. El músico argentino de origen judío Daniel Barenboim y la mente brillante del palestino Edward Said crearon la Fundación West-Eastern Divan, nombre que retoman de la obra del genio literario alemán Johann Wolfang Von Goethe.

A este esfuerzo creador llegan jóvenes árabes-palestinos-israelitas-judíos para  estudiar y desarrollar sus  talentos musicales  en torno a la convivencia, compartiendo así los elementos esenciales de sus culturas y vivencias.  Esta voluntad de convivir y coexistir a través del arte los llevó a fundar el Centro Musical Barenboim-Said, en Ramallah, el cual, entre sus actividades realiza cada trimestre encuentros musicales con alumnos de diferentes academias musicales situadas en ambos lados de los territorios Palestino-Israelí.

Desde su origen, la fundación ha tenido una serie de sedes, iniciando en Weimar, y culminando en la ciudad de Chicago. Desde 2002 se encuentra establecida en forma definitiva en la ciudad de Sevilla, España.

Cada verano en esa ciudad andaluza se realiza un taller-ensayo de forma intensiva, con objeto de brindar práctica musical especializada. Paralelamente, se realiza un intercambio de ideas sobre el conflicto palestino-israelí entre los jóvenes asistentes. Una vez concluida la etapa de aprendizaje, parten de gira constituidos como la Orquesta West-Eastern Divan, llevando el claro mensaje que el arte es el centro natural de convergencia para una Cultura de la Paz. Es importante señalar que la fundación ha formado  jóvenes músicos que hoy ocupan importantes asientos en las orquestas sinfónicas nacionales de diversos países.

Conocer a los “otros” mediante sus manifestaciones culturales y artísticas, permitiría que las sociedades se identificasen…

Es obvio que la simple acción cultural de esta fundación no puede detener los intensos bombardeos que en este momento existen en la Franja de Gaza, pero muchas acciones como la del West-Eastern Divan, esto es, conocer a los “otros” mediante sus manifestaciones culturales y artísticas, permitiría que las sociedades se identificasen y reconocieran mediante sus manifestaciones humanas más profundas y reveladoras.

En ese orden de ideas, cuando las sociedades se conocen mejor, se temen menos y se disminuye la posibilidad de generar violencia. Como lo señala Hannah Arentd “la mentira antecede a la violencia”, misma que es de uso corriente entre aquellos que ordenan accionar el disparador contra los otros, los diferentes.

Por lo tanto, el arte y la cultura no solamente nos ayudan a reencontrarnos con los demás, sino que expanden nuestra conciencia y son el puente natural para llegar a  donde la política y el derecho muchas veces no llegan. C2

Sobre el autor

Ciencias Políticas, UNAM

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