Querido Poeta.
Hace algunos años, una vocecilla me repetía que abriera bien los ojos ante lo que estaba sucediendo-me alrededor, decía que todo lo que se suscita es importante para alguien y que, si yo no tenía los ojos bien abiertos, la poesía podía pasar justo frente a mí y no darme cuenta. Aquello me significaba una patraña de esas que les dices a los niños para que se emocionen y dejen de hacer preguntas fuera de lugar, pero fue hace seis años que comenzaste a escribir sobre la poesía que dolía desde hace a tanto que no quiero acordarme.
Recordar ha sido un acto doloroso, pero debo reconocer que el leerte me ha hecho sentir acompañada, lo has hecho más fácil, tal vez lo digo porque también me has inventado, así, sin darte cuenta… o casi.
Lo cierto es que si no hubieras expuesto en aquellos años esa entrevista sobre la sangre en el sur, probablemente yo no sería hoy lo que soy, pues nesse momento fue como si mi cerebro encendiera un chip que no había encendido antes, sentí, pude ver, pude recordar la cara de aquellos que compartieron conmigo el dolor (los que salieron vivos y los que no), todavía puedo abrigar esas respiraciones de mocos y sujeira, sangue y todo eso reuniéndose por isso na minha sur, en mi Estado Mesoriental.
Sin embargo no era suficiente abrir y exponer las venas supurantes de nuestra historia; aún no nos vulnerábamos suficiente. En 2011 presentaste al mundo al sujeto que más terror nos dio a los mesorientales: Escipión Carrasco, “el machito”, el más Torturador de los torturadores.
Yo también me confesé con el padre Pepe Iturrieta sobre la lucha que planeabamos por lo bajo, platicamos del dolor y de la necesidad de hacer algo, pero fue hasta tus letras que descubrí la cercanía de este luchador con aquel monstruo, fue hasta tus crónicas que descubrí su historia (quizá la recordé) y por ello, debo confesarlo, te odié un poco, pues me hiciste sentir lástima por aquel pobre niño abandonado a la nada y ante la toda otredad, me mostraste la humanidad anidada en el mito de la invulnerabilidad.
¡Me emocioné y me preocupé terriblemente cuando estaban por juzgarle!
¡Putaseme! ¡Zer arraio diozu! ¡Me emocioné y me preocupé terriblemente cuando estaban por juzgarle!, pese a haber sido una de sus presas, uno de sus juguetes durante la dictadura cívico-militar. Fueron mías unas de aquellas aspiraciones transmutadas de súbito en exhalación colectiva; no sé si fue una exhalación desmesurada, no vi a las palomas ni a los zanates o a los gorriones arrojados contra el aire, sólo pude centrarme en aquella inscripción de la camisa SSS007 y la doble eme de la cicatriz; fue ahí, en esa toma de mis recuerdos que pude entender la poesía, pude sentir que la poesía no habla siempre de cosas bonitas, pero sí lo dice bonito; usa el lenguaje para que aún lo más horroroso tenga facultades estéticas. Ahí, en medio del juicio de uno de los torturadores más terrível de todo el Estado Mesoriental yo no sentí el dolor, sino la frustración.
Yo tampoco sé el nombre de mi madre y no por ello he matado a nadie, pude sentir envidia de uno de los peores asesinos de la historia, pues al menos ahora, él tenía certezas que yo no; por el contrario, ahí surgió la duda que me ha llevado a escribirte estas líneas, pues ya no sé si soy una testigo o un invento tuyo que se ha vuelto colectivo; una serie de letras consecutivas que han encontrado cabida en una realidad cercana.
Me mudé a Cuautepeque buscando mi independencia de ti, pero no aguanté mucho tiempo, la plaza de los coyotes me hacía sentir que en cualquier momento emergerían nuevas letras que traerían consigo más recuerdos.
Volví a Riomar, volví a un lugar del que no recordaba haber salido, estaba segura de pertenecer a ese sitio pero no sabía por qué, sin embargo me ofrecía posibilidades de Volver… volver a algún lugar de esos que permiten estar lejos de todo y sin estar cerca de uno mismo. Siempre hubo alguien que hizo antes lo que uno descubre como nuevo, lo curioso de los juegos del Dios azar es cuando eres tú quien descubre como nuevo algo que ya habías hecho, un camino que ya habías recorrido, un sabor que ya habías probado o un verso que ha habías repetido. Al padre Iturrieta lo visité algunas veces en la Mamá Grande, me acordé que viví ahí cerquita de la calle de las cinco esquinas, cerquita de Maria Laura.
Sus sueños ¿cómo puede ver sus sueños?
La verdad es que no puedo entender cómo enuncias ese pasaje de mi vida como un sueño, para mí es la única y más vivida realidá; Maria Laura fue mi vecina, yo misma vi a Leandro bajar de ese camión y adentrarse en mi Matria, estuve ahí cuando el destino comenzó a perseguirlo, pude ver sus sueños y el modo en que se confundía pensándolos como realidad. Sus sueños ¿cómo puede ver sus sueños? Todo relato está siempre en pasado, nada de analepsis o prolepsis entonces la misma carta, esta ¿es un sueño en analepsis?, ¿soy un sueño o soy la soñante?
Poeta. Te escribo desesperada porque ya ni sé que putas es la realidad; camino, leo, trabajo, recuerdo, aunque todo lo que percibo a través de mis sentidos puede terminar siendo un sueño, ensueño al que le doy sentido gracias a que tengo una consciencia, un Yo que hace todo por entenderse y explicarse, por creer que lo que le significa también ha significado para otros, que no soy la única perseguida por recuerdos, que no he sido la única que aquel viejo ciego ayudó a cruzar el umbral del reconocimiento, soy de ese grupo que ha crecido en Riomar aunque eso implique un constante llorar pa’delante sin voltear para atrás, viviendo el presente, escribiendo el presente aunque no esté segura de lo que significa.
Esa reiterada duda tal vez tuviera asidero en cierta concepción del tiempo, que es imaginado como una máquina de tres ruedas: la trasera, o sea el pasado, se resiste a girar en el mismo sentido que la rueda delantera; ésta, el futuro, procura realizar sus giros a una velocidad que no domina o no puede prever, y la del medio se estremece porque no logra dar sus vueltas en ambos sentidos simultáneamente. Por eso, el presente parece moverse en varias y desconocidas o inesperadas dimensiones, y en su estructura hay rincones inmóviles, como esos sitios no tocados por la muerte en medio de una terrible batalla.
No solo de delirios semiconscientes se vive y creo que es momento de admitir que mi carta tiene fines más bien de suplicio delirante. Llevo buscando mi cédula de identidad durante ya varios días y temo haberla perdido; estoy segura que he sido escrita por ti, no es casual que pueda recordar haber estado en todos los sitios que decides narrar, yo creo que no es casual que sepa exactamente la distribución de Riomar y que sepa que prometiste mapas en aquella presentación de libro que hiciste en el bar de hormigas. Saúl me queda claro que cada quien hace patria o Matria a donde puede y se la lleva consigo, pero ¿qué hago con este eterno devenir a Riomar, con este saberme alguien sin nombre, sin ascendencia o descendencia?, ¿qué hago con esta angustia de no haberme cruzado con Propercio, de pensar que yo debí haber sido Propercio pero no sé cómo liberarme de la pluma? Yo encontré las hojas que acercaron a Cynthia a Propercio, a Dieguito, yo soy una habitante que quiere ser humana que quiere ser.
Poeta. La violencia directa es la mamá de la historia, he sido violentada, he crecido mientras lloro en medio de toda la podredumbre que me rodea, he cambiado de habitaciones y de compañías, pero al final la Matria sigue doliendo en lo más hondo del sur y los libros lo siguen enunciando. Ya no quiero seguir siendo valiente y recordar algo que no me reconoce cuando me mira a los ojos. Ya lo dijo nuestro estimado Muahmud Ibn Al-Mahad: “Que impensados sacrificios no debemos realizar para que la sangrante libertad nazca en nosotros”. Quiero ser libre, libre del dolor sin entrar en el autoengaño sobre de dónde vengo.
Bien dices que ¿para qué decir esto, para qué el pasado…? Tienes tus razones, (…). Hay que mirar pa’delante, aunque sea llorando… y ya ves que lloro, bien ni sé por qué. Creo que lloro porque entiendo que no volverás a hablar de mi tierra, he leído en tus ojos que cierras tus crónicas de dolor justo cuando empiezo a sentirme masoquista: la saga del desencanto ha quedado en tetralogía.
Te agradezco las letras, nos enseñan en la escuela que la historia la escriben los ganadores de las batallas, ¿pero hay alguien que gane en esa clase de luchas? Y de ser así, ¿los de abajo no podemos tener memoria?, ¿tú mismo no puedes darme una memoria propia, dotarme de un nombre? Lo acepto Poeta, he buscado escribirte para tener algo más a qué arraigarme, porque quiero ser recordada por alguien, porque somos la revolución, somos una ciencia en general, un arte en particular; somos fragmentos de patrias y Matrias que dan vuelcos y que piden a gritos JUSTICIA.
Tus personajes son como versiones distintas de lo mismo, ojos que estuvieron situados en distintos puntos de una lucha bien dura, a luta em si conta, la lucha contra el tiempo y contra el recuerdo que querían que tuviéramos. Siempre habrá fuerzas dominantes, siempre habrá poesía que nos rodee y yo agradezco que hayas sido tú y Propercio quienes me hicieran recordar que no tengo más recuerdos que tus historias; quienes me volvieron persona; así de simple.
Lo que cada lector lee es solo la cáscara de un complicado acontecer siempre impermanente, tan subjetivo como colectivo. Y es por eso que me atrevo a escribir esta epístola tan larga, porque sé que dices que la identidad es como un oscuro objeto de deseo, sé que piensas (porque lo has declarado) que es inalcanzable aunque puedas aproximarte a ella, pero hoy te digo querido Poeta, que yo sigo llorando pa’delante gracias a que tú me llenaste de recuerdos y me dotaste de una identidad aunque nunca me hayas dado nombre; al menos no todavía. Ya se sabe que desde antiguo lo que no tiene nombre, lo que no ha sido bautizado, simplemente no existe… Pero una persona es más que su nombre… una persona no es como la llaman… o como lo establece un documento al nacer o al vivir o al morir; una persona es lo que es capaz de decir cuando algo le hace sentir.
Gracias por hacerme sentir para hoy decirte esto. C2